El jugador de poker en el cine: de antihéroe a estratega
Cómo se ha ido transformando la percepción del juego de cartas en el cine, desde una visión que les atribuía connotaciones negativas a otra en la que se resalta su inteligencia y capacidad de control.
Nos adentramos en cómo se ha ido transformando la percepción del juego de cartas en los filmes, algo que se manifiesta en la evolución de los personajes jugadores, desde una visión que les atribuía las connotaciones negativas del tahúr hasta otra en la que se resalta su inteligencia y capacidad de control.
El cine ha sido siempre un fantástico vehículo tanto para representar estereotipos sociales como para crearlos, teniendo por tanto una doble naturaleza proyectiva y configuradora. Esto queda de manifiesto a la hora de abordar figuras como la del jugador de poker, un personaje que ha ido evolucionando en las narrativas cinematográficas, hasta llegar aparecer a día de hoy como sinónimo de estratega.
Esta nueva concepción también obedece al redimensionamiento de la percepción del juego, cada vez menos imbricada con la simple suerte y más asociada a otras vertientes suyas como la psicológica y la propia estratégica.
Para la hegemonía de esta última visión ha sido muy importante que el juego de cartas haya visto crecer a su alrededor en las últimas décadas todo un circuito de competiciones, que han fomentado la parte competitiva del juego, disfrutable también online en la plataforma líder en juegos de poker, donde los usuarios tienen la oportunidad de acceder a torneos en los que la estrategia y el estudio de los rivales adquiere una importancia decisiva.
Pero antes de ser un estratega, el jugador de poker era más bien un antihéroe, al menos si hacemos caso a la imagen que de él nos transmitía el cine, sobre la que nos vamos a extender en las siguientes líneas.
El tahúr de timbas
En el cine de los años 40 y 50, ya se tratase del western o del noir, los personales que jugaban al poker destacaban por su ambigüedad moral, pudiendo representar el arquetipo del forajido, el oportunista o el vividor, y a veces incluso un poco de todos ellos a la vez.
Así, en obras clásicas como el El hombre que mató a Liberty Valance (1962), los jugadores de cartas aparecen como unos personajes que encarnan el ecosistema caótico del Far West, en el que las normas quedaban relegadas en detrimento de la astucia.
En otras películas emblemáticas del cine negro como El sueño eterno ( 1946), protagonizada por Humphrey Bogart encarnando a Philip Marlowe, se refleja muy a las claras una visión negativista, en la que el ambiente de juego se asocia a clubes nocturnos y casinos clandestinos repletos de personajes sospechosos.
En el cine de esta época y de las décadas siguientes, la representación del jugador de poker en sus versiones más amables va a estar rodeada de una aureola de misterio, temeridad,cinismo desencantado y cierta rebeldía romantizada. Mientras que las más peyorativas van a incidir en su carácter tramposo y manipulador.
El jugador de póker como gran estratega
En los años 1990 y 2000 se da un cambio en la imagen que el cine transmite del jugador de poker. Un nuevo paradigma que coincide con la eclosión de los casinos online, si bien cabe plantearse hasta qué punto esta correlación implica causalidad.
Lo que sí que resulta indudable es que durante estos años se produjo el gran auge de la vertiente competitiva poker, particularmente con el Texas Hold’em, por lo que comienza a prender en la cultura popular la concepción del jugador como un estratega que ha de desplegar determinadas tácticas para ganar, de igual modo que un equipo de fútbol o baloncesto.
Pasamos entonces de la imagen del tahúr capaz de todo para empezar a resaltar las habilidades mentales, matemáticas y psicológicas de los jugadores. Algo que se refleja muy a las claras en películas paradigmáticas como Rounders (1998), en la que un joven Matt Damon aprovecha sus destrezas en los ámbitos referidos para triunfar en el poker y lograr su redención personal.
Con todo, en esta década de los 90 todavía nos podemos encontrar con la visión clásica del jugador como forajido, tal y como muestran películas como Maverick (1994), en la que Mel Gibson hace de jugador de poker carismático que despliega un sinfín de trucos y se aprovecha de su encanto de forma manipuladora para salirse con la suya. Así, estaríamos ante el arquetipo clásico, pero visto bajo una mirada indulgente que también aflora los escasos deslices heroicos del personaje.
En cambio, una década después, en una película española como La vida mancha (2003), nos vamos a encontrar con un jugador de poker totalmente distinto, el encarnado por José Coronado, que utiliza su frialdad y su inteligencia estratégica jugando al poker para ganar, un control que también exhibe en su vida personal, en las antípodas de su hermano que sume en el caos a su familia, lo que aboca al trágico desenlace.
Pero si hay una película que represente el arco de transformación del poker, desde los ambientes más sórdidos a los más glamurosos, esa es sin duda Molly’s Game (2017), protagonizada por Jessica Chastain, la actriz de Secretos de un matrimonio, que en el filme interpreta a Molly Bloom, una esquiadora olímpica retirada que se convierte en la organizadora de exclusivas partidas de póker para la élite de Hollywood y Wall Street.
Pasamos así de los ambientes dudosos de las timbas del viejo Oeste y el cine negro a los más exclusivos, de los arquetipos de antihéroe al de los grandes estrategas poderosos, a caballo de una nueva concepción del juego por parte de la sociedad, que ha permeado al cine como manifestación cultural producto de ella.