Estrenos: crítica de «Nosferatu», de Robert Eggers
En esta nueva versión del clásico ya llevado al cine por F. W. Murnau y Werner Herzog, el director de «La bruja» retoma la clásica historia del vampiro de Transilvania y de aquellos que tienen la mala suerte de cruzarse en su camino. Con Lily-Rose Depp, Nicholas Hoult y Nill Skarsgard. Estreno: 2 de enero.
Con la severidad y (pre)potencia a las que nos tiene acostumbrados, Robert Eggers ofrece en NOSFERATU su propia versión del mito vampírico, una que recupera las versiones folclóricas iniciáticas y más espeluznantes de esa conflictiva criatura combinándolo con relecturas si se quiere modernas y feministas que surgen de ese mismo trazado, uno que existe en la cultura popular desde muchísimos siglos antes de su aparición en la literatura del siglo XIX gracias, entre otros, a la obra de Bram Stoker. Como se sabe, NOSFERATU surge como una versión alterada de ese DRACULA –por motivos de derechos y cambios de locaciones– para la película dirigida por F. W. Murnau en 1922, pero de ahí en adelante cobró una vida relativamente propia por su distintiva iconografía y su giro en cuanto al eje temático respecto a la otra mirada a un similar (¿mismo?) personaje.
La versión del realizador de LA BRUJA y EL FARO, un ávido fan de los mitos y leyendas antiguas, se caracteriza por reunir o hacer convivir miradas y acercamientos diferentes en una misma obra. Eggers es un cineasta interesado en reconstruir minuciosamente los universos en el que estas historias transcurren, pero a la vez les otorga una intensidad propia del cine de terror del siglo XXI. Y lo mismo sucede con las temáticas de todas ellas. A simple vista sus películas parecen transportarnos al lugar de los hechos como en tiempo presente, ofreciendo un acercamiento directo, sin metáforas y sin ponerse por encima de lo que nos cuenta, pero insidiosamente sus films son en sí mismos una relectura de las leyendas que recuperan. Ya desde el punto de vista elegido –en este caso, el de Ellen Hutter, la protagonista de la historia; la «Mina Harker» de esta versión–, NOSFERATU propone y hasta destraba varias lecturas posibles de este texto canónico.
En los créditos finales Eggers confirma que su film se apoya tanto en NOSFERATU como en DRACULA y esto es evidente en la forma en la que hace convivir en una sola película lo que antes eran «diferencias» entre ambas. Si bien el trazo narrativo se organiza de un modo muy parecido al de la versión de Murnau, retomada en 1979 de un modo un tanto melancólico por su compatriota Werner Herzog, este NOSFERATU incorpora de entrada esa potencia sexual, de deseo prohibido y conexión física que hay entre Ellen Hutter (Lily-Rose Depp) y el Conde Orlok (Bill Skarsgård), que en los films previos recién aparecía sobre el final. Ese es, aquí, el hilo conductor de la trama y el motor de las repercusiones que el cuento tiene, tanto interna como externamente. Es esa especie de afiebrada sexualidad subterránea (más esperable en el seductor Conde Drácula que en el más esperpéntico Orlok) la que organiza los acontecimientos y la que genera la potencia física y vibración emocional del film.
Eggers es un cineasta muy seguro de lo que quiere, con mucha convicción respecto a sus habilidades y una enorme confianza en su capacidad de transmitirla al espectador. Sus películas lo toman a uno de los pelos y se lo llevan puesto. Es por eso que, si bien los mundos que retrata pueden ser arcaicos o de una especificidad un tanto alienante, el hombre siempre encuentra la manera de involucrar al espectador en el más recóndito de los universos imaginables. Es ese mundo creíble que genera y la contundencia audiovisual con la que se lo lanza a la cara al espectador lo que permite que pasen de largo muchos trucos viejos del cine de terror, que utiliza con paciencia y sabiduría, solo cuando lo cree necesario y supone que nadie lo espera. En ese sentido, Eggers es un maestro de disimular el jump scare, de dejar todo tan tieso e inmóvil que cuando el susto aparece, noquea. Y NOSFERATU es una clase maestra de cómo armar ese combo.
La película transcurre en 1838 y se inicia con el viaje de Thomas Hutter (Nicholas Hoult, en un gran momento tras protagonizar JURADO Nº 2 y la inminente THE ORDER), un joven empleado de una inmobiliaria de la ciudad alemana de Wisborg, a una aldea perdida en Transilvania, en medio de los Cárpatos, para hacer firmar el contrato de la compra de una enorme casa abandonada a un misterioso Conde Orlok. Ya su jefe, el Sr. Knock, le deja entrever que será una empresa complicada y peculiar, algo que se reafirma cuando Hutter llega a una aldea cercana al castillo en el que el conde vive y, al contar a sus pobladores hacia donde viaja, recibe miradas y comentarios entre atemorizados y agresivos.
