Cannes 2024: crítica de «Gazer», de Ryan J. Sloan (Quincena de Cineastas)
En este combo de drama y policial, una mujer con problemas neurológicos se ve envuelta en una situación criminal de la que termina siendo la principal sospechosa.
Una muy buena serie de ideas hechas cine con el talento y a la vez las limitaciones de un director sin experiencia y con poco presupuesto, GAZER trata de recuperar la inquietante atmósfera de muchos thrillers psicológicos de los años ’70 lográndolo desde el planteo pero sin poder ir más lejos que eso quizás por condiciones que tienen más que ver con el casi amateurismo de la producción que con otra cosa. En algún sentido, la película bien podría ser un demo o una carta de presentación para que luego algún otro director –o el propio Sloan, con más experiencia y recursos– la filme otra vez y mejor.
El germen de un gran thriller paranoico está ahí, en su combinación de LA VENTANA INDISCRETA con el relato policial que tiene a un narrador poco confiable (como MEMENTO, de la que también toma muchos elementos), en este caso por una extraña afección neurológica que hace a que la protagonista perciba el tiempo de una manera poco usual. Frankie (Ariella Mastroianni, también coguionista) es una chica que escucha todo el tiempo casetes con indicaciones precisas. Mientras trabaja en una estación de servicio, viaja por la ciudad o está en su casa. De a poco sabremos el motivo: tiene una manera rara de percibir el tiempo, como si se colgara con cosas y se despertara horas después sin darse cuenta de lo que pasó en el medio. Para eso necesita el audio, que le funciona como una permanente guía y recordatorio de pasos y acciones. Desviarse de esa línea puede ser un problema.
Uno de los trucos que usa en el casete para no perderse pasa por la observación de detalles. Y así Frankie llega a ver a gente que vive en un edificio e imagina sus vidas. En un momento se topa con Paige, una mujer que sale de ese edificio tras pelearse con un hombre y luego se la encuentra en un grupo de autoayuda, ya que ambas tuvieron experiencias cercanas ligadas al suicidio: tanto el marido de Frankie como la madre de Paige (Renee Gagner) terminaron con sus vidas. Saliendo de esa reunión Paige le hace a Frankie una propuesta: le pide que entre a la casa en la que vive su hermano, saque las llaves de un auto y se lo lleve. Le pagará 3000 dólares, que Frankie necesita para el alquiler, para su salud y para darle dinero a su suegra, que cuida a su hija, ya que ella no está en condiciones de hacerlo.
De a poco va quedando claro que todo es una trampa y GAZER irá de a poco descifrando cómo, quién y porqué, mientras en paralelo el estado mental de Frankie se vuelve más y más endeble. La mujer percibe muy vívidas pesadillas que se cuelan en su vida real –muchas parecen tener que ver con el suicidio de su marido y tienen un inexplicable formato de película de terror de los años ’80–, mientras que tanto ella como el espectador empiezan a dudar respecto a qué de todo lo que ella ve o cree ver es cierto y qué está solo en su imaginación.
Sloan le da más vueltas al asunto de lo necesario –en cierto punto es bastante simple todo–, poniendo demasiado el acento en idas, vueltas y complicaciones que llevan a caminos detectivescos un tanto inútiles. Lo mismo pasa con la enfermedad en sí, que tiene un peso en el relato mayor a lo que necesita la trama para funcionar. Pero si bien el enigma se sostiene y el misterio permanece, lo que uno nota en GAZER tiene más que ver con torpezas de la narración, de las actuaciones, de montaje y cierto amateurismo en muchos aspectos de la producción.
Filmada en 16mm. con lo que parecen ser dos pesos con cincuenta, GAZER tiene algo de proyecto de escuela de cine, de noble esfuerzo de un cineasta dando sus primeros pasos en el largometraje. Ideas le sobran –tanto de guión como de observación y retrato de la zona de Nueva Jersey en la que transcurre la historia–, lo mismo que ingenio y cierto talento para la construcción de climas. Le falta, todavía, algo de experiencia y conocimiento para hacer con todo eso una película a la altura de la que seguramente existe en su cabeza.