Series: crítica de «Ripley», de Steven Zaillian (Netflix)
Esta serie de ocho episodios es una adaptación de «El talento del Sr. Ripley», la primera novela de Patricia Highsmith sobre el enigmático estafador y asesino Tom Ripley. Desde el 4 de abril en Netflix.
Tom Ripley es un personaje ya instalado en la conciencia de lectores y cinéfilos desde que Patricia Highsmith empezó a escribir historias acerca de este estafador vuelto asesino, algo que hizo a lo largo de cinco novelas, empezando por EL TALENTO DE MR. RIPLEY (así se tradujo la original), publicada en 1955. De todas las adaptaciones que se han hecho de esa primera novela, las más memorables son A PLENO SOL, de René Clement, película de 1959 protagonizada por un muy joven Alain Delon; y EL TALENTOSO SR. RIPLEY, de Anthony Minghella (1999), con Matt Damon en el papel principal y un elenco que incluía nada menos que a Jude Law, Gwyneth Paltrow, Philip Seymour Hoffman y Cate Blanchett.
El 4 de abril y con formato de serie llega RIPLEY, que en esta primera temporada se apoya bastante fielmente en la novela original y que, de funcionar, debería seguir con las cuatro restantes. Creada y dirigida en su totalidad por Steven Zaillian –conocido por sus guiones de películas como LA LISTA DE SCHINDLER, EL IRLANDES y MONEYBALL, y también como realizador de BUSCANDO A BOBBY FISHER y TODOS LOS HOMBRES DEL REY, entre otras–, esta versión tiene al británico Andrew Scott en el rol del enigmático y inteligente joven neoyorquino que se enreda de un modo cada vez más complicado y violento con personajes de la alta sociedad estadounidense que están viviendo o vacacionando en Italia.
Si bien es un poco mayor para un personaje que se presenta en las novelas como veinteañero, Scott –conocido por sus roles en las series SHERLOCK, FLEABAG y la reciente película ALL OF US STRANGERS— se explaya a gusto en un papel que le permite ir evolucionando (o involucionando, según como se lo mire) de ser un timador de poca monta que sobrevive robando y falsificando cheques en Nueva York a ser una supuesta «mente maestra» del crimen buscada por toda la policía italiana. Y si bien la presencia de Scott le otorga un plus a la discreta y algo oculta homosexualidad del personaje, Zaillian no termina de utilizar demasiado ese ángulo de la historia, dejándolo siempre en segundo plano.
Filmada en un muy, casi excesivamente contrastado blanco y negro, y con una puesta en escena muy pensada en términos de ángulos de cámara, reiteraciones, figuras retóricas y con un tempo mucho más cinematográfico del que es habitual en las series, RIPLEY es una apuesta arriesgada, creativa e inteligente de parte de Netflix, una que intenta convocar a un espectador que esté dispuesto a entrar en un modo narrativo que funciona más por substracción que por acumulación, que es el que suele ser el formato típico de los relatos seriales. Dicho de otro modo: lo que sucede a lo largo de la serie bien podría resolverse en mucho menos que ocho episodios, pero la extensión funciona igual y no por utilizar el recurso de sumar subtramas y personajes para «estirar», sino porque profundiza en el protagonista, en sus circunstancias y en el mundo que lo rodea.
Es por eso que la serie tendrá dos episodios casi enteros dedicados a ver cómo Ripley se las arregla para ocultar un crimen, muchísimos momentos sin diálogos en los que el personaje sube o baja escaleras, conversa con cajeros bancarios, managers de hoteles, mira o es mirado sospechosamente por casi todo el mundo y recorre varias ciudades de Italia –la bellísima Costa Amalfitana, principalmente, pero también Roma, Nápoles y otras ciudades– tratando de engañar a quienes lo persiguen o intentan averiguar su identidad.
Un breve resumen de la historia debe empezar diciendo que, en 1960, a Tom Ripley lo contrata un millonario estadounidense para ir a Atroni, en el sur de Italia, a buscar a su hijo Richard «Dickie» Greenleaf (Johnny Flynn), quien se ha quedado allí y parece decidido a no volver a su país. El tal Ripley llega a Italia, conoce al tal Greenleaf –un tipo pedante y creído de sí mismo– y a su novia Marge Sherwood (Dakota Fanning), una escritora y fotógrafa. Pronto Ripley se engancha con ellos, se muda a su casona y le confiesa a «Dickie» la verdad de su misión allí, diciéndole que no piensa cumplirla y que prefiere el dolce far niente con el dinero de «papá Greenleaf».
