Locarno 2024: crítica de «Toxic» («Akiplėša»), de Saulė Bliuvaitė
La ganadora del Leopardo de Oro a mejor película del Festival de Locarno narra la historia de dos amigas adolescentes que sueñan con salir de su pueblo en Lituania convirtiéndose en modelos.
La vida cotidiana de una pequeña ciudad de Lituania puede parecer y ser bastante deprimente. Esa es la sensación que uno tiene al inicio de TOXIC, el film de Saulė Bliuvaitė que se quedó con el Leopardo de Oro a la mejor película del Festival de Locarno. El panorama edilicio –el paisaje, digamos– parece sacado de una versión arthouse del Springfield de LOS SIMPSONS: algún tipo de planta industrial, apariencias de desechos químicos, un gris que bordea lo apocalíptico. En el medio, adolescentes que tratan como sea de sobrevivir. Y, si pueden, de irse de ahí.
Bliuvaitė utiliza de un modo un tanto curioso dos recursos formales bastante distintos. Por un lado, TOXIC se presenta como una película bastante seca, realista, sobre la vida de dos chicas en un ambiente inhóspito como este. Pero, a la vez y de tanto en tanto, trabaja con la puesta en escena de un modo que llama la atención sobre sí misma: eligiendo curiosos ángulos de cámara, encuadres raros, elongando por demás ciertos planos y elidiendo otros, como si la película estuviera compuesta por una serie de cuadros separados entre sí. Esta dicotomía genera una rara fractura narrativa que al principio resulta un tanto extraña pero a la que uno se acostumbra y acepta, especialmente cuando nota que no se utiliza para generar distancia con las protagonistas y lo que les sucede.
Lo que aquí se cuenta es la historia de dos amigas, adolescentes, que buscan salir de ese lugar vía una «escuela de modelos», que básicamente consiste en una mujer que las entrena, las prepara y les promete futuros éxitos «en París o Tokio» a cambio de una copiosa suma de dinero para ingresar, para sacarse fotos, para lo que sea. También les exige que sean delgadas al máximo, lo cual creará la otra gran tensión y sacrificio para las protagonistas que, con tal de salir de ese ambiente desolador, llegan a límites insospechados.
Una de ellas, Marija (Vesta Matulytė), es nueva en la ciudad, vive con su abuela y es víctima de bullying en la nueva escuela, entre otras cosas, porque tiene una dificultad para caminar y cojea. Con la única que parece lograr cierta conexión es con Kristina (Ieva Rupeikaitė), una chica de la zona que a su manera también es un poco outsider. Son muy distintas entre sí –Marija es alta, tímida y callada; Kristina es extrovertida y arriesgada–, pero conectan, se llevan bien y se ayudan mutuamente en el ingreso a esta escuela en las que están rodeadas de chicas más convencionalmente bellas.
Para conseguir lo que suponen que es una futura fama, tendrán que hacer sacrificios dolorosos: ninguna de las chicas parece comer nunca (en un momento se meten algodón en la boca para disimular el hambre) y a Kristina no se le ocurre mejor idea que hacer un experimento con su cuerpo un tanto arriesgado. Marija tiene problemas con su «renguera», con el dinero y esas son sus mayores dificultades para avanzar. Una de las grandes virtudes de TOXIC es que no convierte al resto de las aspirantes en rivales entre sí, no crea un clima de competitividad extrema ni se centra en comportamientos «tóxicos» entre ellas, sino que cada una hace lo suyo para tratar de avanzar en lo que suponen es su futuro.
Pero Bliuvaitė y los espectadores saben que no pasa por ahí y la película encuadra las escenas de «entrenamiento» en medio del devenir cotidiano de las dos amigas: en el tiempo que comparten con otros chicos de la zona, con sus compañeras de «modelaje», con alguna fiesta que se torna complicada, con padres, abuelas y así. Es un retrato que se mueve a partir de ese sueño pero que entiende que la realidad está por fuera, que ahí es donde viven y muy probablemente seguirán viviendo.
Formalmente la película es audaz, arriesgada, por momentos un tanto caprichosa en su deseo de llamar la atención por la puesta en escena más que por lo que sucede dentro de ella. Pero Bliuvaitė no se regodea en lo que cineastas con similares tendencias –digamos, los Yorgos Lanthimos o Ulrich Seidl de este mundo– suelen hacer, no usa esa distancia formal para burlarse de sus personajes como si fueran marionetas un tanto idiotas y/o violentas entre ellas. Si hay un «culpable» acá es la propia situación económica que lleva a las chicas a equivocarse en su desesperación por salir de ese lugar. Y la escuela –con su seca directora– no es más que la representación de ese sistema que supone que donde hay una necesidad, hay un negocio.
Gracias a las dos actrices y a inteligentes decisiones narrativas que llevan a que TOXIC sea, finalmente, más una historia sobre la amistad que una sobre la crueldad, la competitividad o la violencia –eso existe, pero Bliuvaitė por lo general lo mantiene fuera de cuadro–, la película llega a lugares inesperados en lo que respecta a la relación de empatía que el espectador establece con los personajes. Uno sabe, sin dudas, que están recorriendo un camino equivocado, pero se pone igualmente de su lado, entiende qué es lo que les pasa y qué las lleva a hacer lo que hacen. Muy probablemente el modelaje no sea la solución a sus vidas, pero quizás les sirva para entender algo acerca de cómo funciona el mundo y de cómo protegerse un poco más de él.