En tanto, en casa las cosas no son tan sencillas. Ellen se queda sola con una amiga, su marido (Emma Corrin y Aaron Taylor-Johnson) y sus hijas, pero es bastante evidente que la mujer no está del todo bien. Sufre lo que algunos llaman «melancolía» o ataques de histeria que aparecen como una mezcla de sonambulismo y posesión demoníaca. De entrada para los espectadores queda claro que esas pesadillas o premoniciones de alta carga sexual están relacionadas con el tal Orlok, pero pasará mucho para que esa conexión se haga más evidente y concreta para todos los demás.
Y, en el medio, está la trama por muchos conocida: el encuentro abrumador de Hutter con Orlok, todo lo que pasa en su castillo, los viajes de ambos de regreso y la reunión de todos los personajes –a los que se suma el Profesor Von Frantz, el Van Helsing de esta historia, interpretado por Willem Dafoe– ya de nuevo en un Wisborg acechado por las ratas, la peste y la muerte. Pero, a diferencia de las versiones anteriores, Eggers deja en segundo plano todo lo que pueda conectar a su historia con las temáticas pandémicas (el vampiro como un virus es una idea propia del film de Murnau, realizado poco tiempo después de la llamada pandemia de la gripe española), para poner su atención principal en esa suerte de triángulo amoroso/sexual entre Orlok, Ellen y Thomas.
Con una fotografía que bordea por momentos el blanco y negro, un uso del claroscuro más propio de las pinturas del siglo XIX que del expresionismo alemán de 1920 (la película de Murnau, llegado el caso, tampoco exagera el uso de los recursos formales de ese estilo) y una banda sonora contundente tanto en lo musical como en el tratamiento de los ruidos y sonidos ambiente, NOSFERATU logra ser intensa y abrumadora sin dejar casi nunca de ser elegante y hasta sutil. Más allá de estar cuidada en todos sus detalles, lo que asombra en el cine de Eggers –salvo en EL HOMBRE DEL NORTE, quizás su película más plana– es su capacidad para generar atmósferas y meter al espectador en un clima de poderosa y turbia ensoñación, una máquina cinematográfica casi perfecta que esconde muy bien las trampas y se impone desde el impacto, un poco como lo hace el propio Orlok, con ese vozarrón en muy acentuado inglés que parece provenir del centro mismo de la Tierra.
Dentro de un gran elenco en el que se destaca Dafoe en el rol de un científico experto en ocultismo y previsiblemente pasado de rosca que es el único que tiene idea de cómo tratar los ataques de Ellen sin sedarla y atarla a la cama, las miradas se irán con Depp, que parece inspirarse en la Linda Blair de EL EXORCISTA para crear un personaje que es un temblor vivo, que se alza y arquea con una mezcla de miedo y deseo que no se detiene nunca, ni aún ante riesgo de muerte. Mientras su marido se mete en la literal boca del lobo para conseguir dinero que le permita crecer económicamente en la sociedad de su época, a Ellen la hacen transpirar otras cosas, son otras las experiencias las que surgen en sus pesadillas.
Ese combo clásico, si se quiere libidinoso de la tradición vampírica, vuelve acá a sus raíces. Orlok no es el Drácula seductor y dandy de Gary Oldman –ni siquiera el de Bela Lugosi, digamos– sino una suerte de zombie gigantesco y un tanto repulsivo con algunas capacidades demoníacas para transmitir sus intenciones a distancia. Y Ellen lo busca y lo rechaza al mismo tiempo, intenta contenerse en el evidente amor que le tiene a su marido y en su deseo de integrarse a esa sociedad patriarcal, pero a la vez sabe que ese encuentro está condenado a suceder. Son, después de todo, las dos personas fuera de norma en los mundos que habitan, los dos a los que no le avisaron que el período romántico estaba terminando. Y esa conexión subterránea (o subcutánea) entre ambos es el corazón que hace latir la película, la pasión que se oculta en los subsuelos tenebrosos de la modernidad.
Diego, buen día, me enteré de tu blog por una nota de hoy 28 de Diciembre de Marcelo Stiletano, periodista de La Nación.
Muy bueno tu blog. Me viene muy bien ya que soy cinéfilo y me gusta estar al tanto de los estrenos y sus críticas.
Te deseo que comiences el 2025 con el mayor de los éxitos.
Un abrazo!!!
Fernando Lorandi