Estrenos online: crítica de «Lazos de vida» («One Life»), de James Hawes (Amazon Prime Video)
Este drama de época narra la historia de Nicholas Winton, un inglés que salvó a centenares de niños refugiados durante la Segunda Guerra Mundial. Con Anthony Hopkins y Helena Bonham-Carter. En Amazon Prime Video.
Cada tanto reaparece un video en redes sociales que da a conocer a mucha gente la figura de Nicholas Winton. Para no spoilear uno de los momentos fuertes del film, no entraré en detalles acerca de lo que sucede allí. Viendo la película, de todos modos, uno sabe que está ante ese tipo de historias deudoras de la épica humanista de La lista de Schindler o similares títulos que cuentan poco conocidas historias de sacrificio y heroísmo durante la Segunda Guerra Mundial. La diferencia de este film de James Hawes es que está contado a través de dos tiempos: a fines de los años ‘80 y cincuenta años antes, cuando los nazis invadieron Austria y partes de la antigua Checoslovaquia.
En el presente del film (esto es, en 1987-88), el tal Nicholas “Nicky” Winton es un anciano inglés un tanto perturbado y caprichoso que parece algo frustrado con su vida. Interpretado por Anthony Hopkins, es un tipo que esconde con una actitud casual lo que parece ser algún tipo de incomodidad. Cuando su esposa Grete (Lena Olin) le pide que ordene o tire cajas viejas para hacer lugar en la casa para la llegada de un nieto, empezamos a descular a qué se debe su inquietud. Y eso, como corresponde a este tipo de películas académicas y de construcción clásica, se nos muestra a modo de largos flashbacks.
La película se mudará de allí a 1938. Nicky (interpretado de joven por Johnny Flynn) es entonces un banquero joven que viaja a Praga por una semana con la idea de ayudar a un amigo que les está dando una mano allí a los refugiados, pese a los reparos de su madre (Helena Bonham-Carter) que no quiere que ponga en riesgo su vida. Al llegar, el hombre se involucra rápidamente con las personas que allí se están ocupando de ayudar a las familias y a niños desplazados o sin hogar y se da cuenta de que tiene que hacer algo, que no alcanza con un plato de comida o con darles un abrigo. Y comienza a organizar un complicado plan internacional para sacar a los niños de allí en trenes y llevarlos hasta Gran Bretaña.
En paralelo, mientras se cuenta esa historia, la película vuelve cada tanto al presente, con Nicky ordenando, reabriendo cuadernos de hojas amarillentas y mirando fotos viejas, muchas de las cuales lo vuelven a llevar en viaje directo al pasado. Hay cosas que pasaron entonces que le duelen y es eso, más que nada, lo que no le permite valorar todo lo que sí logró hacer allí, justo antes del inicio concreto de la guerra. Un poco como le pasaba a Oskar Schindler en la película de Steven Spielberg, lo que no pudo concretar lo perturba desde entonces. Y eso ha afectado el resto de su vida.
One Life mantendrá esas dos líneas narrativas en paralelo todo el tiempo. En las escenas en Praga irá recorriendo los vericuetos burocráticos en los que Nicky se enreda en pos de salvar a los niños –escenas que la película presenta de un modo mucho más simple y sencillo de lo que deben haber sido en la realidad–, mientras que en su tercera edad el conflicto pasará más que nada por poder repensar su relación con el pasado, lo que derivará en el esperable momento emotivo que, los que conocemos parte de la historia a través del famoso video, estamos esperando.
Es una película correcta, en el sentido más gris del término. Lo mejor que tiene es un simpático encuentro entre Winton y un amigo con el que discuten qué hacer con el archivo. La escena no es más que una excusa para cruzar a Hopkins con Jonathan Pryce, pero se nota que los actores se divierten en el que quizás sea el momento más distendido y libre de todos. El problema principal de Lazos de vida es que funciona de un modo muy previsible, siguiendo a rajatabla un modelo de “historia humana de la Segunda Guerra” que se ha utilizado muchas veces. Es una película que no logra crear un conflicto propio que vaya más allá del consabido suspenso ante, digamos, la aparición de un oficial nazi pidiendo pasaportes en un tren y que tampoco construye algo original o diferente en las escenas que tienen lugar en los años ‘80.
Hawes ni siquiera lo logra en el momento más esperado de todos, ese en el que las fichas deberían caer una tras otra, en el que se reconstruye el citado video viral. Al ver la prolija reconstrucción de ese hecho será imposible no emocionarse un poco porque no hay forma de no hacerlo, pero uno tiene la sensación de que la oportunidad está desaprovechada, que la catarsis no aparece como debería ante una situación de tal impacto. La única relación que sí logra construir la película con cierto ingenio es la que Winton tiene con el archivo. El ir y venir, mediante un simple montaje, entre el rostro de Anthony Hopkins y unas viejas fotos de los niños que salvó de morir en los campos de concentración, dice más que los otros ciento y algo de minutos de Lazos de vida. Una escena, a veces, puede valer (casi) toda una película.
Nota publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires