
Berlinale 2025: crítica de «Living the Land» («生息之地»), de Huo Meng (Competición)
Este drama chino se centra en un chico de 10 años que queda al cuidado de su familia extendida en el campo cuando sus padres se van a trabajar a una gran ciudad. En la Competición Internacional del Festival de Berlín.
Apadrinado por Jia Zhangke tras su notable opera prima, CROSSING THE BORDER – ZHAOGUAN, premiada en el Festival de Pingyao de 2018, Huo Meng estrena su segunda y ambiciosa película, una suerte de fresco de una comunidad rural china a lo largo de una temporada en 1991. Se trata de un film episódico, centrado en distintos momentos y circunstancias en la vida de una familia enfrentada a muertes, cambios económicos, bodas, conflictos personales y, a modo de contexto que lo modifica todo, la gran industrialización de la época que fue haciendo desaparecer este tradicional modo de vida campesino.
El protagonista/observador es Chuang (Wang Shang), un niño de unos diez años que, tras el entierro de unos bisabuelos (la familia es muy extendida y los lazos por momentos son un tanto confusos), se queda a vivir en el pueblo de sus tíos cuando sus padres deciden irse a Shenzhen, la entonces creciente ciudad del sur chino que es hoy un polo industrial de ese país. Un chico inteligente y resolutivo, Chuang queda al cuidado de un tío, pero la sensación que transmite el film es que la familia extendida y casi toda la comunidad vive y trabaja al unísono.
Chuang pasa gran parte del tiempo con Laidan, un primo de su edad, y con Xiuying (Zhang Chuwen), una prima de 21 años a la que la familia quiere casar como sea, aún en contra de sus deseos. Allí comparte también muchos momentos con su bisabuela, Li-Wang (Zhang Yanron), una bastante vital anciana de 91 años que regaña todo el tiempo a todo el mundo. A la vez es uno de los que se encarga de cuidar del bullying y de peligros a Jihua (Zhou Haotian), otro pariente que tiene dificultades psicomotoras y es maltratado por todos, incluyendo sus padres.

El eje del film es el retrato de esa vida a lo largo de las cuatro estaciones de un año, acumulando incidentes mayores –entierros, muertes y el arreglo de la boda en cuestión– con otros menores, como peleas entre vecinos, familiares y en la escuela. Como una constante están los problemas económicos: la familia no logra hacer dinero aún trabajando de sol a sol y ni siquiera los cambios en las formas y tecnologías laborales resuelven los problemas. Lo intentan de varios modos, pero no parece haber solución. Y cada vez que escuchan que los trabajadores en las fábricas ganan diez veces más, uno va dándose cuenta que esos pueblitos van camino a la desaparición.
LIVING THE LAND es formalmente bella, con largos y expresivos planos que muestran el lugar en el que todos habitan (en la provincia de Henan, en el centro mismo de China) y también presentan con lujo de detalles las ceremonias populares, especialmente los muy dramáticos entierros y las muy coloridas –e intensas– bodas. Mientras las noticias del resto del mundo suenan cada tanto en una radio –en ese cambiante 1991 parecía que el capitalismo había ganado la madre de las batallas tras la caída de la Unión Soviética–, uno podría pensar que estos campesinos de la China profunda no se verían afectados por nada de eso. Pero, en el fondo, la conexión es central a la historia que se cuenta. Esos mismos cambios políticos y económicos irían llevando a la desaparición de esa cultura.
El film de Huo no es, sin embargo, una oda nostálgica a ese modo de vida. Se siente a cada paso sus dificultades, su violencia y brusquedad, el completo dominio de los hombres sobre las vidas de las mujeres y las tensiones que se atraviesan constantemente en la lucha por sobrevivir. Lo que hace la película es retratar esos primeros años ’90 a través de una suerte de coming of age de su protagonista que es también, de una forma un tanto más simbólica y poética, un cambio de época para un modo de vida y un país.