Estrenos: crítica de «Terrifier 3: payaso siniestro», de Damien Leone
Cinco años después de los violentos sucesos del film anterior, el temible Art the Clown regresa para arruinarle la Navidad a todo aquel que se lo cruce. Estreno: 31 de octubre.
Esta versión pasada de rosca de las viejas slasher movies de los ’70 y ’80, a las que imita en estética, es algo así como un splatter-fest para los fanáticos del cine de terror más crudo, brutal y sangriento. Es el humor y cierta ironía sobre su propio proceder el que la hace más tolerable que otras películas del mismo subgénero que se toman demasiado en serio a sí mismas. Pero no por eso deja de ser una experiencia extrema. Y quizás gracias a eso es que esta saga acerca de un clown asesino que descuartiza y despedaza a sus víctimas, mientras se ríe desaforadamente e imita y se burla de los gritos desesperados de los que están del otro lado de su variado arsenal de armas, se ha convertido en el nuevo fenómeno indie del terror. La pequeña película que llegó…
Hacía tiempo que no sucedía pero la historia del cine de terror está llena de películas que se inician de un modo muy independiente, con una película pequeña que se vuelve de culto y luego, secuelas y secuelas mediante, termina todo convirtiéndose en una especie de imperio comercial. De LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVOS a LA MASACRE DE TEXAS, los ejemplos son muchísimos. El de TERRIFIER, si bien no está ni por asomo a la altura, cualitativamente hablando, de las dos citadas, es un fenómeno similar. Primero Leone hizo unos cortos con el personaje de Art. En 2016 realizó un largometraje que fue directo a formato hogareño. Y para 2022 tenía TERRIFIER 2, con estreno cinematográfico y éxito masivo.
TERRIFIER 3 multiplica ocho veces el presupuesto de la anterior (sigue siendo bajísimo, ya que pasó de 250 mil dólares a dos millones) y lleva recaudado el triple (la anterior hizo 15 millones y la nueva ya anda por los 45) en apenas un par de semanas en salas. Toda esta cadena de cifras sirve como excusa para explicar que en la saga de Leone hay algo que se mantiene pero también algo que se empieza a perder por culpa del fenómeno. Como pasa con todos estos «descubrimientos»: son simpáticos, ocurrentes y originales una vez, quizás dos veces. Para la tercera se consolida eso que conocemos como fórmula y todo empieza a degenerar.
La nueva película mantiene algo característico, lo que la hace quizás más simpática de lo que debería ser: ese look fílmico propio de la época de oro del slasher (segunda mitad de los ’70, principios de los ’80), ese aspecto casero, de actores desconocidos y efectos prácticos que por momentos hasta se parece a esos ejercicios que adolescentes fanáticos del terror filman en sus casas con sus amigos. Pero si eso la mantiene «con los pies en la Tierra», el franchising de la marca la mete en una zona opuesta y peligrosa: la necesidad de crear una mitología, de hacer crecer un montón de otros elementos fantásticos que permitirán, a futuro, desarrollar otro tipo de historias. Y ahí, cuando se pone calculadoramente industrial, la película pierde.
Más allá de eso, lo que verán en el cine es exactamente lo prometido. No hay trampas acá. Esto es primer plato, plato principal y postre, aunque mejor no pregunten qué es lo que comen. La escena inicial –de esas que transcurren cronológicamente en otro momento pero son puestas adelante para atrapar al espectador– es bastante bestial e incluye al tal Art the Clown (una labor encomiable, mezcla de comediante de cine mudo con aterrador mimo de plaza, cortesía de David Howard Thornton) disfrazándose de Papá Noel/Santa Claus y entrando en la casa de una familia para interrumpir, a hachazo limpio, sus festejos. De movida queda claro que Leone ha levantado la apuesta y deja la cámara allá donde otros cortan. Acá hay cortes, sí, pero no solo los de montaje.
La historia viaja cinco años al pasado para mostrarnos cómo Art se «recupera» de lo que fue el final de TERRIFIER 2 gracias a un policía primero y a un par de guardias de seguridad torpes después que se lo topan en su camino. Y, más que nada, gracias a la ayuda de la poseída y desquiciada Victoria (Samantha Scaffidi), que pasa a ser algo así como su asistente del infierno, conformando una dupla Joker-Harley Quinn que mete bastante más miedo que la de Joaquin Phoenix y Lady Gaga, que solo asustaba cuando él intentaba afinar al cantar una canción. Ay, lo recuerdo y me da pesadillas…
Mientras ellos retoman su sanguinaria actividad y empiezan, disfraz típico mediante, a liquidar gente que se prepara para la llegada de la Navidad, Leone nos va mostrando a Sienna Shaw (Lauren LaVera), la final girl de la historia y sobreviviente de TERRIFIER 2 que sale de un hospital psiquiátrico bastante recuperada de lo que pasó cinco años atrás. Con su hermano menor –otro sobreviviente– en la universidad, Sienna va a vivir con su tía Jessica (Margaret Anne Florence); el marido de ella, Greg (Bruce Johnson) y la pequeña Gabbie (Antonella Rose), que la adora y se fascina con su prima «famosa».
La chica siente que Art ha vuelto pero no dice nada por temor a que la vuelvan a encerrar, así que la película deja todo en el ambiguo terreno de las visiones o pesadillas. Lo mismo sucede con algunos flashbacks a su infancia (su padre, dibujante de comics, lo encarna Jason Patric), que van a servir para ir armando la mitología de la saga, la que justifica en cierto modo lo difícil que es para el payaso liquidarla. ZONA DE POTENCIALES SPOILERS Y así avanzará todo hasta llegar a un ultraviolento y muy doloroso encuentro a motosierrazo limpio con dos conductores de un podcast de true crime –escena que homenajea al clásico de Tobe Hooper– para pasar de allí al esperado enfrentamiento/reencuentro entre las partes que seguramente dará paso a la esperable secuela y sus derivados varios. FIN DE SPOILERS.
Matando con lo que tiene a mano (del hacha a la maza pasando por la citada motosierra o un artefacto explosivo si es necesario), Art se ha vuelto la personificación del terror por sí mismo, por placer, por diversión. Seguramente en algún momento todo será explicado y justificado, pero no parece haber por ahora lógica alguna a sus actos, o si la hay no es evidente. Hay algo salvaje, impredecible y sin límites del accionar del payaso que lo hace especialmente intenso, algo que su costumbre de hacer siempre varias de más («¿por qué matar a alguien con un solo hachazo si es mejor despedazarlo con veinte?» parece decir) acrecienta. No se trata de una saga apta para cualquier aficionado pasajero al género, sino que está hecha para los fans hardcore del derroche de glóbulos rojos por las paredes.