Festivales: crítica de «Fogo do vento», de Marta Mateus (Valdivia)
Esta opera prima portuguesa que pasó por el Festival de Locarno se centra en un grupo de trabajadores del campo que quedan atrapados en el lugar por la presencia de un amenazante toro.
Llega a la competencia del Festival de Valdivia, tras pasar por Locarno, la opera prima de Marta Mateus, de esas películas que uno sabe que son portuguesas con solo ver dos planos. Hay algo, si se quiere, en el aire del film que produjo Pedro Costa que remeda a decenas de otras películas de sus compatriotas. El uso del material fílmico, la fotografía bella y preciosista a la vez, la banda sonora con una fuerte presencia de los sonidos del ambiente, el ámbito campestre, el tipo de actuaciones de no profesionales que declaman textos de elegante poética, los tiempos calmos, los conceptos narrativos clásicos dejados de lado y las canciones –sin instrumentos aquí, pero canciones al fin– que los protagonistas comparten son todos elementos, que juntos y/o separados, se suelen ver en las películas de esa nacionalidad.
Dentro de ese esquema familiar para todo aquel que mire cine de festivales y haya visto un par de films portugueses en la última década, la película de Mateus encuentra algunos espacios y alternativas propias, que van del realismo a la fantasía, de lo poético a lo político, y del día hacia la noche más profunda. Todo o casi todo transcurre en un ambiente campestre y, durante su primera parte, el film parece dedicado a retratar el trabajo en el campo, con sus rutinas, densas desde lo físico pero amables en lo humano. Y, sobre todo, comunitarias, atravesadas en grupo.
Sabemos que todo transcurre en la región de Alentejo, pero hasta cierto momento no sabremos en qué época, ya que el trabajo en el campo puede parecerse a sí mismo a lo largo de mucho tiempo. En esta larga serie de personajes se destaca una joven llamada Soraia (Soraia Prudencio) y será ella la que motorice el conflicto principal del relato, uno que probará más que nada ser la excusa del desarrollo poético/narrativo. Soraia se corta, va dejando gotas de sangre a lo largo del terreno y por eso un toro salvaje hace su aparición en el campo forzando a los trabajadores a subirse a los árboles para ponerse a resguardo, especialmente cuando el toro en cuestión hiere a uno de ellos.
Y a los personajes se les vendrá, literalmente, la noche mientras esperan que alguien los rescate o que el toro decida irse. Ese hecho llevará a lo que, finalmente, será central en la película: los diálogos entre todos ellos, los monólogos de cada uno, las historias que contarán, las canciones, las poesías, los reclamos de ayuda y algunas discusiones (a Soraia la culpan por lo que les pasa) mientras el toro parece seguir ahí y el herido está cada vez peor. Claramente no es época esa de celulares (sobre el final quedará claro que se trata de un momento importante en la historia política de Portugal), por lo que solo queda esperar y desesperar.
Quizás, la película no lo deja en claro nunca, en FOGO DO VENTO los tiempos se mezclen, conectando –en esa larga noche hacia el día siguiente– épocas distintas, historias del pasado con otras más cercanas en el tiempo. Mateus prefiere observar y escuchar. En la larga noche oímos voces –no siempre sabemos de quienes vienen– y allí surge también la poesía de lo cotidiano que aportan estas voces no entrenadas de gente de pueblo que dicen los textos de manera estentórea, entre recitada y declamada. Se trata de un estilo que en lo personal siempre me genera un cierto distanciamiento pero que a la vez, entiendo, es un efecto buscado en esa línea que pasa por Pasolini, Straub-Huillet y se extiende al citado Pedro Costa.
FOGO DO VENTO quizás no sorprenda a quienes tenemos un background en cine portugués, pero de todos modos se suma a una tradición moderna que, apoyándose en la obra de clásicos realizadores del pasado, intenta retratar las vidas de las clases populares en contextos laborales difíciles y opresivos. Aquí bien se puede pensar en ese misterioso toro como una directa metáfora para hablar de ese control y esa opresión. Lo único que podrá salvar a los que lo sufren, a los que no pueden moverse libremente por su «vigilancia», será dejar de culparse unos a otros y ponerse de acuerdo para encontrar una solución al problema. Así fue antes y así sigue siendo ahora.