Locarno 2024: crítica de «Bogancloch», de Ben Rivers
Este film de observación es una secuela de «Two Years at Sea» y retoma la vida de Jake Williams, un hombre que vive alejado de la sociedad en un bosque en medio de Escocia. En competencia en Locarno.
Una suerte de secuela –si es que se puede utilizar este término tan de la industria para este tipo de películas– de TWO YEARS AT SEA, que fue premiada en el Festival de Venecia 2011, BOGANCLOCH recupera la vida del hombre que protagonizaba aquel film de ensayo y observación. Jake Williams, tal es su nombre, es algo así como un ermitaño, un tipo que vive solo en medio de una zona boscosa, perdido en algún lugar de Escocia. Y lo que hacía Rivers entonces y hace ahora utilizando métodos bastante similares es observarlo en su vida diaria, en sus quehaceres y rutinas, cocinando, cantando, preparando su baño, escuchando música y trabajando en mantener su arrumbado hogar en el medio de la nada.
En el medio, pasan las temporadas en Bogancloch, que es como llama el lugar en el que vive, en medio del bosque de Clashindarroch, en Escocia. Lo vemos a Jake en verano y en invierno, con el paisaje alterándose radicalmente a su alrededor, lo mismo que algunas de sus rutinas. Habrá momentos en los que se lo verá relacionándose con otros –uno tendrá el aspecto de una clase con alumnos, en otro se lo verá cantando una canción típica escocesa junto a otras personas frente a un fogón– y de vez en cuando se lo escuchará hablar o canta solo, pero por lo general se trata de una película cuya banda sonora son los ruidos del ambiente, los casetes que Williams escucha y otros sonidos incorporados por Rivers. Cada tanto, unos planos de fotografías viejas darán una somera idea de la historia del personaje.
Pero lo más convocante, lo que más llama la atención (lo mismo sucedió en el film original), es el modo en el que el director de THE SKY TREMBLES AND THE EARTH IS AFRAID AND THE TWO EYES ARE NOT BROTHERS filma a su personaje y el ambiente que habita, utilizando rugoso y manipulado material fílmico (en 16mm. y en blanco y negro) y manteniendo los planos durante el tiempo necesario como para que el espectador se traslade físicamente a ese espacio rodeado de la naturaleza más salvaje. La película en sí es, de hecho, menos «documental» de lo que parece ya que Rivers ha contado que arma junto a Jake las escenas y repiten tomas las veces que sea necesario, como en cualquier ficción.
Estas dos películas de Ben Rivers –como varias otras en su prolífica carrera que cuenta con cortos, medios y largos, varios en colaboración con otros cineastas– recuerdan en espíritu a films como LA LIBERTAD, de Lisandro Alonso, utilizando una lógica similar a la hora de retratar desde un lugar discreto, de observación, la vida de una persona sola, alejada de todo. Rivers utiliza más recursos audiovisuales (algún drone, un montaje un tanto más tradicional, imágenes y sonidos mucho más manipulados), pero el objetivo a la larga es similar: hacer un retrato audiovisual de un hombre que vivía y sigue viviendo fuera del sistema.