Estrenos online: crítica (con spoilers) de «Cómplice en fuga» («Marmalade»), de Keir O’Donnell (Max)
En esta comedia policial un hombre encarcelado le cuenta a otro presidiario su historial delictivo junto a su particular amante. Con Joe Keery, Aldis Hodge y Camila Morrone. En Max.
Vista de un modo lineal, MARMALADE es una comedia policial noventosa, de esas que se hacían por decenas en esos años, la aventura de dos jóvenes enamorados que roban, se fugan, tienen sexo y vuelven a hacer todo otra vez, mientras se ríen de todo, se visten con las ropas más extravagantes y parecen burlar a la policía siempre. Vista así podría ser un mix/copia entre ASESINOS POR NATURALEZA, TRUE ROMANCE, BONNIE & CLYDE, THE DOOM GENERATION, BADLANDS, CORAZON SALVAJE o cualquier cosa de esas que ya vimos mil veces con otros rostros.
Pero sin dejar de ser del todo eso, COMPLICE EN FUGA propone algo más complejo, algo ligado a cómo se cuentan esas historias, a la diferencia entre la versión cinematográfica y la real de la vida criminal, entre el mito y la realidad. Y ese ángulo, que aparece en cierto momento de la trama, amplia los significados de un film que, al menos hasta cierto punto, no se alejaba demasiado de lo que estaba copiando. Más adelante, luego del anuncio de spoilers, detallaré más al respecto.
En principio es la historia de Baron (Joe Keery, de STRANGER THINGS), que es detenido tras robar un banco. Al joven timorato y un poco inocente lo ponen en una celda junto a un tipo afroamericano, bastante mayor que él, llamado Otis (Aldis Hodge), que es un experto en fugas. Baron le pide que lo ayude a fugarse pero Otis se niega, hasta que le promete 250 mil dólares si se fuga con él y ahí la cosa empieza a parecerle más interesante.
A partir de eso Baron empieza a contarle, con lujo de detalles, a un al principio desinteresado Otis, cómo terminó en la cárcel. Y allí la película pasará a contar, a modo de flashback, la historia de cómo Baron, un chico tranquilo y solitario que se ocupaba de cuidar a su madre enferma, conoció a Marmalade (la actriz argentina/estadounidense Camila Morrone), una de esas chicas entre salvajes e inocentes que suelen aparecer en estas historias: el sueño de todo joven enamoradizo, un tipo de personaje que, por sus características, se dio en llamar «manic pixie dream girl«.
Es ella quien involucra a Baron en la vida del crimen y ambos los atraviesan como si se inspiraran en las películas antes citadas: sexo, caos, diversión y robos, enmascarados y disfrazados. Ella es la que los lleva adelante y él, embobado, la deja hacer. Pero lo más importante para el chico es cuidar a su madre y en un momento empieza a dudar de las intenciones de Marmalade. Ella, por su parte, tiene también una historia dura y difícil que la humaniza. Entre bloque y bloque de flashback, la película vuelve a la celda para mostrar cómo Otis pasa del fastidio al interés por algunos detalles y cómo se va involucrando cada vez más en lo que se cuenta.
ZONA DE SPOILERS
El primero de los dos grandes giros narrativos de la trama tiene lugar poco antes de la mitad. Allí se revela que Otis es en realidad un agente del FBI que está haciéndose pasar por un preso para sonsacarle a Baron más información sobre Marmalade, ya que es a ella realmente a la que buscan. Es que la mujer tiene un historial delictivo del que Baron parece, en ese momento, no tener mucha idea. Ahí nos enteramos que ayudarlo a escapar a él es, más que cualquier otra cosa, usarlo como señuelo para capturarla a ella, de la que tienen imágenes robando enmascarada.
Así se seguirá narrando la historia hasta la preparada fuga de Baron. Otis lo sigue con intención de capturar a Marmalade y de a poco el hombre se da cuenta que los verdaderos engañados fueron ellos, ya que la tal Marmalade no existe. Lo que Baron le contó fue, en plan LOS SOSPECHOSOS DE SIEMPRE (otro policial muy imitado en los ’90), todo mentira. En realidad él mismo es el criminal al que los policías siempre veían robar «disfrazada» de chica con ropas excéntricas y una máscara bizarra. No solo eso, sino que la historia de abusos adjudicada a ella en su «cuento» era, en realidad, su historia. De hecho, el verdadero objetivo del robo y de la trama inventada era lograr que la policía detuviera al verdadero Baron, el empresario farmacéutico abusador. Ah, y al final se revela que la madre sigue viva y que no murió como en su «cuento».
Allí la película se resignifica a sí misma más como un policial acerca de cómo se cuentan ese tipo de historias, acerca de la diferencia entre la imaginación y la realidad, entre lo cinematográfico y lo más terrenal. Si bien MARMALADE no lleva a fondo esa teoría –aún en su versión «realista» sigue siendo muy «película»–, la idea de que tanto Otis como los espectadores nos hayamos creído la existencia de un personaje tan fantasioso como el que interpreta Morrone habla más acerca del cine que consumimos que de nuestra familiaridad con la vida criminal.
Los giros agigantan las actuaciones del trío. La primera vuelta de tuerca –en la que se desvela que Otis no es un preso sino un agente– permite ir viendo como Hodge va y viene entre dos personajes muy distintos. Y con la revelación posterior, Keery deja de ser ese chico bobalicón e inexperto al que juega ser en la cárcel para mostrarse, sobre el final, como un genio criminal. Y, por último, entendemos que Morrone actúa todo el tiempo a un personaje, a una fantasía masculina de lo que es una «mujer criminal» joven, bella y que quiere sexo todo el tiempo.
Si a uno de entrada le parecía raro que Marmalade se muestre tan entusiasmada por el tontuelo de Baron, la explicación está ahí. Ella es un personaje que existe, más que en su imaginación, en su estrategia de fuga. No la crea para su propia fantasía sino para la del agente del FBI (que Baron siempre supo que lo era) y para la de los espectadores, que caímos también en su trampa. Pese al ingenio de su resolución, que resignifica absolutamente todo lo que vimos antes, MARMALADE no llega a ser una gran película. Es ingeniosa, inteligente, estructuralmente muy bien pensada, pero durante la mayoría del tiempo sigue siendo la película que Baron cuenta. Y esa, lamentablemente, la vimos mil veces.