Estrenos online: crítica de «Pedro Páramo», de Rodrigo Prieto (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Pedro Páramo», de Rodrigo Prieto (Netflix)

por - cine, Críticas, Estrenos, Online, Streaming
03 Nov, 2024 12:18 | comentarios

Basada en la novela de Juan Rulfo, que se considera una de las más importantes de la historia de México, la película narra la historia de Juan Preciado quien, tras la muerte de su madre, viaja a la remota aldea donde nació para buscar a su padre, Pedro Páramo. Desde el 6 de noviembre en Netflix.

“Me acordé de lo que me había dicho mi madre: «Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz.”

Juan Rulfo, “Pedro Páramo”

Me mataron los murmullos”, dirá Juan Preciado. Las voces, el aire pesado, los susurros que se cuelan en medio de la noche. Las nubes espumosas, el campo seco, el ruido que hace la misma Tierra desde sus entrañas. En Comala no hay nada más que sombras. Una ciudad abandonada a sus perturbaciones, a sus crímenes y pecados, a sus secretos. Preciado la recorre en busca de su padre, Pedro Páramo, encomendado por su madre, Doloritas, poco antes de morir. No lo conoce, jamás lo vio, es un fantasma para él. “No vayas a pedirle nada –le dijo Doloritas–. Exígele lo nuestro. El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”. Pero su padre está muerto. Murió hace muchos años.

PEDRO PÁRAMO es una inmersión en el tiempo y en el espacio. Escrita por Juan Rulfo en 1955 –y considerada un antecedente directo del “realismo mágico” que estallaría una década después–, la breve novela mexicana crea un mundo que existe y no existe a la vez, un escenario reconocible del México profundo pero uno que está poblado de ánimas, recuerdos y tiliches, uno en el que el pasado y el presente conviven, incómodos pero acostumbrados. Para Preciado es distinto. El acaba de llegar y no entiende porque los muertos hablan, los sordos escuchan y galopan caballos que no existen. 

En Comala la gente desaparece, se esfuma, como absorbida por el viento. Están y después no están más. Se mueven sigilosamente, como si estuvieran escondiendo algo. Pero cuentan historias. Y Juan las escucha. Y quiere saber más. PEDRO PÁRAMO es un libro, ahora una película, sobre esas historias. Y sobre el lugar en el que se están contando, que es la misma Comala y no es. Que son sus despojos, sus cenizas, sus murmullos. “Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre”, dirá Pedro en un momento. Y así lo hizo. Y este revuelo de fantasmas es lo que quedó.

Esas historias que le cuentan a Preciado hablan de Pedro, al que conocemos como un niño enamorado (“cada vez que respiraba suspiraba, y cada vez que pensaba, pensaba en ti, Susana”), como un cacique de estancia tiránico y agresivo, como un anciano apesadumbrado y de vuelta al principio. Y del Padre Rentería, conflictuado entre Dios y un puño de monedas de oro. Y de los revolucionarios, que “nos hemos rebelado contra el gobierno y contra ustedes porque ya estamos aburridos de soportarlos”. Y de Dorotea, la Cuarraca, “una que trae un molote en su rebozo y lo arrulla diciendo que es su crío”. Y de Eduviges, Damiana, Don Fulgor, Miguel Páramo, al que “le gusta la pendencia” y la misteriosa mujer que “se desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco de lodo”. Y de Susana, la chica de ojos de aguamarina vuelta torturada mujer “metida siempre en su cuarto, durmiendo, y cuando no, como si durmiera”. Los que recuerdan y los que son recordados. Los que sueñan y son soñados. Los vivos y también los muertos. 

Rodrigo Prieto, director de fotografía mexicano de amplio espectro capaz de trabajar en LOS ASESINOS DE LA LUNA y BARBIE el mismo año –además de AMORES PERROS, SECRETO EN LA MONTAÑA, ARGO y EL LOBO DE WALL STREET, entre muchas otras– debuta en la dirección con un desafío no apto para temerosos. Para muchos, PEDRO PARAMO es la mejor novela mexicana del siglo XX y bien decía Alfred Hitchcock que si uno dirige libros muy famosos tiene más posibilidades de arruinarlos. No solo por la cantidad de ojos entrenados en los detalles de la novela de Rulfo dispuestos a juzgar cada plano y cada diálogo, sino por la dificultad específica de darle una estructura cinematográfica clara al mundo fantasmático y mutante creado por el autor.

