Locarno 2024: crítica de «Salve María», de Mar Coll
Este drama familiar de origen catalán se centra en una madre reciente vive una fuerte depresión posparto que pone en riesgo la vida de su bebé recién nacido.
Que la maternidad no es necesariamente la experiencia más calma, relajada y apacible del mundo es algo que se ha contado en decenas de textos y, en menor medida, también en el cine. SALVE MARIA aporta a esa línea temática a partir de contar la historia de una mujer que atraviesa una crisis emocional muy fuerte al tener a su primer hijo lo que la lleva a obsesionarse con el caso de una mujer que resolvió su propia crisis de una manera, bueno, bastante brutal.
La protagonista se llama María (Laura Weissmahr) y es una escritora que tuvo un gran éxito con su primera novela, que le dio cierta fama y reputación. Casada con Nico (Oriol Pla), ambos catalanes, viven en Barcelona y todo parece ir relativamente bien en sus vidas. La llegada de la maternidad, sin embargo, altera los planes de una manera impensada, ya que María entra en una suerte de depresión posparto: su bebé llora todo el tiempo, no sabe que hacer ya para calmarlo y ha dejado todo lo que no es su cuidado de lado. Nico la ayuda –aún con sus limitaciones, es paciente y comprensivo con el momento que atraviesa–, pero no logra sacarla de ahí.
Dos cosas la sacan un poco de ese terreno. Dentro del grupo de madres al que concurre hay una chica de origen chileno con la que parece entenderse, que la admira como escritora y que también es franca respecto a las dificultades de la maternidad. Ella parece manejarlo mejor, de todos modos, pero al menos le funciona como una especie de compinche. La otra cosa que la obsesiona es un tanto más problemática y sale en las noticias. Es el caso de una mujer francesa llamada Alice Espanet que vive en Cataluña y que ha matado a sus hijos, ahogándolos. Primero lee y se informa sobre el caso. Y luego intenta encontrarla y tratar de entender los motivos por lo que hizo eso.
SALVE MARIA se mete de lleno en las zonas más oscuras de la maternidad, llevando a su protagonista a una zona psicológica limítrofe en la que uno empieza a temer por la suerte del pequeño Eric. La ayuda de su amiga o la colaboración de su marido no parecen alcanzar a sacarla de esa zona y Coll decide en un momento –quizás el único en el que la película pierde un tanto el rumbo– mostrar sus perturbaciones utilizando recursos propios del cine de terror, recursos que se vuelven un tanto innecesarios ya que la situación por sí misma es bastante aterradora.
La realizadora catalana de TRES DIAS CON LA FAMILIA ha venido trabajando en su cine temáticas ligadas a la familia y a la hipocresía de las burguesías acomodadas por lo que esta adaptación de la novela LAS MADRES, NO, de Katixa Agirre, se funde sin problemas con esa búsqueda. La película consigue subir la apuesta, en buena medida, gracias a la excelente interpretación de Weissmahr (a quien se vio hace poco en la serie FANATICO, junto a Lorenzo «Toto» Ferro), quien va dejando entrever no solo la crisis de María sino el estado mental que la lleva a considerar casi como una posibilidad hacer lo mismo que hizo Alice, generando una incomodidad y angustia que persiste a lo largo de la película, especialmente en su última parte.
Es por eso que la película no necesita sus accesos más propios del género, pero por suerte eso no termina por volverse central en la trama. El logro de Coll es que, aún cuando tememos por las cosas que pueda llegar a hacer la protagonista, el espectador no la ve como un monstruo sino como una mujer muy sobrepasada por las circunstancias. Es una película que tampoco asigna culpas a terceros –de hecho, hay gente que intenta ayudarla y aún así no lo logra– sino que presenta una tensión sin resolución sencilla como son las maternidades complicadas, turbulentas, enredadas. «Es un milagro que los basureros no estén llenos de bebés», dice un personaje en un punto álgido de la película. La frase es violenta, horrenda, pero en medio de la depresión de Marta hasta parece tener su lógica.