
Estrenos online: crítica de «El castillo de arena» («The Sand Castle»), de Matty Brown (Netflix)
Una familia de cuatro personas queda varada en una isla desierta y trata de sobrevivir en este críptica coproducción libanesa y estadounidense. Con Nadine Labaki. Estreno de Netflix.
Una familia tipo –padre, madre, dos hijos– vive en una isla desierta típica. Un faro, arenas blancas y unas camas en un espacio físico inhóspito pero a la vez cómodo. Están solos y buscan que los vengan a rescatar vía una radio que anda cuando quiere, pero la vida allí no parece tan terrible. Todo esto lo vemos, aclaración importante, a través de los ojos de Jana (Riman Al Rafeea), una niña que construye castillos en la arena y juega en la playa con cierta tranquilidad con los insectos y objetos sueltos que encuentra por ahí. Uno puede ver una cierta preocupación en sus padres, Nabil (Ziad Bakri) y Yasmine (Nadine Labaki), intentando hacer funcionar la radio, y a su hermano adolescente, Adam (Zain Al Rafeea, hermano en la vida real de Riman), huraño y metido en sus auriculares, pero la experiencia que compartimos es la de Jana.
Durante más de la mitad de la película veremos versiones de esto. Algún accidente pescando, algunos raros plásticos que aparecen bajo la arena, una tormenta que pone todo en peligro y la nena que sigue paseando por la playa, jugando y, de vez en cuando, dibujando. Es claro que hay algo más en ese escenario pero la película no se lo habilita a los espectadores, partiendo de la idea de que el punto de vista es el de la niña, que quizás no tenga del todo conciencia de la realidad que se esconde por debajo de esa situación. A lo largo del resto de la película, Brown irá intentando desentrañar, de una manera entre críptica, poética e impresionista, lo que se esconde verdaderamente por detrás de esa situación.

Brown construye un film de retazos, de imágenes, de clips poéticos influenciados por el cine de Terrence Malick mientras la cámara filma los juguetes, la arena, los dibujos, las caminatas, los castillos y el agua que los alcanza y a veces los tapa. A la hora de resolver el misterio, el realizador no cambia su sistema. Con imágenes bellas pero bastante cruentas –una particular y a mi gusto innecesaria manera de mostrar ciertas desgracias humanas–, EL CASTILLO DE ARENA va desmembrando esa construcción, intentando ir más allá de lo que vemos. Y si bien las resoluciones del enigma son potentes e inquietantes –de esas que vienen con un texto explicativo que las contextualiza en los créditos finales–, la manera en la que el director llega a ellas se siente rebuscado, excesivamente confuso.
Estamos ante un film que habla de cuestiones duras y realistas desde un acercamiento poético, si se quiere infantil, una mirada que ve lo que quiere o puede ver a partir de su limitada comprensión del mundo y de lo que le sucede. Analizar más que eso entraría ya en un terreno de spoilers, por lo que lo mejor será que cada uno se inserte en la complejidad narrativa que se desata en la segunda mitad de la película y la analice por su cuenta. Mi impresión es que, si bien llega a desarrollar ideas interesantes ligadas al dramático tema que trata, los mecanismos con los que lo hace no lo son tanto.
Labaki, una directora de películas como CARAMEL que aquí solamente actúa, se reúne en este film con Zain Al Rafeea, el ya adolescente actor de su exitosa y para mi gusto problemática CAFARNAUM, que entonces era niño. Las conexiones entre ambas películas existen, aunque en apariencia sean tenues. Y si bien THE SAND CASTLE no llega nunca a los niveles de gratuita crueldad de aquel film, por momentos se acerca más de lo necesario. Las experiencias infantiles pueden ser difíciles, brutales y complicadas, pero los adultos que las describen lo hacen a veces de un modo innecesariamente cruento. Para con los niños que las protagonizan y para los espectadores que las observan también.
Vi la pelicula por eso vine aqui por mas informacion. Es muy cruel por momentos pero es lo que es, una manera grafica de mostrar lo que nadie se atreve hablar, lo que todos suponemos pero no logramos dimensionar desde la comodidad del sillon de nuestro living. Nos preocupamos mucho por la geopolitica, la macro politica y no pensamos ni hacemos nada por los niños y niñas que no deciden, que no lo merecen y tienen derecho a vivir sus vidas y desarrollarse en paz.
Totalmente cierto este comentario. Es cruel la película o es cruel la realidad? Nos asomamos a ella y seguimos nuestras » cómodas» vidas, lo que vive esta gente y estos chicos se nos queda inimaginable… Por cierto, la película es en un momento demasiado onírica y pierde conexión con el espectador, pero vale la pena