Festival de Cine Francés: crítica de «El reino animal» («Le Règne animal»), de Thomas Cailley
En un mundo en el que algunas personas mutan en extrañas criaturas, un padre y su hijo adolescente tratan de lidiar con importantes cambios en sus vidas. Con Romain Duris y Paul Kircher.
Una fábula, un cuento de hadas con elementos fantásticos, EL REINO ANIMAL es una película que parte de una situación clásica de la literatura y muy usada en el cine para contar una historia cuya temática, por más extravagante que parezca, es actual y contemporánea. La potencia del segundo film de Cailley (director de LES COMBATTANTS) surge de la combinación de tradición y modernidad, del realismo de la puesta en escena mezclado con una situación del orden de lo mítico y, sí, fabuloso.
Todo parece comenzar como un típico drama realista francés. Padre e hijo están en un auto, discutiendo en un atasco de tránsito, cuando escuchan unos ruidos fuertes adentro de un camión cercano. La situación se vuelve más y más violenta hasta que, al abrirse la puerta de atrás del vehículo, sale de allí a los golpes una especie de criatura alada –no muy distinta a la de la película BIRDMAN— que salta entre los autos y escapa de ahí a los tumbos. François (Romain Duris) y su hijo Emile (Paul Kircher), tras ver el evento, siguen con lo suyo con apenas un comentario dicho como al pasar.
De a poco nos damos cuenta que esa situación no es tan inusual ya que se nos irá lentamente revelando que ese tipo de criaturas son seres humanos que han atravesado –o están atravesando– una mutación genética que los fue transformando en distintos animales, extraños e indefinibles, una combinación curiosa entre varios de ellos. El fenómeno es mundial y cada país trata a sus «bestias» –como algunos las llaman, despectivamente– a su manera. En Francia han adoptado la opción más brutal: encerrarlas o, directamente, liquidarlas.
Para los dos protagonistas es un problema porque la madre de Emile es una de estas mutantes. Ella está encerrada y, cuando la visitan, no habla ni los reconoce. La acción propiamente dicha comienza cuando las autoridades deciden mudarla –a ella y a muchos otros mutantes– hacia una zona del sudoeste francés, un área más campestre, y ellos deciden irse a vivir allá para estar cerca suyo. Pero las criaturas transportadas logran escaparse y ella se pierde en el bosque mientras las autoridades dedicadas a capturarlas y encerrarlas las buscan. En ese grupo está Julia (Adèle Exarchopoulos, un poco desaprovechada), miembro de la gendarmería, una chica que en lo personal tiene una actitud más amable con quienes sus colegas agreden.
Pero la historia de ahí en más se centrará en el adolescente Emile, quien debe adaptarse a un nuevo colegio, nuevos amigos y nuevas tensiones. El les dice a todos que su madre está muerta porque sabe que la mayoría allí desprecia a las criaturas. Y de sus nuevos compañeros, solo una chica intensa y con trastornos de atención llamada Nina (Billie Blain) parece engancharse con él y aceptarlo. Pero el problema principal no es ninguno de todos esos sino que Emile empieza a sentir algunos cambios en el cuerpo que le dan a entender que quizás él también esté atravesando esa mutación.
No son muy difíciles de interpretar las intenciones metafóricas del guión de EL REINO ANIMAL. Es un film que puede hablar de varios temas contemporáneos a la vez –ligados al género, a la sexualidad o a cualquier otra manifestación de una «diferencia» que fastidie e irrite a algunas personas y a las autoridades– pero que funciona sin necesidad de marcar esas conexiones. Es un particular coming-of-age sobre un chico que se siente diferente, que ve que su cuerpo se altera y que pasa de estar incómodo y avergonzado por esas manifestaciones físicas a sentirse de algún modo liberado, pese a tener que ocultarlo de los demás por «el qué dirán».
Todo esto aparece en el marco de una historia de un pueblo chico rodeado de un bosque de intensa vegetación en el que muchas de estas criaturas se esconden y sobreviven. En medio de su mutación y su búsqueda Emile dará con Fix (Tom Mercer), el mismo hombre-pájaro que vimos al comienzo del film, quien está en medio de un proceso de cambio y adaptación a su nuevo cuerpo y su nueva vida. Y la relación entre ellos, de poquísimas palabras y mucha actividad física, le irá abriendo a Emile las puertas a un mundo que quizás no sea tan terrible como él lo pensó en un principio y como muchos otros lo siguen pensando.
EL REINO ANIMAL funciona porque sus bases son sólidas, el guión –más allá de algún giro de más– es bastante sutil para un tema que podría dar para un exceso de subrayados (si hay una remake estadounidense seguramente allí estarán) y las actuaciones son por momentos conmovedoras, empezando por el siempre impecable Duris –que ve como otro miembro de la familia atraviesa una situación de este tipo con una mezcla de desgarro y comprensión– y seguido por el joven Kircher (a quien se puede ver en INVIERNO EN PARIS, que se exhibe en este mismo festival), quien va alterando de a poco sus movimientos y aptitudes físicas mientras su cuerpo se vuelve huesudo, con pelos y uñas raros, y su motricidad fina va desapareciendo. Es, más allá de los detalles, un adolescente en transición que inicia un camino entre lo que fue y lo que será.
Cinépolis Recoleta. Domingo 24 y miércoles 27 de marzo a las 19.