Festivales/Estrenos: crítica de «Dahomey», de Mati Diop (San Sebastián/MUBI)
Este documental premiado con el Oso de Oro en la pasada Berlinale se centra en la devolución de esculturas y objetos históricos a Benín de parte de Francia.
El número es 26, repite una y otra vez la voz que funciona como una suerte de narración en DAHOMEY, el documental de Mati Diop premiado con el Oso de Oro en la Berlinale que se presenta en el Festival de San Sebastián y pronto se estrenará vía la plataforma MUBI. El «26» es la cantidad de piezas antiguas de Benín que están siendo devueltas de parte de Francia a ese país más de 120 años de haber sido sacadas (robadas) de allí en lo que entonces era una costumbre habitual de los imperios europeos. Y la voz corresponde, metafóricamente, a una de esas piezas –el mismísimo Rey de Dahomey–, que habla en un tono gutural y cuenta algo así como las experiencias que vive durante ese proceso.
Lo que Diop filma, lo que da origen al documental, es ese proceso de devolución de esculturas y otros objetos que tuvo lugar en noviembre de 2021. Es un procedimiento cuidadoso y complejo que implica catalogar, revisar, desmontar, trasladar, volver a montar, exponer y miles de etcéteras más. Filmar el momento a momento es lo que la directora de ATLANTICS hace en primera instancia mientras que, en segunda, intenta contextualizarlo no solo desde una lectura política, social y económica ligada a la explotación de un país por el otro sino desde un costado cultural, de representación, de un pueblo que se ve reflejado a sí mismo a partir de sus obras artísticas.
El reino de Dahomey existió en lo que hoy es parte de Benín y estos artefactos culturales forman parte de su historia. Diop se ocupa de observar el detalle de los movimientos del traslado, del estado de cada una de las piezas, muchas de ellas guardadas en depósitos para luego llegar al país de origen, en el que las autoridades y la gente las recibe como si se tratara del regreso de héroes, campeones o similares hazañas. En esa reparación, en poder ir padres e hijos al museo local a ver esas piezas que recuerdan y celebran la historia grande del lugar, hay un importante proceso de justicia histórica. Y, en este caso, poética.
Es claro que esto no alcanza. Diop sabe que 26 piezas es apenas una parte de esa devolución. Y la voz, que representa al Rey Gezo –quien gobernaba Dahomey a mediados del siglo XIX–, lo va dejando en claro en sus poéticas «intervenciones», expresando una mirada y una posición extrañada ante lo que sucede. El recurso, también usado en PEPE, otra película que pasó por la competencia de Berlín, tiene sus particularidades y, más allá de gustos, le agrega una cuota poética al film que de otra forma, quizás, no tendría. O no tanto.
Entre debates universitarios acerca del significado de esa devolución, algunos lados oscuros de la historia de Dahomey y la observación de detalles de cada pieza, Diop pone atención en los festejos populares en las calles, en las fiestas, los bailes y los desfiles que reciben las piezas. Lo que en un país es un objeto olvidado, perdido en una larga galería o escondido en un depósito, en Benín es parte integral de la historia, un objeto que tiene tanto valor artístico como de memoria nacional. Es un gesto que, en el mundo en el que vivimos quizás no signifique demasiado, pero vale la pena que exista, que continúe y que sirva, por lo menos, como metáfora de los abusos de las políticas colonialistas de entonces y de ahora.