Cannes 2024: crítica de «Beating Hearts» («L’amour ouf»), de Gilles Lellouche (Competencia)
Esta mezcla de drama y thriller se centra en las idas y vueltas de la relación entre un joven proyecto de gángster y su novia de la adolescencia a lo largo de los años. Con Adéle Exarchopoulos, François Civil y gran elenco.
La promisoria película que parece ser BEATING HEARTS durante su frenético inicio, gracias a su combinación de musical, coming of age, film de acción y romance adolescente va perdiendo fuerza, ganando en clichés y agotando por cansancio bastante antes de llegar a su demoradísimo final, que se produce recién a los 165 minutos de una historia que sigue la relación de un chico y una chica durante más de 20 años. No la ayuda mucho, convengamos, estar en la competencia de Cannes. En una función especial, una gala de esas tantas que acá se le dedican al cine comercial francés, podría haber encontrado una mejor recepción de la crítica. El público, a juzgar por los minutos de ovación que ahora parecen ser la medida de todas las cosas, la amó. O quizás solo quería aplaudir a Adèle Exarchopoulos que estaba presente en la sala.
Se puede definir a esta ambiciosa película de Lellouche (nada que ver con el viejo Claude Lelouch) como una «sub-scorseseana» trama que incluye gángsters, romance, música pop, enérgicas y violentas escenas de acción y variados enfrentamientos a golpes y a tiros. El problema es que, más que por Scorsese, parece dirigida por algún émulo de Guy Ritchie más preocupado en mover la cámara todo el tiempo haciendo piruetas como si no hubiera un mañana y en crear escenas de acción aptas para el mercado de Netflix. Si hacer un film de gangsters copiando a uno de los ’90 fuera un concurso a celebrar con un premio, esta película podría estar entre las candidatas a ganarlo.
Todo empieza por un posible final, en lo que parecen ser esos años ’90, cuando vemos a un agresivo y aguerrido joven llamado Clotaire (François Civil) y a su hermano Kiki (el gran Raphael Quenard) meterse en un caos con una banda rival, escena filmada solo como un juego de sombras que termina con Clotaire con un tiro en la cabeza mientras que, en paralelo, una chica que luego sabremos que se llama Jackie (Exarchopoulos) intenta llamarlo por teléfono sin lograr comunicarse con él a tiempo.
Del tiro en la cabeza saltamos casi 20 años hacia atrás para presentar a ambos: Clotaire como un chico rebelde e intenso de clase trabajadora y Jackie como la hija de un padre de clase media que acaba de enviudar (Alain Chabat) y que intenta acostumbrarse a la idea de educar solo a su simpática hijita. Lellouche vuelve a saltar unos años y se queda un buen tiempo en los ’80, donde la chica ya más perspicaz e «insolente» que de niña llega a un nuevo colegio y Clotaire es uno de esos vecinos que circula por ahí con sus amigos «barderos». Ninguno de ellos va ya a la escuela, solo se dedican a burlarse de los que lo hacen. Incluyendo a Jackie, que sabe cómo frenarlo.
Por algún motivo misterioso que el guión nunca explica ni nadie logrará convencerme como algo sensato, Jackie se enamora de Clotaire (la inversa es más entendible) y juntos viven un clásico romance adolescente que Lellouche muestra con los montajes típicos del género y alguna que otra escena propia de un musical con temas de The Cure y Billy Idol. Todo parece funcionar muy bien hasta que Clotaire empieza a andar con matones más grandes y pesados, Jackie toma cierta distancia y las cosas empeorarán más y más de ahí en adelante.
La segunda mitad de la película transcurrirá varios años después, con los actores adultos ya al mando de la cuestión, y con Clotaire tratando de reconectar con una Jackie que está ya en otra historia pero que sigue pendiente, de un modo u otro, del chico malo con el que tuvo su primer amor. Por otro lado, Clotaire estará cada vez más metido en el mundo mafioso y violento mientras que Jackie tendrá sus propios asuntos personales que resolver. Cómo todo eso se conecta con el final que vimos al principio será algo bastante más sorprendente y, en cierta medida, original de lo que uno cree.
Es que uno de los recursos que Lellouche usa en la película es tomarla todo el tiempo como una ficción, a través de las citadas escenas musicales pero también a partir de otros recursos que ponen en evidencia la fantasía adolescente que enmarca todo lo que vemos. Es una película que se hace cargo de ser exactamente eso: una película. Eso, de todos modos, no la excusa de caer en los lugares más previsibles del formato. A lo sumo se puede decir que, con un guiño de ojo al espectador, el realizador de NADANDO POR UN SUEÑO –también conocido como actor– admite su catálogo de clichés.
Lo que no explica es su extensión, que no está justificada por ninguna necesidad del relato sino por la imposibilidad de cortar escenas, ni tampoco la imposibilidad en creerse esa relación entre una chica sensible y talentosa con un tipo cuyo mayor mérito en la vida es darle cabezazos a los vidrios o romper objetos cuando está enojado. Es cierto que los chicos malos tienen su costado fascinante, pero aquí es difícil encontrárselo. Igual, el talento de Exarchopoulos nos permite, al menos por un rato, creernos que esa chica bella, inteligente e ingeniosa pueda estar enamorado de un idiota como el tal Clotaire.
El mayor problema de BEATING HEARTS, sin embargo, tiene que ver con su forma. De haber estado narrada en un tono más humano y realista, menos enganchada con la necesidad de ser un éxito de público a través de escenas de acción a gran escala o editando las escenas como si fueran videos de TikTok, la película podría haber funcionado mucho mejor, estar un poco más cerca de eso que llamamos mundo real. De esta manera entre épica y estúpida, que termina siendo más parecida a RAPIDO YFURIOSO que a BUENOS MUCHACHOS, todo lo que pasa se vuelve banal, tonto, simplista. Lellouche lo sabe, sí, pero con eso no alcanza para mucho.