Series: reseña de «Palm Royale», de Abe Sylvia (Apple TV+)
En esta comedia que transcurre en 1969, una mujer de bajos recursos hace lo imposible para pertenecer a un exclusivo club de millonarios de Palm Beach. Con Kristen Wiig, Allison Janney, Laura Dern, Ricky Martin y Carol Burnett. En Apple TV+ desde el 20 de marzo.
Una suerte de parodia de una telenovela de ricos y famosos que transcurre en los ’60, PALM ROYALE tiene a su favor un elenco extraordinario y un look armado por un equipo de diseñadores de producción, de vestuario y maquillaje que se deben haber divertido mucho trabajando sobre materiales vintage de finales de esa década, específicamente los relacionados con la estética de la alta sociedad de Palm Beach, Florida. Más que su elucubrada, excesiva y autoconsciente trama de tensiones y disputas en un club exclusivo de esa zona, lo que primero llama la atención es la ambiciosa reconstrucción de época. Más que verla, uno quiere sacarle fotos a la serie.
Lo cual, en el fondo, termina siendo un problema. Más allá de la media docena de grandes comediantes que la protagonizan, PALM ROYALE lidia con una especie de virus que se ha extendido por gran parte de la industria audiovisual. Uno ligado a la extensión. Es la clase de serie con la que uno podría lidiar unos ocho episodios de media hora –como máximo–, pero que aquí los creadores han decidido extender a diez de casi una hora cada uno. Y no, amigos, no hay tela (o telas) suficiente en los vestidos de Kristen Wiig, Alison Janney, Leslie Bibb, Carol Burnett, Laura Dern y compañía para volver llevadera una serie cuya broma es simpática por un rato pero que se empieza a volver repetitiva cuando uno ni siquiera llegó a la mitad de su duración.
Basada en la novela de Juliet McDaniel MR. & MRS. AMERICAN PIE, la serie tiene como protagonista a Maxine Simmons (Wiig), una mujer de Tennessee que supo ser reina de belleza de su pueblo en su juventud y que ahora vive en la ciudad costera ubicada unos cien kilómetros al norte de Miami. Su sueño, su obsesión, es ser parte del club que da título a la serie, un enclave muy exclusivo para millonarios por el que hay que pagar 30 mil dólares la membresía y ser «recomendada» por tres socias. El problema es Maxine no solo no conoce a nadie, sino que vive en un mugroso motel que tampoco puede pagar. Pero no importa. Ella sabe todo lo que pasa ahí –su Biblia es el diario que se publica con los chismes del lugar– y para entrar se cuela subiéndose al muro.
Claro que la descubren ya que las damas del lugar, lideradas por Alison Janney, tienen muy claro que su ropa no es la que corresponde, por más que sea una pasable imitación, y que sus códigos y comentarios no son los correctos. La echan los de seguridad –grupo que incluye a un mozo llamado Martin, interpretado por Ricky Martin, cuyo rostro y cuerpo parecen congelados circa 2004–, pero Maxine se da maña para volver ya que tiene un «arma secreta»: Norma Dellacorte (la gran Carol Burnett) es tía de Douglas (Josh Lucas), su muy ausente marido, y algo así como la gran dama de Palm Royale. Solo que está en coma y, además, no tiene relación alguna con Douglas, quien espera heredar su enorme fortuna. Ni con Maxine. De hecho, no los soporta. Pero mientras esté en coma nadie se va a enterar. ¿O sí?
De a poco, Maxine va metiéndose en el grupo, aunque las señoras tienen muy en claro que no pertenece a su grupo social y hacen lo imposible para abochornarla en público. Cosa que consiguen. Pero la mujer no se amedrenta. Sigue tratando de cumplir su sueño aunque sea obvio que allí nadie la quiere. De hecho, un grupo feminista que se reúne en la ciudad y que lidera una tal Linda Shaw (Laura Dern) la quiere sumar a su causa, pero Maxine solo sueña con ser una dama de sociedad, dedicada a su marido, a su aspecto y a estar en eventos sociales. Los derechos de la mujer pueden esperar.
Jugada en tono paródico pero sin abandonar por completo algunos toques dramáticos y cierta dosis de emoción (la frustración de Maxine ante los impedimentos que se le presentan es palpable), PALM ROYALE es una propuesta simpática que se disfruta más gracias a un elenco con una gran proporción de actrices que se hacen una verdadera fiesta recreando ese tipo de señora «paqueta» de fines de los ’60. Un gag permanente es que mientras Maxine está en la peluquería (allí la atiende Kaia Gerber, la hija de Cindy Crawford que es idéntica a su madre y cuyo personaje sueña con ser modelo) en la TV siempre se ve a Richard Nixon hablando de la guerra de Vietnam. Pero ella no le presta la más mínima atención.
Considerando los dotes para la comedia absurda de Wiig (la serie por momentos se parece un poco a la más delirante BARB AND STAR GO TO VISTA DEL MAR) se la ve relativamente contenida, como intentando no pasarse de rosca ni burlarse del todo del personaje que interpreta, una mujer que de a poco parece ir dándose cuenta que los sueños de princesa que albergó toda su vida tienen algo de pesadilla. Y así, a su manera, esta amable pero excesivamente larga serie va convirtiéndose en una versión pop, gay-friendly y «sesentosa» del lado oscuro (en este caso, molesto por lo luminoso) del sueño americano. Algo así como las aventuras y penurias de una aspirante a Barbie de mediana edad.