Estrenos: crítica de «El club de los vándalos» («The Bikeriders»), de Jeff Nichols

Estrenos: crítica de «El club de los vándalos» («The Bikeriders»), de Jeff Nichols

por - cine, Críticas, Estrenos
06 Ago, 2024 04:28 | 1 comentario

Esta película sigue las aventuras de una pandilla de motociclistas de Chicago entre 1965 y 1973 a partir de las historias contadas por sus integrantes. Con Austin Butler, Jodie Comer, Tom Hardy, Boyd Holbrook y Michael Shannon. Estreno anunciado para el 8 de agosto.


«He don’t hang around with the gang no more
He don’t do the wild things that he did before
He used to act bad, but he quit it
It make me so sad ‘cause I know that he did it for me
And I can see his heart, is out in the streets»

«Out in the Streets» – The Shangri-Las

En muchas clases de actuación se hace un tipo de ejercicio –llamémoslo «monólogo» o «solo»– que consiste en que uno de los estudiantes arme un personaje frente al resto de sus pares y cuente una breve anécdota que le pudo haber sucedido. No podía sacarme ese ejercicio de la cabeza mientras miraba THE BIKERIDERS, la elegante y nostálgica serie de viñetas americanas dirigida por Jeff Nichols e inspiradas por el libro de fotografías homónimo de Danny Lyon, quien también ha hecho cine. Organizado muchas veces a partir de entrevistas a los personajes, uno puede ver a la película como una larga serie de estos ejercicios de improvisación actoral en los que destacados intérpretes van delineando un personaje a través de ir recordando hechos o contando anécdotas a un interlocutor.

Están las pausas, los silencios, los recursos y hasta los tics que uno por lo general tiene asociado con los actores del Método. Y si bien es una elección completamente lógica en función del mundo que la película inspira, es imposible no notar el artificio por momentos extremo que propone Nichols. THE BIKERIDERS funciona como un bello ejercicio de estilo, una «puesta en anécdota» de las fotos de Lyon, la historia de una pandilla de motociclistas de Chicago desde los inocentes mediados de los ’60 hasta los más complicados principios de los ’70, con una guerra en fuera de campo (la de Vietnam) cuyas consecuencias cambiarían toda esa subcultura hasta tornarla irreconocible.

En términos más cinéfilos, la película funciona como un homenaje a James Dean, Marlon Brando y toda la iconografía de los biker films de los ’50 recapturados una década después por estos motoqueros vueltos fans y, setenta años más tarde, por un realizador enamorado de toda esa mitología. En ese sentido, EL CLUB DE LOS VANDALOS funciona como un mix que arranca inspirándose en EL SALVAJE, REBELDE SIN CAUSA, NIDO DE RATAS, LOS MARGINADOS y películas de ese estilo para concluir, varios años después, en un universo un tanto más cercano al de BUSCO MI DESTINO y bastante más complejo en términos dramáticos. Todo esto, además, resignificado a partir de la estética de buena parte del cine de Martin Scorsese, especialmente en sus trabajos con Robert De Niro.

Austin Butler encarna a Benny, el seductor y silencioso James Dean de los Vandals (así se llama la pandilla en la ficción), mientras que Tom Hardy interpreta al Brando del grupo, su líder introspectivo y misterioso. Pero la historia de ambos será contada a través de la tercera pata de ese curioso triángulo. Ella es Kathy (la actriz británica Jodie Comer portando un marcado acento regional de la clase obrera de Chicago), una chica que conoce casualmente a los Vandals en un bar de la zona en el que va a ver a una amiga. Al principio, cuenta en la entrevista que le da a Lyon (Mike Faist, el actor de AMOR SIN BARRERAS, otra película que se referencia acá) que funciona como voz en off de ciertas partes de la película, el mundillo le parecía horroroso. Pero un cruce de miradas con el carilindo y musculoso Ben pudo con sus resistencias.

A lo largo de sus casi dos horas, BIKERIDERS pondrá en escena una serie de anécdotas ligadas al grupo en general –peleas con otras bandas, problemas con la policía, picnics con alto consumo alcohólico y rencillas internas– y otras individuales de cada uno de los personajes, que funcionan a modo de monólogos. Ellos son Brucie (Damon Herriman), mano derecha de Johnny; Zipco (Michael Shannon, ya un actor del repertorio de Nichols), frustrado voluntario para ir a Vietnam; Cal (Boyd Holbrook), el fierrero del grupo; Cockroach (Emory Cohen), nombre cuyo origen él mismo explicará; y otros tipejos como los leales Wahoo (Beau Knapp) y Corky (Karl Glusman), el violento The Kid (Toby Wallace) y el literal hippie sucio Sonny (Norman Reedus). Casi todo este Dream Team de actores del método cuenta con alguna página de guión hecha a medida para ejercitar sus modismos regionales del habla y sus actorales pausas dramáticas inspiradas en repetidas horas de mirar a De Niro hablando frente al espejo.

Esa primera etapa del film dará paso a una segunda, que se organiza en función de otra entrevista, dada en 1973 por Kathy a Lyon, en la que se irán contando las derivas de casi todos esos personajes y de la banda en general, que empezó a verse un tanto superada por su crecimiento exponencial, por los conflictos internos y por una nueva generación de bikers con códigos diferentes a los de sus hermanos mayores. Kathy los divide en «bebedores de cerveza y fumadores de porro», resumiendo así sus distintos aspectos, costumbres y hasta modales. Sobra decir que, salvo específicas excepciones, Nichols le tiene mucho más cariño a los primeros.

En el medio de todo este bellamente reconstruido álbum de figuritas de la cultura motoquera (representativa banda sonora incluida) estarán delineados más que dramatizados los conflictos de los protagonistas: Benny como el chico intenso y violento que no sabe frenar sus impulsos y que solo piensa en andar en moto, Johnny como el líder que puede ser comprensivo y a la vez brutal, y Kathy como la chica que intenta sacar a su marido de ese cada vez más complicado medio sin lograr hacerlo. Todos los pasos del arco dramático de este tipo de pandillas que se desmembran (el modelo narrativo es BUENOS MUCHACHOS y Kathie es la Lorraine Bracco de la trama) están respetados, pero es difícil que uno pueda ir más allá del gesto y acercarse a algo más parecido a la verdad emocional de sus personajes.

Y eso, convengamos, es algo raro en el cine de Nichols. Si algo caracteriza a las películas del director de SHOTGUN STORIES, TAKE SHELTER, MUD y LOVING es su combinación entre realismo y emocionalidad a flor de piel, a veces a punto de caer en el exceso de intensidad. Pero esa carga dramática brilla por su ausencia en EL CLUB DE LOS VANDALOS. Uno observa fascinado el mundo que hábilmente ha recreado, escucha los conflictos de sus personajes y asume que hay ciertos momentos en los que debería sentir el doloroso peso de lo que les va sucediendo, pero raramente eso sucede. Y al final uno se queda con la sensación de haber visto una versión del libro de Lyon con la función Live Photo abierta.