San Sebastián 2024: crítica de «El llanto», de Pedro Martín-Calero (Competición)
En esta coproducción española y argentina, una serie de mujeres relacionadas entre sí empiezan a ver en sus pantallas las figuras de un hombre misterioso que las acecha peligrosamente.
No se ven, usualmente, películas como EL LLANTO en la competencia oficial de San Sebastián. Sí es habitual toparse con films como este en Sitges o en funciones de medianoche en cientos de festivales. Pero, gracias a films como TITANE o THE SUBSTANCE, entre otros, el terror se ha ganado el derecho, merecidísimo, por pelearle premios a los dramas, films de autor y de época que usualmente plagaban las competiciones festivaleras. Y a esta película española coproducida y filmada en buena parte en Argentina le ha tocado ese honor. Y ha salido íntegra, ha sobrevivido al desafío. No se puede decir lo mismo de todos los personajes, claro. No sería una película de terror si no fuera así.
EL LLANTO, coescrita por el director e Isabel Peña (habitual coguionista de Rodrigo Sorogoyen), comienza con las enigmáticas imágenes de una mujer en un club nocturno bailando desenfrenadamente y al minuto, para el shock de los que están con ella (y de los espectadores, especialmente los que no sabían qué era lo que habían venido a ver), dándole cabezazos a la barra hasta lastimarse severamente. ¿Lo hace sola? ¿Hay algo misterioso que la empuja a hacerlo? De eso, en cierta medida, irá la película, que partirá de allí para contar tres historias (¿o cuatro?) divididas en capítulos.
Primero conocemos a una chica española joven (Ester Expósito, de la serie ELITE) que tiene un novio en Sydney con el que hablan por zoom. Es adoptiva y acaba de recibir la noticia de la muerte de su madre real, a la que nunca conoció, en Argentina, más precisamente en La Plata. Una muerte en circunstancias misteriosas que se conecta con un crimen en el que estuvo involucrada en el pasado, con un raro edificio que hay en la ciudad y con algunas otras misteriosas circunstancias.
Cuando parece que se dedicará a investigar eso que pasó, su novio nota una rara presencia humana, de fondo, en un zoom que hace con ella, algo que no es visible a los ojos. Poco después, en otra videoconferencia, esa criatura misteriosa con cara de viejo enmascarado, mata a su novio. Ella lo ve, pero para todo el mundo es un suicidio. Y allí la chica se decide a investigar qué es esa suerte de fantasma que empieza a aparecer de fondo en videos telefónicos. Y, desesperada, empezará a temer también por su vida.
El segundo episodio de la historia será en La Plata, tendrá que ver con una joven cineasta argentina (Malena Villa), que empezará a seguir a una mujer para filmar una película. Y en sus videos aparecerá de vuelta la criatura, el edificio y otras circunstancias entre terribles y misteriosas. Y luego se nos contará la historia de esa otra mujer, francesa (Mathilde Ollivier), a la que ella filmaba, que es la misma que vimos al principio del relato, cerrando un ciclo de mujeres conectadas entre sí a las que una aparentemente maligna y amenazante figura masculina persigue. El problema es que no tienen pruebas y, como solía suceder en estos casos, las tratan de locas.
EL LLANTO –la lógica del título se develará más cerca del final– es enigmática, potente y tiene un par de escenas de alto impacto que provocaron unos cuantos gritos en la sala aquí en San Sebastián. La lógica, más allá de lo extravagante y algo caprichoso del recorrido de la trama (no debe haber en la historia un film de horror que no tenga una escena en la que alguien se meta, a sabiendas, donde no debería), es bastante simple. Estamos hablando de una violencia machista invisible y, por tanto, indenunciable, que puede seguir a varias generaciones de una familia pero también al género femenino como tal. Y Martín-Calero encuentra modos visuales generalmente efectivos para ponerla en escena.
Con un formato que se acerca más al «terror de autor» que al más comercial, EL LLANTO transcurre en gran parte en La Plata, una ciudad que no está tan representada en nuestro cine como debería estarlo. Cuando la conexión con la muerte y la Argentina del pasado se hacen presentes temí que la película fuera a lugares ligados a la historia política más dura del país, lo cual habría tornado aún más directa la metáfora, pero por suerte eso no sucede. La conexión del film entre España, la Argentina y Francia está más que nada sostenida por la universalidad de ese tipo de violencia de género. O esa es la idea que transmite el film.
Lo cierto es que, pese a sus excesos, su porcentaje de implausibilidad y su lógica por momentos un tanto caprichosa, EL LLANTO funciona, estremece (especialmente, algunas escenas) e impacta. Es de esas películas que dejan en claro que estamos ante un realizador con muchas ideas visuales para trabajar en el marco del género y con mucha capacidad para llevarlas a cabo. Como toda primera película, tiene sus problemas, pero también la evidencia de mucho talento.