Estrenos online: crítica de «La delatora» («Winner»), de Susanna Fogel (Max)

Estrenos online: crítica de «La delatora» («Winner»), de Susanna Fogel (Max)

Este film de ficción se centra en la historia de la «delatora» Reality Winner, desde su infancia hasta el caso que la convirtió en una celebridad. Con Emilia Jones, Zach Galifianakis y Connie Britton. En Max.

La historia de Reality Winner llegó a los medios de los Estados Unidos en 2017, pero los motivos no los contaremos ya que su caso no tuvo tanta trascendencia internacional como en su país de origen (no googleen si no quieren saberlo). El año pasado se estrenó una película de docuficción llamada REALITY en la que se contaba su historia, pero en ese film –protagonizado por Sydney Sweeney– el foco se ponía en lo específico, casi minuto a minuto, del caso concreto en sí. Y hubo también un documental, centrado en lo que sucedió allí. WINNER, en cambio, se propone como una biografía de la vida de esta mujer que se metió en líos con el estado al «delatar» informaciones secretas. Lo curioso acá es el tono, ya que Fogel cuenta su historia de un modo más cercano a la comedia que al más esperable drama político.

La vida de Reality Winner (sí, ese es su nombre real) es narrada en la voz en off y se inicia cuando era niña, allá por el 2001, y se caracterizaba por un espíritu rebelde, heredado de su padre Ron (Zach Galifianakis, en un papel breve pero clave), un escritor bastante progresista. Su familia la completa su madre Billie (Connie Britton), una trabajadora social, y su hermana menor Brittany (Kathryn Newton), quizás la más «convencional» de toda la familia. Reality era una niña intensa, capaz de liberar perros de una guardería y de ponerse a estudiar siendo muy chica varios idiomas de los países árabes (farsi, pashto y dari, lenguas que se hablan especialmente en Afganistán) para tratar de saber más acerca de lo que estaba pasando en Medio Oriente, impactada por el atentado a las Torres Gemelas.

El film se centrará en su juventud, en sus estudios, en su entrenamiento militar, en un noviazgo, en la relación con su familia y en su interés por la política, siendo crítica de los excesos de su país en esa región. Por su conocimiento de las lenguas árabes es contratada para escuchar conversaciones que los militares graban en zonas de conflicto. Su trabajo es intenso y clave, ya que lo que ella traduce e interpreta puede derivar en la muerte de esas personas y es algo con lo que debe convivir. En el interín, la siempre intensa Winner corre, hace pesas, ve las noticias y sueña con que la envíen a Afganistán para colaborar, siempre desde un lugar que ella percibe como «solidario», en el frente.

Pero eso no sucede, su vida toma otros rumbos y poco después se topa con una de esas situaciones complejas al entrar en contacto con secretos de estado de un potencial delito que las autoridades del país niegan. ¿Qué hacer ante un caso así? ¿Respetar el juramento y quedarse callada o encontrar la manera de denunciar los hechos? Todo esto sucede poco después del caso de Edward Snowden, quien de alguna manera funcionó como inspiración a la hora de «delatar» secretos de estado potencialmente incriminatorios, aún cuando esas denuncias puedan complicar los intereses del país. Y en un momento la película ya si se centrará en los hechos concretos que la hicieron mediática.

Interpretada por una carismática Emilia Jones (la protagonista de CODA), a Winner se la presenta como una chica que no descansa nunca, quizás para no tener que pensar demasiado en las consecuencias de sus actos. El guión de la propia Fogel y de la periodista Kerry Howley (autora de la nota que dio origen a la película) está lleno de pequeñas anécdotas, la mayoría simpáticas, ligadas a su relación con su papá (al que adora), a las tensiones con su hermana (con la que no se lleva bien) y a la conflictiva situación de trabajar para gobiernos y autoridades militares con las que no solía estar de acuerdo.

Si bien el tono cómico le quita un poco de seriedad a la situación –convengamos que lo que pasa con ella es bastante dramático–, uno entiende la necesidad de aligerar la historia y de apoyarse en las curiosidades del personaje para hacerla más accesible y comprender mejor sus decisiones y elecciones. Es un acercamiento que no siempre funciona bien –digamos que el film no profundiza demasiado en las contradicciones políticas de lo que sucedió allí–, pero que hace entretenida y curiosa a una historia que ya se ha filmado y que tiene varios puntos en común con otras. Habrá muchos «delatores» de secretos de estado dando vueltas, pero lo que entiende Fogel es que Reality Winner hay una sola.