Venecia 2024: crítica de «To Kill a Mongolian Horse», de Xiaoxuan Jiang (Giornate degli Autori)
En medio de las estepas, un jinete mongol convertido en artista cuida su rancho durante el día y realiza trucos a caballo para el público por la noche.
En las profundidades de Mongolia conviven hasta hoy zonas rurales que parecen quedadas en el tiempo con otras, más urbanas y cercanas en aspecto a las urbes más grandes y conocidas de cualquier lugar del mundo. Y conviven, también, dos estilos de vida a partir del trabajo. Están los campesinos, los que trabajan como pastores, en esos campos muchas veces fríos y desangelados en lo que parece ser el medio de la nada. Y los que tienen labores en la ciudad, de otras características. Saina hace las dos cosas a la vez. De día, trabaja como cuidador de caballos en un establo y a la noche, en la ciudad, trabaja en un show para turistas montando a caballos con coloridos disfraces y acrobacias. Sobra decir que lo que cuenta el show se parece muy poco a lo que sucede en la realidad.
Esa doble vida se mantiene, constante, a lo largo de buena parte del relato. En su vida diurna, Saina se ocupa de su hijo, lidia con su ex mujer y tiene que manejar a su complicado padre, con el que siempre parece estar a punto de empezar a discutir. El problema central es que los trabajos «reales», los ligados a la labor física, en el campo y con los animales, están desapareciendo, se va haciendo imposible vivir de ellos. Y en ese sentido, cada vez más, Saina tiene que apoyarse en su costado de discreto showman en un espectáculo que muestra esa otra vida campesina desde un costado épico, romántico y muy masculino que no tiene mucho que ver con su experiencia.
Esta opera prima se basa en un caso real y el protagonista, Saina, es la misma persona en la que la historia se basa, haciendo una versión ligeramente ficcionalizada de sí mismo. La desaparición de esos trabajos clásicos tienen que ver con cambios culturales pero principalmente, con los climáticos, ya que las sequías vuelven muy difícil sostener la labor en el campo. Esa pérdida laboral, sumada a los conflictos ligados a su difícil situación con su ex y a la sensación de que poco y nada de lo que muestra en el espectáculo lo representa, llevará a Saina a una crisis.
TO KILL A MONGOLIAN HORSE funciona a partir de esos contrastes entre lo urbano y lo rural, lo tradicional y lo moderno, y en términos cinematográficos también circula en medio de esos parámetros. Más un retrato que una película narrativa clásica, es un film que funciona gracias a la observación, que premia la paciencia del espectador y que de a poco va llegando a lugares inesperados en lo que respecta a la vida del protagonista. La última y seguramente inolvidable secuencia pone todos esos contrastes en juego y deja en claro que hay un mundo que se va terminando y otro que se lo lleva por encima, terminando con una forma de vida a su paso.