Series: crítica de «Dirty Pop: la estafa detrás de las Boy Bands», de David Terry Fine (Netflix)
Esta serie documental se centra en Lou Pearlman, el «inventor» de Backstreet Boys y NSYNC, un empresario controvertido cuyos negocios eran más turbios de lo que parecían. Estreno de Netflix.
Hay tres problemas en esta serie documental que retrata, entre otras cosas, una etapa en el mundo de la música pop. El primero de ellos es que no trata, en realidad, de las boy bands sino que ellas son tan solo una parte, quizás la más famosa, de la historia. El segundo tiene que ver con una curiosa elección de la producción, que tiene que ver con el uso de Inteligencia Artificial para poner en palabras algunos textos de Lou Pearlman, el empresario que es el eje de la historia. Y el tercero, si se quiere, está relacionado con el punto de vista elegido, uno que acaso sea demasiado amable con su controvertido protagonista. Todos estos elementos hacen que a DIRTY POP, si bien es una serie entretenida, le cueste encontrar su eje.
El caso en sí es fascinante. Lou Pearlman, un empresario ligado al mundo de la aeronáutica –su negocio estaba, o parecía estar, ligado al alquiler de aviones a bandas de rock– y a los globos y dirigibles aerostáticos que se usan para publicidad, descubre a partir del éxito de New Kids on the Block, una banda que alquila esas aeronaves, el dinero que se puede hacer con las llamadas boy bands, estos grupos de chicos (cinco generalmente) que cantan y bailan temas compuestos e interpretados por otros. Basado en Orlando, Florida, ciudad a la que van muchos jóvenes con ambiciones artísticas (muchos de ellos terminan ligados a algún tipo de trabajo en Disney), Pearlman decide armar una banda así y lo logra, de un modo mucho más artesanal y casual de como se hace actualmente, reality shows mediante.
Así nacen los Backstreet Boys, que tienen que trajinar varios años y fracasos hasta lograr el éxito comercial en los Estados Unidos. Y el viejo zorro de Pearlman decide crear el también su propia competencia, la Pepsi de su Coca-Cola: los NSYNC, una banda casi idéntica a la anterior (la que generó el único solista famoso de todos, Justin Timberlake) que los iguala y hasta por momentos supera en éxito, todo esto a fines de los ’90 y principios de los 2000. Pero con la fama llegan los inconvenientes: los miembros de los grupos se dan cuenta que firmaron leoninos contratos y que después de años y años de trabajo apenas reciben unos miles de dólares. Esto abre una literal caja de Pandora de extraños negocios en la que las boy bands son apenas una parte colorida.
No vale la pena contar mucho más porque parte de la fascinación que tiene la historia es que uno no se imagina, necesariamente, el nivel de engaño que hay por detrás de los negocios de Pearlman. Las víctimas no serán solo los chicos y chicas de las bandas (Pearlman armó muchas más que las dos famosas), sino que de a poco el documental se irá abriendo a un mundo de raros negocios y mentiras que, si fueran parte de una ficción, uno dudaría en creerlas. Involucra negocios de todo tipo (restaurantes, bares, hoteles, emprendimientos varios) y un montón de personajes que terminarán de un lado o del otro de la «gran estafa» a la que se refiere el título.
Con testimonios de algunos de los chicos de las bandas (Howie Dorough y AJ McLean, de Backstreet Boys; y Chris Kirkpatrick, de NSYNC, además de otros de los demás grupos) y muchos otros involucrados en las distintas actividades de Pearlman (varios de los cuales trabajaban para él), DIRTY POP irá expandiendo hacia zonas impensadas la inicial historia de un extravagante productor de música pop. No, el problema no era si esos contratos con sus jóvenes artistas eran o no «leoninos», sino otros bastante más serios y multimillonarios.
La serie toma una rara decisión en lo creativo, poniendo en boca de Pearlman, mediante una voz hecha a través de IA, algunos textos escritos en su libro autobiográfico. Si bien son sus propias palabras (se muestran los textos en las páginas, para que no haya dudas), la idea genera una cierta incomodidad que no se termina de superar, más que nada porque no hay ninguna necesidad real de ponerlas de ese modo. Uno puede entender que se quiera evitar la voz en off, pero hay modos y modos de hacerlo.
Y la otra, a mi entender, tiene que ver con la manera en la que «perdona» al personaje, poniendo sus crímenes y delitos en un marco tal que uno debería terminar casi entendiendo o justificando parte de sus acciones. Dicho de otro modo: el tipo no fue otra cosa que un brutal estafador serial, pero DIRTY POP cree que hay algo simpático y hasta tierno en lo que hizo, que tuvo quizás más que ver con su personalidad (digamos, un tipo necesitado de afecto) que por ser una verdadera mente criminal. Y eso, amigos, no justifica absolutamente nada.
Lo mejor de DIRTY POP es observar el mundo que rodea a todas las operaciones de Pearlman, esa cultura norteamericana tan afecta –entonces y ahora todavía más– a la cercanía con las celebridades, la fama y el poder, ambición que lleva a que muchos hagan cualquier cosa solo para pertenecer, para ser parte de ella. Y Pearlman, que parecía ser una puerta de acceso a ese universo, prometía el paraíso a los que lo seguían, un poco a la manera de Donald Trump. Los dos fueron descubiertos, pero solo uno cayó en desgracia. Todavía no sabemos que pasará con el otro…