Cannes 2024: crítica de «The Girl with the Needle» («Pigen med nålen»), de Magnus von Horn (Competencia)
Una mujer cree haber enviudado tras la Primera Guerra Mundial, inicia una relación con su patrón y se mete en una serie de problemas en este drama danés en blanco y negro.
Las posguerras suelen ser difíciles, oscuras, complicadas. Y grises, a juzgar por esta y muchas otras películas realizadas en blanco y negro sobre ese tipo de temáticas. Pocas, sin embargo, son más crueles que THE GIRL WITH THE NEEDLE, un brutal compendio de maltratos, agresiones, problemas, malas elecciones, mala suerte y desgracias que atraviesa nuestra protagonista, una mujer que cree haber quedado viuda durante la Primera Guerra para luego darse cuenta que no fue así. Y que eso le generó ingresar a un camino tenebroso que parece sin retorno.
De eso va el film del sueco Von Horn (SWEAT): en retratar la espiral descendente de una mujer sin recursos y necesitada de dinero que, según la fatalista y virulenta visión del mundo del realizador, tendrá que atravesar todos los peores recorridos imaginables que puede vivir una mujer. No siempre como víctima –ella cava su propia fosa más de una vez, podríamos decir–, pero la mayoría de las veces sí. Y no solo con hombres como victimarios. Las mujeres son tan o más crueles que ellos.
Las desgracias de Karoline (Vic Carmen Sonne) empiezan cuando se queda sin dinero para pagar el alquiler y la echan a la calle, bruscamente. Termina en una pieza mugrosa y fría que alcanza a pagar gracias a su trabajo como costurera. Su marido no ha vuelto de la guerra y Karoline cree que murió, por lo que va a pedirle a su jefe, Jørgen (Joachim Fjelstrup), un ingreso extra por viudez. Pero como el marido no está oficialmente kaput, el jefe no puede hacer nada. Aunque, se sabe, con algunos cariños todo se puede conversar.
Karoline acepta las propuestas de su jefe, pronto queda embarazada de él pero termina la guerra y Peter (Besir Zeciri), su marido, regresa con el rostro completamente desfigurado. La chica, que tampoco es un dechado de empatía y amabilidad, lo echa de la casa y le explica que ahora está con otro y espera un bebé con él. Pero pronto se dará cuenta que la casa millonaria del jefe no la maneja él sino su terrible madre, una estirada baronesa, que se la saca de encima como una mosca y encima la echa de la fábrica.
En esta trama casi dickensiana, la chica queda sola, embarazada y decide usar las agujas con las que teje con otro objetivo. Ya saben cuál. Pero allí se cruzará con Dagmar (Trine Dyrholm, de IN A BETTER WORLD, LA COMUNA y muchos otros films recientes del cine danés), una mujer salvadora que se dedica a negociar adopciones fuera del sistema. Y se transforma en su tabla de salvación. Al menos por un rato porque tampoco ella es tan amable, honesta o simpática como parece. En el mundo de THE GIRL WITH THE NEEDLE todo el mundo tiene segundas y terceras intenciones. Y casi nunca son buenas.
La película de Von Horn es un continuo de brutalidades que esta mujer vive por responsabilidad ajena e inocencia propia. El «qué suerte para la desgracia!» de la frase popular le cabe a la perfección a Katerine, que confía en gente en la que no debería. El único, en realidad, que no la maltrata es su desfigurado (ex) marido, pero con él no quiere saber nada y es ella quien lo desprecia a él. Como sucede en el «cine de la crueldad», acá no se salva nadie. Hasta nuestros «héroes» (o «heroínas») son brutales con los que están en peor situación que ella. Siempre hay un perro aún más muerto de hambre que merece mayor desprecio.
La película tendrá escenas de crueldad inusitada que apenas se disimulan por los planos lejanos o por el fuera de campo planteado por la elegante fotografía del polaco Michal Dymek (COLD WAR, EO). Pero uno puede sentir lo que le va pasando a la protagonista y a quienes la rodean. Es cierto que de un tiempo a esta parte uno va sintiendo que alrededor suyo la crueldad se ha puesto, o sea, digamos, «de moda». Y películas como esta, que quizás tengan como intención dejarla en evidencia, en otro sentido no hacen más que celebrarlas.
Hay algo terriblemente glamoroso en la manera en la que el realizador disfruta –ver sino la fotografía y la música elegida, además de algunos llamativos efectos especiales– de este show de la crueldad que por momentos coquetea con el cine de terror. Como sucede en los films antibélicos llenos de escenas de guerra, acá lo que queda en la memoria no es necesariamente la crítica al sistema sino el maltrato como modo de vida. La luz al final del camino puede estar, pero para verla hay que entrar al pozo armado hasta los dientes. Es que todo lo que nos rodea es peligroso, aunque no lo parezca.