Estrenos online: crítica de «Ricky Stanicky», de Peter Farrelly (Amazon Prime Video)

Estrenos online: crítica de «Ricky Stanicky», de Peter Farrelly (Amazon Prime Video)

Esta comedia protagonizada por Zac Efron y John Cena se centra en tres amigos que se inventan otro, imaginario, para excusarse de sus obligaciones. Hasta que se ven forzados a presentarlo en sociedad… y empiezan los problemas. Estreno de Amazon Prime Video.

En un viaje rápido y bastante directo después de ganar el Oscar a mejor película, Peter Farrelly arranca su nuevo film con un niño disfrazado de perro que usa un bolígrafo como pene erecto y lleva una bolsa de materia fecal para molestar a una familia que no da caramelos en Halloween. Volviendo a los orígenes, se puede decir, el realizador de LOCO POR MARY parece haber dejado de lado por completo ese corrimiento al prestigio (bah, a cierto prestigio) que le dio dirigir la premiada GREEN BOOK para volver a lo que sabe hacer: contar historias sobre hombres que, después de los 30, siguen siendo y actuando como niños. La gracia de aquellas películas, sin embargo, no está. O aparece en cuentagotas.

RICKY STANICKY es una película que bien podría haber sido (o intentado ser) un éxito comercial, digamos, hace unos 25 años. Es la historia de tres amigos que se conocen desde la infancia y que han llegado a la adultez sin modificar mucho sus hábitos adolescentes. Están casados o en pareja, tienen trabajos sólidos (bueno, al menos dos de ellos), pero cada vez que pueden se escapan, con excusas absurdas, para ir a shows de rock, pasarse unos días en casinos o de fiesta. Incorregibles, se podía haber llamado la película.

Desde que son pequeños, para zafar de problemas o como excusa para cualquiera de estas fugas, han inventado un amigo imaginario: alguien al que responsabilizar de todo ya que el tipo los invita a lugares lejanos y eso les permite escaparse de sus vidas rutinarias. Ese es Ricky Stanicky, a quien han «vendido» como un activista y benefactor que vive en Africa y ayuda a niños pobres con Bono, además de tener cáncer de testículos. Solo que, bueno, el tipo no existe. En una escapada a Atlantic City (justo cuando uno de los amigos estaba por ser padre), la mentira corre el riesgo de revelarse ante las esposas, esposos y suegras. Y ellas exigen conocerlo. Es ahí que a los tres se les ocurre llamar a un actor para que haga el papel de Ricky frente a todos.

Los amigos –interpretados por Zac Efron, Andrew Santino y Jermaine Fowler– no tienen mejor idea que llamar a Rod (John Cena), un actor desocupado que se gana la vida haciendo parodias con canciones al que conocieron en Atlantic City (el tipo cambia las letras para que todas sean sobre la masturbación, un chiste que es gracioso por cinco segundos) y proponerle el papel de Ricky. El problema es que Rod es un tipo poco confiable, alcohólico y excesivo, con el que no saben bien como podrán lidiar. Pero para sorpresa de los tres, Rod/Ricky cae bien con las familias, con el jefe de la empresa en la que trabajan (William H. Macy) y pronto se ha metido en las vidas de todos, poniendo en peligro su frágil estabilidad o, quizás, cambiándolas para mejor.

Es un esquema visto miles de veces que tiene aquí un punto a favor. Me refiero a Cena, un actor hiperactivo y por momentos muy gracioso que logra sacar jugo a escenas que eran más o menos novedosas cuando las hacían Ben Stiller o Jim Carrey en los clásicos más conocidos de Farrelly de los ’90, pero que ahora suenan a material usado hasta el hartazgo. Cena tiene espíritu de comediante bajo ese cuerpo de luchador profesional y tiene un gran timing para el humor, transformando por momentos la película en un unipersonal. Cuando él no está (Efron y Santino son los verdaderos protagonistas), el mínimo edificio humorístico sobre el que se construye RICKY STANICKY se cae como, bueno, como se caen los edificios.

Habrá algunas situaciones cómicas más o menos graciosas (un rabino que se toma una pastilla de ketamina cuando tiene que hacer una circuncisión, algunos cruces entre Cena y Macy, que encarna a un rancio empresario al que «Stanicky» convence de modernizarse), pero con sus más de 110 minutos la película se estira y estira sin demasiado sentido, tratando de desarmar el nudo de falsedades armadas en torno al tal Stanicky. Y eso implica a las parejas y familias, a la televisión, a un merger empresarial y a una cadena de enredos que, uno sabe, tienen que desandarse para resolver la trama.

El punto al que Farrelly quiere llegar es simple: que ya es hora de que los amigos crezcan, acepten las responsabilidades de la vida adulta y vayan dejando de a poco la fantasía del «amigo imaginario» que les permite ser irresponsables en cualquier momento. Lo curioso, claro, es que el propio amigo inventado que los «llevaba por el mal camino» es el que los intenta traer de vuelta a «la buena senda». Farrelly debe tomar todo esto como algo personal también, en función de su carrera. Aunque en su caso no queda demasiado claro cuál es el mal camino y cuál la buena senda…