Series: crítica de «Pachinko – Temporada 2», de Soo Hugh (Apple TV+)

Series: crítica de «Pachinko – Temporada 2», de Soo Hugh (Apple TV+)

La segunda temporada de la serie continúa con la historia de la familia de Sunja en los años ’40 y ’50, por un lado, y a fines de los ’80, por otro. Estreno: 23 de agosto por Apple TV+.

Esta saga histórica centrada en una familia coreana radicada en Japón fue un éxito crítico durante su primera temporada que se vio en 2022 y, si bien en Occidente no tuvo la repercusión que merecía (solo tuvo una nominación técnica a los Emmy y fue considerada una de las grandes olvidadas de esa edición), Apple decidió continuar con la historia. Por un lado, porque la primera temporada solo tomaba una parte de la larga novela de Min Jin Lee en la que se basa. Y, por otro, porque la serie es realmente buena y la empresa tiene los bolsillos lo suficientemente grandes como para apoyar uno de sus mejores productos. No debe ser menor, de todos modos, la importancia del mercado asiático al que también apunta su historia.

La segunda temporada continúa con la lógica de la primera (ver crítica acá), que consiste en mezclar la evolución de la familia de Sunja desde principios del siglo XX con un presente narrativo que retoma a algunos de sus miembros y descendientes en 1989. La primera temporada culminaba, en la parte más antigua, en 1938, antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, mientras que la «moderna» funciona en un mismo y continuo tiempo, así que nunca abandona ese 1989 en el que el nieto de Sunja, Solomon, vuelve a Japón desde los Estados Unidos y se pone a trabajar en negocios inmobiliarios mientras atraviesa complicadas situaciones sentimentales.

Pero el grueso de la historia, otra vez, estará puesto en el pasado más remoto, ya que por lo general el modelo formal de PACHINKO consiste en venir por alguna breve escena al Tokio de 1989 para luego regresar al pasado y así, a modo de contrapunto entre los sacrificios de entonces y la vida un poco más acomodada que tendrán luego. Esa es, quizás, la única convención que esta serie, clásica y melodramática en el sentido más tradicional del término, rompe. Cada vez que abandonamos los años ’40 y ’50 en los que transcurre la historia para saltar varias décadas, es como si se rompiera el encanto típico de un relato tradicional, de pueblo chico y rural, para pasar a otro, más urbano y moderno.

SPOILER ALERT PARA LOS QUE NO VIERON LA PRIMERA TEMPORADA

La historia continúa ya a fines de la Segunda Guerra, con Sunja (Kim Min-ha, de joven) y sus dos hijos, Noa y Mozasu, sobreviviendo como pueden en un barrio muy humilde de Osaka, con poco dinero y sin la presencia del padre, Baek Isak (biológico del segundo, pero en los hechos de ambos), que está en la cárcel. Los chicos son víctimas de bullying en la escuela por su origen coreano, pero ambos reaccionan de modo muy distinto a eso: el mayor Noa se torna solitario y se dedica a leer todo el tiempo mientras que el más simpático Mozasu enfrenta la situación con humor y astucia.

En lo que respecta a esa época la temporada irá avanzando en función de los problemas económicos y sociales que ellos tienen en un Japón que está a punto de perder la guerra e irá dejando para episodios posteriores eventos clave como el posible retorno de Baek, la partida a Nagasaki del cuñado de Sunja, la reaparición sorpresiva de Hansu (Lee Min-ho), padre de Noa y complicado «amante» de Sunja, una larga estadía familiar y conflictiva en una zona rural y lo que todos sabemos que pasará en ese país –y en la ciudad recién nombrada– para el fin de la guerra. Esos eventos ocuparán buena parte de la temporada.

En 1989 seguiremos con los intentos de Solomon (Jin Ha) de vender una casa de una anciana coreana que se resiste a hacerlo, en sus peleas en la empresa para la que trabaja y en su complicado romance con Naomi (Anna Sawai), una chica japonesa que trabaja allí. En tanto, su padre, Mozasu, abre una sala de pachinko y la ahora anciana Sunja (la gran Youn Yuh-jung) retorna a Tokio a visitar a su nieto. En ese tiempo el eje principal pasará por ver cómo Solomon lidia con su identidad, ya que ha nacido en Japón y tiene una complicada relación con el pasado coreano de su familia. Es que, por más asentado y asimilado que esté a la cultura local (y a la estadounidense, ya que estudió allí), siempre hay situaciones incómodas que tiene que atravesar, como una que vive con su abuela en un supermercado.

PACHINKO avanza, al igual que la primera temporada, a modo de fresco histórico de la vida de una familia a lo largo de un siglo y muestra cómo los hechos políticos, bélicos y económicos junto a experiencias específicas de los personajes van moldeando a cada uno de ellos. Pero no es, para nada, la historia de una familia de inmigrantes que empezó de abajo y, contra todos los pronósticos, triunfó. Es mucho más complejo y enredado que eso, ya que el odio y el racismo existen desde siempre, la cultura japonesa ha evolucionado desde aquellos tiempos –respecto al trato de los extranjeros y a la separación entre clases– pero no lo suficiente, y esa marginación termina generando, por oposición, otro tipo de monstruos.

Bella, triste y por momentos épica de la manera en la que estas sagas solían ser, con un carácter casi spielberguiano en la forma en la que la combinación de planos, música y diálogos logran ser emotivas pero nunca (o casi nunca) sensibleras, PACHINKO es una noble serie old school y, pese a un modo de relato que tradicionalmente podría definirse como «femenino» –quizás por su apego al formato del melodrama– en sus temas me hace acordar a EL PADRINO, cuya saga de varias generaciones también se apoya en una familia de inmigrantes que, a partir del rechazo de los locales, terminan generando, para bien o para mal, modos de funcionamiento económico propios con los que rebuscárselas. Acá es manejando pachinkos, siendo parte de la yakuza o hasta haciendo «negocios empresariales» para triunfar. El Lado B del milagro económico japonés. Lo que no sale en las fotos.