Estrenos online: crítica de «Oni-Goroshi: Ciudad de los demonios» («Demon City»), de Seiji Tanaka (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Oni-Goroshi: Ciudad de los demonios» («Demon City»), de Seiji Tanaka (Netflix)

En este film de acción japonés, un asesino a sueldo busca vengarse de los integrantes del grupo mafioso que mataron a su esposa y a su hija. Estreno de Netflix.

Entre tanta propuesta blanda, romántica y familiar que viene estrenando Netflix en estos días, bien viene un cambio de estilo rotundo. Y eso es lo que propone ONI-GOROSHI, una brutal y violenta película de yakuzas japoneses que sigue las reglas clásicas del género, a las que le suma los formatos más actuales, tipo JOHN WICK. Basada en la serie de manga creada por Masamichi Kawabe, la película de Tanaka se organiza como una tradicional trama de revancha. Solo que con una vuelta de tuerca potencialmente fantástica.

Toma Ikuta encarna a Shûhei Sakata, un asesino violento que, en la primera e intensa escena del film, liquida por sí solo a toda una organización mafiosa de Shinjo, una pequeña ciudad de Japón, que está buscando crecer por el lado turístico. Intenta, como muchos asesinos de este tipo, que sea su última tarea, pero al llegar a su casa unos matones enmascarados atrapan a su mujer y a su hija para después liquidarlos a los tres. Eso creen, en realidad, porque Sakata sobrevive y es enviado a la cárcel, acusado de haber matado él a su familia. El problema es que el hombre queda en un estado semi-vegetativo.

Doce años después, cuando en la ciudad se está por inaugurar un gran emprendimiento turístico que incluye un casino, Sakata sale de la cárcel y es trasladado a un hospital. Y la banda criminal enmascarada (conocida como Kimen-gumi) intenta liquidarlo allí. Pero el hombre, con mínimos recursos, se defiende, liquida a sus rivales, escapa y se libera. Nadie entiende bien qué pasa y todos sospechan que Sakata es la reencarnación del llamado «Demonio de Shinjo City», alguien que regresa cada 50 años a la ciudad para tomarse revancha. No hay otra explicación, parece, para la súbita recuperación del hombre que, obviamente, empieza una campaña de venganza para liquidar a quienes mataron a su familia.

El truco de las máscaras servirá para que el espectador no tenga muy en claro quienes en realidad son los miembros del Kimen-gumi que tratan de matarlo. Pero no será muy difícil establecer una conexión entre estos salvajes yakuzas y el emprendimiento inmobiliario que conduce el viscoso alcalde de la ciudad, un tal Sunohara (Matsuya Onoe). Luego habrá giros narrativos no particularmente sorpresivos, pero en lo esencial es una película con una trama bastante lineal cuyo mayor secreto pasa por ver cómo se resuelven las muchas escenas de acción.

Y en ese sentido Tanaka prueba ser un muy eficiente seguidor de los maestros japoneses del género y de sus seguidores contemporáneos, ofreciendo un llamativo grado de virulencia (no para el cine de acción asiático, pero sí para los parámetros de Netflix) para una serie de carnicerías que tienen como protagonista a Sakata –que parece ir recuperándose físicamente con el paso de los días, aunque casi no habla–, mientras va despachando mafiosos de a decenas.

Entre todas las brutales escenas de acción sin duda la más espectacular es una narrada en un aparente plano secuencia (es falso, pero con los cortes bien disimulados) que tiene lugar, como muchas de estas escenas, en una escalera de un edificio. Armado con una suerte de guadaña que usa como su arma favorita y a la vez escudo, Sakata destruye cual superhéroe a todos los esbirros, enmascarados o no, que se le ponen en su camino. Cuanto más se acerque a los «capos», más duras y sangrientas serán las batallas. Pero, se sabe, los caminos de la venganza en el cine tienen una sola dirección. Caiga quien caiga en el camino.