Series: reseña de «Asura», de Hirokazu Kore-eda (Netflix)

Series: reseña de «Asura», de Hirokazu Kore-eda (Netflix)

En el Japón de 1979 cuatro hermanas adultas deben decidir qué hacer cuando se enteran que su padre tiene una doble vida y un hijo pequeño con otra mujer. Del director de «Nadie sabe» y «De tal padre, tal hijo». Estreno: 9 de enero en Netflix.

Vivir sin hacer olas es como las mujeres se mantienen felices?«, se pregunta una mujer en el muy leído correo de lectores de un diario japonés. Corre 1979 y esa carta se populariza, pero nadie sabe quién la escribió. El secreto es que podría ser cualquiera. O, al menos, muchas mujeres japonesas. En esa carta, una mujer cuenta que descubrió que su padre tiene una doble vida, un hijo con otra mujer, pero que nadie ha dicho nada nunca y prefieren callarse la boca. Entre las cuatro hermanas que protagonizan ASURA se acusan una a otra de haber sido la que escribió la carta, pero todos lo niegan. Quizás no mientan, seguro no mienten. Lo más probable es que haya sido otra mujer, que atraviesa la misma situación que ellas.

Este drama dirigido en su totalidad por Hirokazu Kore-eda tiene mucho en común con la mayoría de sus películas: son dramas familiares que incluyen varias generaciones, muchos hermanos (NUESTRA HERMANA PEQUEÑA, NADIE SABE, SOMOS UNA FAMILIA, STILL WALKING) y rupturas o secretos entre las partes. Esta serie de siete episodios retrata a una de esas familias. La integran, en principio, un padre jubilado, Kotaro (Jun Kunimura); una madre muy tradicional llamda Fuji (Keiko Matsuzaka) y sus cuatro hijas adultas: Tsunako (Rie Miyazawa), viuda y con un hijo grande; Makiko (Machiko Ono), casada y con hijos adolescentes; Takiko (Yu Aoi), una tímida bibliotecaria y Sakiko (Suzu Hirose), la más joven de las cuatro, una chica bastante intensa que está de novia con un boxeador.

Todo empieza cuando Takiko las llama para reunirse. Pero pronto queda claro que no se trata de un encuentro más. La chica ha descubierto –primero casualmente y luego contratando a un detective privado– que su padre no solo tiene un amante sino que tiene un hijo con ella, ya de 8 o 9 años, y que los dos días a la semana que dice irse a trabajar se va, en realidad, a estar con ellos. La noticia es un shock grande, pero la mayoría de las hermanas prefieren hacer como si no pasara nada. No quieren ver las fotos que le presentan y, a su modo, «fingen demencia». Como mucho una dirá que es casi un derecho de los hombres y que no es tan grave. Takiko queda no solo dolida por la noticia sino también mortificada por la falta de reacción.

De todas maneras, pese a la negación inicial, las hijas empiezan a tomar conciencia de la situación y se preguntan qué hacer al respecto. ¿Encarar al circunspecto padre? ¿Decirle a la madre y arruinar sus «años dorados»? Muchas suponen que lo sabe, de uno u otro modo, y la señora también prefiere mirar para otro lado. Otras, que no. Los que se meten también a opinar son los maridos y parejas de todas. Y la mayoría parece coincidir que lo mejor es hacer la vista gorda, dejarlo pasar de largo. Es ahí que aparece la carta en el diario y todas sospechan que fue otra de ellas la que lo mandó. O, bueno, podría ser cualquiera, en cualquier lugar del país. Y no solo de Japón.

ASURA se basa en una novela de Kuniko Mukōda que ya fue adaptada al cine y a la televisión anteriormente. Más allá del caso particular del padre, lo que la serie narra es la vida de la familia a partir de cada uno de los personajes, explorando sus vidas y sus conexiones, poniendo como eje principal la situación de sometimiento de muchas mujeres que, como decía la carta, prefieren callar y soportar antes que romper la estabilidad social y familiar en la que todos viven y en apariencia se sostienen. Tsunako tiene una pareja casual que está casada, Makiko sospecha que su marido la engaña, Takiko va y viene en una relación que no arranca con el detective en cuestión y Sakiko lidia con su novio boxeador como puede. Y todas, a su manera, lidian con situaciones complejas y enredadas, que la serie va explorando en cada episodio.

El fuerte de Kore-eda pasa siempre por pintar esas relaciones familiares ambiguas y la serie se destaca particularmente por la manera en la que muestra la camaradería, no exenta de peleas y problemas, entre las hermanas, que disfrutan de sus charlas, bromas, comidas y de algunos encuentros con su madre (el padre, callado, parece estar siempre en la suya). Tampoco se juzga o condena a los personajes por sus actitudes. Kore-eda es, en ese sentido, un cineasta empático, comprensivo, que logra hacer ver las razones, equivocadas o no, que llevan a actuar a la gente del modo en el que actúa. Para el tercer episodio pasarán algunas cosas llamativas que cambiarán, en cierta medida, el eje narrativo de la serie. Pero no sus temas. Al contrario, en cierto modo lo reforzarán.

Más allá de jugar con una trama que, por momentos, tiene cierta relación con la telenovela y un cúmulo de casualidades y conexiones inesperadas más propias de un folletín, Kore-eda mantiene cierta distancia con cualquier registro melodramático, prefiriendo narrar las sorpresivas derivaciones de la vida de los protagonistas con ese tono calmo y observacional que caracteriza su obra, tanto en cine como en televisión. Y si bien su trabajo en series nunca está del todo a la altura de su cine –sin conocer en profundidad la industria televisiva japonesa da la impresión que se sostiene en formatos más comerciales y accesibles desde la puesta en escena, las actuaciones y la música–, ASURA es un trabajo sólido, complejo, lleno de aristas interesantes y personajes muy ricos. Humanista, cálida, por momentos divertida y siempre llena de detalles fascinantes de la cultura japonesa, ASURA es la primera gran serie de 2025.