
Series: reseña de «Rivales» («Rivals»), de Dominic Treadwell-Collins y Laura Wade (Disney+)
Esta serie británica muestra el detrás de escena de la vida en un canal de televisión inglés a mediados de los años ’80.
Bajo la apariencia de ser una serie sobre la industria televisiva en la Gran Bretaña de los años ’80, con todos los cambios que se dieron a partir de las privatizaciones, RIVALS es en realidad una mezcla entre la telenovela de la noche y una sex comedy, de esas que bien podrían haber sucedido en esos mismos escenarios unos siglos antes. Es un combo arriesgado, muy old fashioned, que funciona en sus propios términos siempre que uno sepa con lo que se va a encontrar. Sí, habrá cuestiones ligadas a la competencia entre la BBC y las televisoras privadas, además de una cantidad de intrigas relacionadas con el detrás de escena de la industria, pero en lo esencial la serie adaptada de una de las novelas de Jilly Cooper será una serie sobre esposas, amantes, affaires, sexo, intercambio de parejas y todo tipo de movidas de ese estilo en el ámbito de la clase alta (y muy alta) de Gran Bretaña en 1986 y 1987.
Más cerca de DINASTIA que de DETRAS DE LAS NOTICIAS, la serie comienza con un pase y una mudanza. El canal de televisión Corinium contrata a Declan O’Hara (Aidan Turner), un famoso periodista de la BBC para conducir su talk show nocturno. El hombre en principio rechaza la idea –es un periodista serio, de investigaciones políticas y no le interesa mucho hacer bromas con «el nuevo James Bond» o cosas así–, pero la propuesta es muy generosa en lo económico y, supone, saludable en lo personal. Lo ubican en un gran caserón campestre en el que se instala con su mujer, Maude (Vanessa Smurfit), con la que viene teniendo problemas de relación, y dos de sus hijas: Taggie (Bella Maclean), de 20 años –que no se siente a gusto con las costumbres de quienes la rodean– y Caitlin (Catriona Chandle), una adolescente fascinada con su nueva vida.

Pero la acción pronto se mueve hacia otros lados. De hecho, ellos no son los «rivales» del título sino Lord Tony Baddingham (David Tennant), el dueño de Corinium, y Rupert Campbell-Black (Alex Hassell), un aristócrata vanidoso, ex campeón olímpico y conocido playboy que además es ministro de Margaret Thatcher. Y allí se abrirá un mundo de conflictos profesionales pero, más aún, sentimentales o sexuales. A Campbell-Black le descubren un affaire con Sarah (Emily Atack), la mujer de un congresista, pero nada mancha su imagen. Luego está seduciendo a Maude –que lo mira con lascivia– y a su hija Taggie, que lo rechaza, un tanto asqueada. A la vez Baddingham, que está casado (es su esposa la que tiene alcurnia y dinero), tiene un affaire con Cameron Cook (Nafessa Williams), que es la principal creativa del canal.
Y esto es solo el principio de un juego de alcobas, sexo en baños, en cuartos, a la vista de todos y escenas hot de esas que ya no se filman y que, convengamos, causan un poco de gracia vistas en la plataforma de Disney+ al lado de los nuevos episodios de la nueva serie de Marvel o de INTENSA-MENTE 2. Habrá un millonario llamado Freddie Jones (Danny Dyer) que quiere invertir en el canal al que le gusta Lizzie Vereker (Katherine Parkinson), una escritora de novelas románticas casada con un conductor del mismo canal y que representa a la novelista dentro de la ficción, la que va escribiendo esta historia mientras husmea en las intrigas de alcoba de los distintos miembros de la aristocracia, los nuevos ricos y los empresarios ingleses. Y muchos enredos y affaires más, concretados o por concretarse.
Es una pena que la serie no desarrolle más todo lo ligado al canal de televisión en sí, su crecimiento, sus conflictos, las diferentes maneras de buscar rating que la clásica seriedad de la BBC en una década en la que la lógica de los medios empezaba a cambiar. Eso aparece en la serie –el show de Declan es central en ese aspecto–, pero por lo general está utilizado en función de las rencillas personales entre los protagonistas. Y pronto queda claro que O’Hara y Baddingham piensan usar el show para intentar humillar y acabar con la carrera de Campbell-Black, más por problemas entre ellos que por otra cosa.

Para disfrutar la serie hay que entrar en el tono que propone, una exagerada comedia sexual con ninfas deseosas y hombres que se pavonean mientras las observan, diálogos filosos y cargados de doble sentido, y la lógica de una época en la que la sexualidad se vivía y, sobre todo, se filmaba bastante más libremente. Hoy eso, salvo en ciertos realities, no pasa. Acá pasa un hombre, le toca el trasero a una mujer y ella le sonríe, seductora, casi pidiendo más. Una mujer desnuda a un hombre con la mirada y le mete una mano ahí abajo mientras le habla de cosas de trabajo. Y así. Se trata de una serie para adultos, libertina en más de un sentido, tan entretenida como completamente absurda. Que transcurra en el mundo de un canal de televisión termina siendo casi un detalle.