La dificultad de adaptar PEDRO PÁRAMO no pasa solamente por hacer convivir distintos planos de la realidad –el cine fantástico viene haciendo eso hace rato– sino por la complejidad en la que Rulfo organizó en el texto esos cruces. En la novela, pasado y presente se entrecruzan todo el tiempo, las escenas se presentan de modo omnisciente pero también desde perspectivas específicas y un espacio/tiempo da paso a otro sin previo aviso. No hay capítulos separados, ni muchas aclaraciones de quién, cómo, dónde, cuándo. Está, por momentos, más cerca de la poesía que de la prosa. Y eso, cuando se lo pone en imágenes, corre el riesgo de aplanarse, aclararse en demasía, perder el misterio.

Prieto, retomando y reconvirtiendo un guión de larga data escrito por el español Mateo Gil (director y guionista que supo meterse en similares enredos espacio-temporales en films como ABRE LOS OJOS, de Alejandro Amenábar), toma el camino más orgánico, recomendando, según él, por Martin Scorsese: ser lo más respetuoso posible con el texto original. Lo cual, convengamos, no facilita demasiado la tarea. Ser “respetuoso” con PEDRO PÁRAMO es liberar al espectador a navegar las complejas conexiones y ambiguas relaciones que traza el texto en su ir y venir entre pasado y presente, realidad y fantasía, vivos y muertos. Es que para Rulfo, todos son parte de lo mismo.

La ecuación funciona. Visualmente ambiciosa –llena de escenarios tenebrosos que se iluminan para volverse a oscurecer, como un mismo lugar fotografiado a través de las décadas y organizado en un álbum de modo random–, PEDRO PÁRAMO logra transmitir a través de nobles elementos cinematográficos el clima de angustia, violencia, miedo, tensión y misterio de la novela. Quizás no aporte nada nuevo o diferente a lo que ya se ofrece desde el texto –de hecho, las pocas cosas que se sienten “agregadas” quizás sobren–, pero tampoco la traiciona, ni la banaliza o transforma en un formato accesible pensado para no complicarles la vida a buena parte de los suscriptores de Netflix.

El elenco que incluye a Manuel García-Rulfo (Pedro), Tenoch Huerta (Juan), Giovanna Zacarías (Dorotea), Mayra Batalla (Damiana), Héctor Kotsifakis (Fulgor), Ilse Salas (Susana) y Roberto Sosa (Rentería), entre muchos otros, navega muy bien entre los textos en off y los diálogos que, en muchas ocasiones, son calcados de la precisa y muy evocativa prosa de Rulfo, ubicándose justo en el límite antes de sonar excesivamente literarios. El diseño de producción tuvo que imaginar una Comala —dos, en realidad– de la que Rulfo apenas traza algunas pocas líneas en la novela, más ocupado de la precisión de los detalles que de grandes párrafos descriptivos. Y la música de Gustavo Santaolalla le agrega el clima entre triste y agobiante que la historia necesita. Quizás la ausencia más sensible –o, al menos, un eje dejado en un segundo plano– sea la dimensión política de la novela, lo que tiene para decir del México de los años de la revolución.

En lo esencial, claro está, PEDRO PÁRAMO no reconstituye el texto de Rulfo como quizás sí lo hacía Lucrecia Martel cuando desarmó y rearmó ZAMA, de Antonio Di Benedetto. Pero el espíritu y ciertas maneras de navegar entre realidades es parecido. A su modo, la historia de Juan Preciado tiene algo de la hitchcockiana REBECCA –un caserón y un pueblo lúgubre poblado de fantasmas que le helaron el alma al narrador–, mientras que la de su padre se organiza, usando una similar arquitectura (a)temporal, como una especie de CIUDADANO KANE rural, con una Rosebud de carne y hueso que vive con un recuerdo intenso que no se apaga y que Pedro nunca llegará a conocer. 

Más cerca del espíritu gótico de “Mientras agonizo”, de William Faulkner o “Cumbres borrascosas”, de Emily Brontë, que del realismo mágico que se le aplica un poco por pereza geográfica, la saga de Juan, de Pedro y de los fantasmas de Comala sigue provocando asombro, fascinación y, sobre todo, no pierde su magia –ni resigna del todo su ambición poética– en su transposición cinematográfica. Sigue siendo la historia de un amor imposible, de un dolor eterno y de un rencor vivo, que atraviesa el tiempo, el espacio y las generaciones.