Series: reseña de «Un hombre infiltrado» («A Man on the Inside»), de Michael Schur (Netflix)

Series: reseña de «Un hombre infiltrado» («A Man on the Inside»), de Michael Schur (Netflix)

Un jubilado encuentra un nuevo aliciente en su vida cuando contesta a un anuncio y empieza a trabajar como topo en una investigación secreta en un geriátrico. Con Ted Danson. Estreno de Netflix.

Inspirado en la trama del documental chileno EL AGENTE TOPO, la nueva comedia del creador de la versión estadounidense de THE OFFICE, Michael Schur, tiene en realidad más puntos en común con otro éxito de una plataforma de streaming vecina: ONLY MURDERS IN THE BUILDING. Si bien toma su punto de partida y su McGuffin narrativo del film nominado al Oscar de Maite Alberdi –un anciano se «infiltra» en un geriátrico para tratar de encontrar quién es el o la culpable de un robo–, el formato es muy similar al de la comedia protagonizada por Steve Martin y Martin Short. Esto es: una comedia ligera, de intriga y misterio bien old school, que transcurre en un espacio físico determinado (allá un edificio, acá un geriátrico) y que pone el eje en un público de, digamos, «cierta edad».

Si bien no está a la altura de la otra serie –no tiene el ingenio, la complejidad y especialmente el casting de ONLY MURDERS…–, A MAN ON THE INSIDE funciona siguiendo similares prerrogativas, partiendo de una situación del tipo policial tomada de un modo ligero pero intentando llegar a alguna zona más humana y emocional ligada a los personajes que retrata. En eso, la serie sí se parece a la película de Alberdi, cuyo mayor logro pasaba por inmiscuirse en cuestiones más ligadas a la soledad y la conexión entre los distintos residentes que a descubrir quién, qué, cuándo y cómo alguien le robó algo a otra persona.

Acá, el «agente topo» en cuestión es un tal Charles (Ted Danson, la estrella de CHEERS, THE GOOD PLACE y de habituales apariciones en CURB YOUR ENTHUSIASM), un hombre viudo, elegante, cuidadoso, culto y obsesivo que disimula lo más que puede el dolor por la muerte de su esposa, una escritora. Su hija Emily (Mary Elizabeth Ellis), ocupada con sus tres impresentables hijos, no tiene tiempo para estar con él y, preocupada por que no se deprima, le insiste para que haga actividades. Lo que no imagina es que Charles, intentando salir de su rutina casera, se presenta para un trabajo un tanto curioso: de espía infiltrado con una misión secreta.

Al quedar elegido tras una serie de entrevistas laborales que se asemejan bastante a las de la película chilena, Charles debe ponerse a las órdenes de la detective Julie (Lilah Richcreek Estrada) con la misión de infiltrarse en una residencia geriátrica –la elegante y coqueta Pacific View de San Francisco– y resolver desde allí el misterio del robo de una reliquia familia. Y la serie consistirá en los encuentros, desencuentros, intrigas, misterios, confusiones y enredos que surgen mientras el obsesivo y elegante Charles investiga en ese lugar lleno de curiosos residentes, algunos simpáticos y otros un tanto más extraños y o complicados.

Además, claro, el «topo» debe investigar a las personas que trabajan allí, potenciales sospechosos también; y a los familiares de los residentes que vienen a visitarlos. En el medio, claro, debe evitar que descubran cuál es su objetivo, ya que la directora del lugar, Didi (Stephanie Beatriz), ve toda su situación como algo extraña. Esta excusa argumental sirve para que Charles vaya conociendo a un gran grupo de personas, interiorizándose de sus historias y haciendo amigos (y enemigos) mientras, en paralelo, corren los giros del guión ligados a más robos y a las historias secretas que rodean tanto a la institución como a su personal y pacientes.

Se trata, a diferencia del documental chileno, de un geriátrico lujoso, de menús exclusivos e instalaciones propias de un hotel cinco estrellas, por lo que aquí no se analizan especialmente las condiciones ni el trato a los ancianos, al menos no en primera instancia. Es, más que nada, un divertimento ligero, por momentos un poco largo (como sucede con muchas series el guión está excesivamente recargado de pistas falsas, sospechosos e intrigas varias que no aportan demasiado) y que encuentra sus mejores momentos cuando tanto Charles como su hija o algunos de los residentes del geriátrico se abren y se conectan desde un lugar más íntimo y personal. Allí, el McGuffin pasa a segundo plano y sale a la luz lo mejor que tiene para ofrecer UN HOMBRE INFILTRADO: su empatía con el género humano.