Pero no todo saldrá bien porque Dickie y, especialmente, Marge, empiezan a cansarse de Tom –en el fondo hay algo de desprecio de clase en su actitud hacia él– y el tipo, al quedarse sin dinero y sin lugar en el que vivir, empieza un poco por casualidad a recorrer un camino criminal que lo obliga, por un lado, a escaparse e irse a vivir a otra ciudad y, por otro, a tomar la personalidad y el nombre de su víctima.
ALERTA DE POSIBLE SPOILER Los que conocen la historia lo saben bien y me permito contarlo aquí porque es algo que sucede en el tercer episodio: el acto que pone en marcha la parte clave de la trama sucede cuando Tom mata a Dickie y se hace pasar por él, falsificando su firma, cambiando la foto de su pasaporte (eran otras épocas) y comunicándose solo por correspondencia con los que lo conocen. Solo Marge y un amigo de la pareja llamado Freddy Miles (interpretado por Eliot Sumner, hijx de Sting) saben su verdadera identidad. FIN DE ZONA DE POSIBLES SPOILERS
RIPLEY funciona como una exploración en detalle de la vida de un criminal. Zaillian observa cada paso, cada peculiar comportamiento del protagonista, cada rutina que se ve obligado a llevar en su vida de constantes engaños. Así veremos a Ripley firmar con su «bella lapicera» decenas de veces, subir a un tren que siempre parece hacer el mismo recorrido, limpiar sangre (mucha), esconder cadáveres, escapar de miradas sospechosas y así, en lo que parece ser un día a día en la vida de un hombre que se va metiendo en más y más problemas. Y así, lo que empieza siendo un mal paso termina convirtiéndolo en una mente maestra capaz de lidiar con reputados policías italianos que lo persiguen (Maurizio Lombardi se luce como el Inspector Pietro Ravini, al que le agrega mucho humor) y con la omnipresente Marge, que no lo deja acomodarse en su nueva identidad.
La serie es, por momentos, un unipersonal de Scott, un actor al que se lo ve pensar, tomar decisiones y dudar mientras actúa, metiéndose o saliendo de problemas. Y el actor, cuya mirada parece cálida pero que va dejando entrever algo mucho más gélido y calculador por detrás, se luce en una serie que lo deja hacer a sus anchas y encima en escenarios en su mayoría paradisíacos. Margherita Buy y John Malkovich tienen roles secundarios en la segunda mitad de la temporada, pero RIPLEY empieza y termina con Scott.
Si alguien «compite» con el actor es el propio Zaillian –y su célebre director de fotografía Robert Elswit–, quien también se ha permitido lujos y caprichos en una serie en la que no parece haber tenido mucha presión de estudios o ejecutivos. Sus planos cuidados y largos, sus reiteraciones visuales (presten atención a la cantidad de escenas en recepciones de hoteles o cómo todos lo miran a Ripley con sospecha aunque sus actos no lo ameriten) y su valiosa tendencia a dejar que el silencio domine las escenas convierten a RIPLEY en una serie única, original, producto premium del formato serial. Quizás la pantalla más generalista de Netflix no sea la más adecuada para esta serie tan «delicada», pero es de esperar que el público que la encuentre allí sepa apreciarla. Es que realmente vale la pena y, si funciona, tendremos Ripley (y Scott) para rato.
Habrá que ver cómo se siente ver al cuarentón largo Scott en un rol de veinteañero que tan bien hacía y le iba a Damon en la versión fílmica anterior.
En las dos versiones mencionadas los protagonistas eran dos seductores, algo de lo que carece este. Por lo demás la serie es, estéticamente, superior.
Brillante serie, hay que verla en proyector para apreciar cada plano. La extensión del formato de 8 capítulos le juega muy a favor. De hecho, al volver a las versiones cinematográficas, se puede ver que ciertos personajes no están del todo desarrollados; en especial los de Marge y Freddie. La fotografía, con ese contraste que se mimetiza con el estilo de claroscuros de Caravaggio, tiene una justificación narrativa… nunca me sentí abrumado por las imágenes (o ido), sino que hay un anclaje con la historia. Pienso que la constante repetición de planos detalle, la mayoría con ángulos o perspectivas raras, tratan de hacernos ver el mundo como lo ve el protagonista (entre lo meticuloso y lo enrarecido). Por momentos, quizás por el blanco y negro, me retrotrajo al universo hitchcockiano (en especial a Psicosis). Creo que esta es una de esas series que no van a envejecer, porque es como un viaje en tiempo y espacio…a una época donde las historias de crímenes aún tenían sentido, un mundo con formas y texturas, con tiempos de pausa y espera, un mundo de “objetos contundentes”, máquinas de escribir, cartas, cuadernos, bolígrafos, manchas de tinta (y de sangre).