Series: reseña de «Millie Black» («Get Millie Black»), de Marlon James (Max)
Una mujer policía oriunda de Jamaica vuelve a su país desde Londres para trabajar allí y ocuparse, además, de un complejo asunto familiar. Con Tamara Lawrance. Todos los lunes, un episodio nuevo en Max.
Una de las posibilidades de escapar a la rutina de muchas series policiales es cambiarles las locaciones, el universo y las culturas en las que transcurren. Los casos pueden ser similares a los de las grandes capitales –de Estados Unidos o de Europa–, pero al desarrollarse en otros escenarios, con otros manejos políticos, otras costumbres y códigos, las series ofrecen un elemento nuevo del que apoyarse aún cuando las tramas no vayan más allá de los modelos y formatos conocidos. Este es el caso de MILLIE BLACK, un drama policial acerca de una mujer, detective de la policía, que vive y trabaja en Kingston, Jamaica.
Creada por la novelista Marlon James, GET MILLIE BLACK (tal su título original) es una serie británica y tiene sus conexiones –y una parte de su trama– en desarrollo allí. Pero en lo esencial, es una inmersión en la vida, en los problemas, en los conflictos raciales, de clase y de género en Jamaica, donde blancos y negros viven, en la práctica, en un «apartheid» socioeconómico –distintos barrios, distintos ingresos, distintas libertades para con las autoridades– mientras que los negros lidian con los problemas y conflictos de las zonas y los barrios más difíciles de un país que, como muchos otros del Tercer Mundo, tiene manejos corruptos a escala masiva.
A Millie Black (Tamara Lawrance) la conocemos cuando es adolescente y juega con su hermano Orville (Chyna McQueen) a pintarlo y maquillarlo. La brutal madre, que los maltrata y agrede constantemente, no quiere saber nada con ese tipo de juegos y, luego de una pelea particularmente bestial, decide enviar a Millie a Gran Bretaña, donde crecerá. Una vez allí le llegará la noticia de que Orville ha muerto y se volverá una obsesión suya, personal y profesional, ayudar a encontrar niños y niñas desaparecidos, golpeados o abusados, trabajando para la policía británica.
Ya siendo adulta, a Millie le llegarán noticias de la muerte de su madre y decidirá volver a Kingston a trabajar allá. Para su sorpresa, descubre que su madre le mintió y que su hermano vive, solo que ahora se llama Hibiscus y es una mujer trans que vive una vida durísima como trabajadora sexual, durmiendo en la calle, siendo golpeada una y otra vez, sin ayuda de las autoridades que miran para otro lado, además de estar particularmente traumada por su experiencia infantil. Tanto es así que no quiere ir a la casa en la que vivió con su madre y prefiere quedarse con compañeras viviendo bajo un puente, en el barrio más peligroso de la ciudad.
La trama pasa, más que nada, por otro lado. Black investiga la desaparición de una chica adolescente llamada Janet Fenton (Shernet Swearine), que habría sido secuestrada por Freddie Summerville (Peter John Thwaites), un hombre de actividades turbias pero hijo de una de las familias ricas e influyentes del país, algo que lo hace casi intocable por la policía. Millie trabaja junto a Curtis (Gershwyn Eustache Jr), colega que tiene sus propios problemas al ser gay en un país en el que es ilegal serlo. Pronto Janet será encontrada, pero un hilo de crímenes –uno más brutal que el otro– irá conduciendo a Millie a algún tipo de delito y posible conspiración mucho más densa, grande y compleja, una que incluirá hasta a Scotland Yard, que enviará a un entrometido agente, blanco, llamado Luke Holborn (Joe Dempsie).
Si bien la trama no escapa a ciertas tradiciones y formatos comunes –la investigación policial que empieza por algo pequeño y que, tirando la cuerda a partir de un montón de hallazgos casuales, va a dar con un problema enorme–, lo que la serie prioriza es el contexto, cómo una trama de abusos de menores y potenciales redes de pedofilia, se inserta en una ciudad como Kingston. Y no menos importante (quizás lo sea más) es todo lo ligado a los crímenes y abusos sexuales, la violencia contra la comunidad LGBT+ y cómo las autoridades miran para otro lado, especialmente si algo apunta a los ricos y poderosos blancos que viven en las colinas de la ciudad.
Más allá de caer en algunos lugares comunes del policial de procedimiento y hasta del drama con trauma familiar, MILLIE BLACK sorprende por la oscuridad y negrura de su trama, y porque presenta una Jamaica poco vista fuera de sus fronteras. Acá casi no se escucha reggae, no se ven prácticamente nunca las playas y lo único que se conserva de lo que puede considerarse «típico» es el llamativo dialecto del inglés con el que hablan, una reinvención gramatical del idioma que es tan confusa de entender como fascinante de escuchar. Esa forma del habla, sumada a los hábitos y costumbres locales, le dan a la serie una marca muy fuerte, la vuelven específica, particular y la sacan de ciertas tradiciones que la gente ya conoce.
Es eso, más que la trama en sí, lo que fascina de MILLIE BLACK, de la manera que poder ver series y películas de países que no son centrales permiten al espectador conocer mundos y culturas diferentes, específicas, que tienen cosas en común con todas las demás pero a la vez estructuras propias y muy características. Millie Black es un gran personaje –una policía dura, recia, tan obsesionada en lo suyo que le cuesta ver alrededor, humanizarse con los propios– y su relación con Hibiscus le otorga un plus a la serie. Pero lo fundamental aquí es tenerlos a ellos como conductores de un viaje a lo profundo de una Jamaica que puede ser luminosa por fuera pero muy siniestra y problemática por dentro.