
Berlinale 2025: crítica de «Hysteria», de Mehmet Akif Büyükatalay (Panorama)
La quema de un Corán en el rodaje de una película genera tensión entre inmigrantes musulmanes y el equipo de filmación en este tenso drama político alemán.
La corrección política en el cine, el cuidado de no ofender o molestar a algún grupo o comunidad es un tema recurrente de los últimos años. No es un asunto, además, sencillo de dirimir, ya que todos los puntos de vista al respecto son atendibles. ¿Puede uno hacer o mostrar cualquier cosa en una película o debe tener cuidado de que cierta gente, por los motivos que fuera, se ofendan o molesten? ¿Cuál es el límite para lo que se puede o no se puede decir sin ser víctima de algún tipo de ataque o «cancelación»? ¿Tienen las personas o comunidades molestas también su derecho a enojarse o tienen que tolerar cualquier cosa?
Es una discusión que sobrevuela todo el arte, discusión que películas como la reciente EMILIA PEREZ, por ejemplo, recorre por todos lados: su producción francesa, su falta de actores mexicanos, su banalización del tema femicidios y, por otro lado, las declaraciones de su protagonista y en cierto modo de su director han afectado cómo la película es recibida. ¿Está bien que así sea? ¿O el director está en todo su derecho de hacer lo que se le da la gana y listo? HYSTERIA toca esos temas de manera directa, solo que desde un ángulo religioso. Básicamente, trata de lo que pasa cuando una película ofende –o corre el riesgo de ofender– a buena parte de los musulmanes. ¿Qué se hace al respecto?

HYSTERIA comienza en medio de un rodaje. Un director alemán de origen turco filma una película centrada en un incendio intencional que tuvo lugar en Solingen, Alemania, en 1993, cuando un grupo de neonazis quemó una casa y mató a cinco mujeres que quedaron adentro. Para recrear esa escena reconstruyó la casa en un estudio, prendida fuego. Para la última escena que filma trae como extras a un grupo de inmigrantes turcos que viven en un refugio para que funcionen como testigos del hecho, recorriendo la casa incendiada. Cuando todo parece haber terminado bien, uno de ellos ve que en la recreación del hecho han quemado un Corán, libro sagrado del Islam. Y deja entrever su molestia con el director Yiğit (Serkan Kaya). El le cuenta la lógica de la escena –lo mismo pasó en el fuego de 1993, le dice–, pero eso no lo satisface como explicación.
Todo parece haber quedado así, pero una serie de extrañas cosas comienzan a pasar, dando a entender que el conflicto está lejos de haberse calmado. A través de las experiencias de la asistente de dirección, Elif (Devrim Lingnau), encargada de lidiar con las cintas del rodaje (Yiğit filma en celuloide, no en digital), HYSTERIA va mostrando, a modo de thriller psicológico, como todo se complica. Ella pierde las llaves de la casa del director, recibe un mensaje telefónico de alguien que las encontró, empieza a volverse paranoica y todo eso va llevando a una serie de enredos misteriosos ligado a otras desapariciones y amenazas –y cámaras de seguridad y alarmas– que va tensando la situación entre los protagonistas. Tensión que, indirectamente, va revelando las verdaderas intenciones y códigos de cada uno.
La discusión inicial tiene varios puntos de vista. Están los que prefieren, como la productora y esposa del director, Lilith (Nicolette Krebitz), deshacerse de la escena y del problema. Yiğit, en tanto, no quiere ceder: es su película, sabe que sus intenciones son honestas y no cree en ese tipo de concesiones. En el grupo de inmigrantes, el chofer Majid (Nazmi Kirik) es el más ofendido y enojado, mientras los otros intentan, de entrada al menos, ser más dialoguistas. En el medio está Elif, que también es hija de padre turco (aunque pasa por «blanca»), que no sabe bien qué hacer y que está entre preocupada y asustada. Las cosas irán pasando a mayores a partir de una cantidad de secretos entre los personajes que tuercen aún más las cosas.

Ese quizás sea el mayor problema de HYSTERIA, una película que presenta una hipótesis inquietante y muy actual acerca de esta combinación fatal de choques culturales, de diferencias entre realidad y ficción y de consideraciones acerca de las intenciones de los cineastas. Su inquietante debate acerca del rol del arte en la cultura y la sociedad se empieza a embarrar en medio de un mar de intrigas acerca de quién se robó tal o cual cosa, quién se reunió a escondidas con quién y quién mandó tal o cual mensaje. El formato thriller puede ser un buen marco para encuadrar la historia, pero llegado cierto punto la película parece más pendiente de sus gimmicks (cámaras de video, mensajes de cuentas fantasma) que de su eje central.
Y es una lástima, ya que de entrada los problemas que plantea son interesantes. Mustafa, uno de los «extras» turcos (el tipo es autor de teatro y ateo, desafiando los clichés), le da una inteligente respuesta a Yiğit acerca de los problemas de películas como la suya que «calman la conciencia y la culpa de los europeos». Pero el realizador se mantiene en la suya. Aparecen cuestiones ligadas a la producción de cine, a la idea del realismo («el fuego no hace diferencias con lo que quema») y, a la vez, ronda en el aire el temor a las consecuencias. Elif ve videos sobre violentas demostraciones en países en los que alguien quemó un Corán y teme por su vida. Lo más inquietante y absurdo del asunto es que, al menos en principio, todos parecen estar del mismo lado.
Por eso es un poco lamentable que el guión de Büyükatalay pierda tanto el tiempo –como a veces sucede en ciertos films iraníes también– en el detalle casi de investigación de evidencias policiales del asunto. De hecho, cuando más adelante la película intenta, ya en un clima más tenso, retomar el debate cultural específico, ya lo hace desde un lugar mucho más recargado de metáforas y figuras retóricas que subrayan de manera demasiado evidente lo que antes eran una serie de preguntas casi filosóficas. En defensa del film hay que decir que su paso de la discusión inteligente a la agresión burda refleja, en más de un sentido, la forma actual de lidiar con este tipo de conflictos. Nadie escucha al otro, todos creen que el que se le opone miente –o tiene segundas intenciones– y el camino hacia el abismo parece inevitable.