Series: crítica de «Palomas negras» («Black Doves»), de Joe Barton (Netflix)

Series: crítica de «Palomas negras» («Black Doves»), de Joe Barton (Netflix)

Tres asesinatos en simultáneo que tienen lugar en Londres disparan una investigación masiva que involucra a varios países y a una organización secreta de espías. Con Keira Knightley y Ben Whishaw. Desde el 5 de diciembre por Netflix.

La mayoría de las novelas, películas, series y miniseries que se ocupan del mundo del espionaje suelen elegir un modo, un tono, un registro para contar su historia. Puede ser un serio drama adulto, una comedia ácida, un relato de acción y suspenso, o algo que combine humor y acción en partes iguales. Las formas que estas historias adquieren son variadas y siempre puede inventarse alguna combinación nueva. El caso de PALOMAS NEGRAS es un tanto curioso porque a lo largo de sus seis episodios, esta serie británica de espionaje trata de probar todas las maneras, todas las formas, todos los tonos. Algunos funcionan y otros no. Y lo que más se resiente es su lógica, su continuidad, dejando la sensación de que hay una gran serie posible allí, solo que enredada en el medio de muchas otras que son menos interesantes.

Protagonizada por Keira Knightley y Ben Whishaw, BLACK DOVES se acerca bastante a esa gran serie que pudo ser –o que puede llegar a ser, ya que ha sido renovada para una segunda temporada– cuando se acerca a un registro más propio de las novelas de John Le Carré o similares: un drama humano de personajes adultos con elementos de suspenso e intriga internacional. Es ahí que los personajes crecen, que sus relaciones se complejizan y que el hecho de tener que vivir una «doble vida» se puede volver hasta desgarrador. Algo así sucedía en THE AMERICANS, una serie que manejaba a la perfección este registro dramático y lo combinaba con muchas escenas de suspenso que, aunque bordeaban los límites de la plausibilidad, se incorporaban muy bien al drama.

El problema es que, para completar el cuadro, al creador Joe Barton (GIRL/HAJI) le pareció que además hacía falta incorporar momentos cómicos a la KILLING EVE, escenas de acción salvajes propias de una saga tipo MISION: IMPOSIBLE (de esas en las que pueden morir 20 personas y se sigue como si nada hubiese sucedido), una trama de alcance internacional gigantesco y una enredada cadena de conspiraciones y complicaciones que solo se sostienen en una parodia del género y no en un show que se toma más o menos seriamente a sí mismo.

Todo comienza una noche cuando tres personas son asesinadas casi al mismo tiempo mientras hablan por teléfono entre sí. ¿Quiénes son y qué planeaban? La serie tomará el hilo de la muerte de uno de ellos, un tal Jason (Andrew Koji), ya que el hombre era el amante de Helen (Knightley), la esposa del Ministro de Defensa (Andrew Buchan). Rápidamente sabremos que Helen es en realidad espía de una organización llamada «Black Doves» y que responde a las órdenes de Reed (Sarah Lancashire, la protagonista de HAPPY VALLEY) y que el lugar que ocupa es parte de su trabajo como tal. Algo así como una infiltrada.

Pero su affaire era real y es por eso que Helen se pone a investigar la muerte de Jason. Lo hace con la ayuda de un viejo amigo de la organización llamado Sam (Whishaw), más un hombre de armas tomar que un estratega, quien vuelve a Gran Bretaña tras estar siete años oculto por una historia previa que impactó las vidas de todos y que se nos irá contando en flashbacks. Esas tres muertes serán el «disparador» inicial para un complicado conflicto internacional ya que, a la par de estos sucesos, aparece muerto el Embajador de China en Inglaterra. Y muchas pistas parecen indicar que los sucesos podrían estar relacionados entre sí.

Tras dos primeros episodios en los que PALOMAS NEGRAS se maneja, principalmente, dentro de las características del relato de espionaje como drama humano, la serie empieza a abrir su panorama, incorporar todo tipo de matones, sicarios y organizaciones secretas con intereses oscuros, algunos de ellos en plan comic relief. En medio de todo eso, surgen balaceras que despertarían a toda una ciudad pero que no lo hacen, atentados de todo tipo, y escenas de acción propias de JOHN WICK. En un momento hay tres países con sus respectivas agencias de seguridad y cuatro «organizaciones» con matones y espías involucrados en una trama que podría, básicamente, desencadenar la Tercera Guerra Mundial.

Si bien hasta las novelas más «de cámara» tienen implicancias de ese tipo –solo basta pensar en las ligadas a la Segunda Guerra–, el problema de la segunda mitad de PALOMAS NEGRAS es que su tono es tan discordante entre una secuencia y la siguiente, sus personajes son tantos y tan poco definidos, que es muy difícil seguir manteniendo el nivel de credibilidad que necesita este tipo de shows. Por suerte para Barton –y para los espectadores–, los dos protagonistas principales tapan los huecos poniéndole el cuerpo a una serie que muchas veces parece estar al borde del desmadre.

Knightley, especialmente, se impone como el centro de gravedad dramático de todo lo que pasa aquí, manejando muy bien el clásico conflicto de la infiltrada que vive una doble vida al punto de no poder distinguir ya quién es y cuáles son sus «fidelidades». Whishaw la tiene más difícil porque su emotivo drama personal (Sam es gay, tenía una pareja a la que debió dejar por cuestiones ligadas al trabajo y aún lo extraña) tiene que convivir con una subtrama ligada a un par de asesinas profesionales y a su jefa, quienes componen un combo que parece sacado de un film de Guy Ritchie. Algo que no estaría necesariamente mal en un film de Guy Ritchie, pero que acá resulta chirriante.

En esa dispersión tonal funciona PALOMAS NEGRAS, una serie que cuando se toma en serio a sí misma bordea lo excelente, pero que una y otra vez se boicotea a sí misma queriendo ser divertida, «accesible», llena de tiros, peleas y baños de sangre, suponiendo que los espectadores no tendrán paciencia para meterse en una serie de espionaje si no pasan cientos de cosas a la vez y si no se mata gente indistinguible entre sí de a decenas. Es una lástima, porque el material humano de base está ahí, solo basta confiar en ese núcleo, aprovecharlo mejor y no rodearlo de un innecesario parque de diversiones a su alrededor.