
Estrenos online: crítica de «Bogotá: tierra de últimas oportunidades» («보고타: 마지막 기회의 땅»), de Kim Seong-je (Netflix)
Una familia coreana llega a Colombia tras una crisis económica en su país y empiezan a moverse dentro del pesado mundo del contrabando y la importación ilegal de ropa. Estreno de Netflix.
No tiene mucho sentido –es un ejercicio en futilidad– tomarse lo que narra esta película coreana demasiado seriamente. Supongo que muchos colombianos se sentirán molestos por ciertos clichés y lugares comunes que otra vez pintan al país –y a la ciudad, más precisamente– como un lugar violento y corrupto. Y probablemente tengan razón en quejarse. Pero tengo la impresión que los creadores de BOGOTA pensaron más que nada en Colombia como un lugar exótico y raro que produce un interesante choque de culturas para hacer un thriller gangsteril más o menos clásico, una suerte de SCARFACE coreano en territorio latinoamericano. De esa manera, tengo la impresión, es como conviene ver la historia. Y, al menos en parte, disfrutarla.
La película que fue filmada en Colombia, interrumpida por la pandemia y luego retomada en Corea se inicia con una explicación y un viaje. En 1997 Corea atravesó una fuerte crisis económica que dejó a muchas personas sin trabajo y muchas familias en la calle. Los protagonistas de TIERRA DE ULTIMAS OPORTUNIDADES son una de esas familias, que se van con sus pocos ahorros de Corea con destino final en los Estados Unidos pero un paso previo por Colombia para arreglar papeles. Pero apenas llegan, la Bogotá de esa época los recibe de manera violenta y dura. No solo por la miseria que ven a su alrededor sino porque en una esquina un motociclista les roba sus documentos y sus ahorros, y se ven forzados a empezar de cero.

A lo largo del tiempo –el film cubre más de una década–, el veinteañero Guk-hee (Song Joong-ki) empezará a trabajar a las órdenes del llamado Sargento Park (Kwon Hae-hyo, veterano de una decena de películas de Hong Sangsoo), un «importador» coreano que está hace años radicado allí trayendo cosas de contrabando y controlando buena parte de San Andresito, que es algo así como el mercado en el que se comercian muchas de las mercancías ilegales en la ciudad. Así, mientras su padre cae en la depresión y en el alcohol, Guk-hee (al que llaman «Cuqui» o «Cookie») va creciendo en las filas de Park, quien deposita su confianza en él, ya que lo ve decidido y esforzado.
La película irá contando los contratiempos, los viajes problemáticos con mercancía importada que meten en el país «endulzando» los bolsillos de las autoridades y las situaciones de violencia policial o militar que atraviesan. El mundo alrededor de «Cuqui» se compone en gran parte de otros coreanos. Está Soo-yeong (Lee Hee-joon), otro de los potenciales herederos/competidores de Park; Junior (Park Ji-hwan), otro soldado de esa pequeña pero creciente mafia, y una serie de personajes de aspecto mafioso que van apareciendo con el correr de los años. Si bien hay choques con autoridades y hasta con una mafia local liderada por un tal Alejandro (el actor colombiano Fernando Lara), los problemas suelen resolverse entre coreanos: disparos, tiros, peleas y, sobre todo, traiciones.

En ese sentido, Bogotá en lo específico y Colombia en general funcionan más que nada como un territorio curioso que le permite vestirse de formas más coloridas, lidiar con algunas cosas inesperadas pero, a la vez, encontrar que en el fondo no son tan distintos como parecen. De hecho, la manera «coreana» de hacer las cosas, al menos según lo que se ve aquí, probablemente sea más turbia que las formas locales. Lo que cuenta, en definitiva, es si la película es entretenida y si tiene algún valor verla en Netflix. Y creo que, a pesar de la liviandad con la que muestra al país y los lugares comunes que acumula, por momentos funciona como lo que realmente es: un policial mafioso coreano de estructura bastante tradicional.
Hay algunas escenas de acción bien realizadas, una trama relativamente simple, alguna que otra escena cómica no necesariamente lograda (los coreanos empiezan vendiendo lencería femenina y eso da para algunas bromas) y una utilización generosa de los espacios públicos de ciudades colombianas y no solo Bogotá, sino también de Cartagena. BOGOTA, TIERRA DE ULTIMAS OPORTUNIDADES es una curiosidad y no mucho más que eso. Quizás no pensaron en que iban alguna vez a ver a un grupo de comerciantes coreanos tirando bombas Molotov y cantando «el pueblo unido jamás será vencido» mientras enfrentan a la policía colombiana. Pero, gracias a Netflix, todo es posible…