
Series: reseña de «The White Lotus – Temporada 3», de Mike White (Max)
La tercera temporada de la serie tiene a un nuevo grupo de millonarios turistas metiéndose en problemas en un lujoso resort de Tailandia. Con Carrie Coon, Michelle Monaghan, Jason Isaacs y Walter Goggins. Desde el 16 de febrero por Max.
Las tramas de cada temporada de THE WHITE LOTUS son bastante similares entre sí. Son de todos modos las diferencias, pocas pero importantes, las que importan. Al cambiar las locaciones cambia también el tipo de temas y de personajes. Y tras pasar por Hawaii y Taormina, ahora nos metemos en la sede tailandesa de la cadena hotelera que le da título a la serie, una que ya debería haber clausurado por la cantidad de muertes que la involucran. La otra cosa que cambia son los personajes. Si bien los parámetros son parecidos (gente estadounidense de mucho dinero, personal del establecimiento y gente local), cada tipología es distinta.
A partir de los tres episodios adelantados de la tercera temporada, uno podría sacar como primera y anticipada conclusión que en esta ocasión la locación es mucho más rica y llena de posibilidades que las anteriores mientras que los personajes, al menos hasta ahora, no están a la altura. Al tratarse de un resort dedicado a tratamientos y sanaciones orientales (masajes, experiencias religiosas en un pueblo cercano, meditación, etcétera) que está además ubicado en una zona un tanto misteriosa, rodeada de animales y algunas tensiones locales, hay muchos elementos que amplían las posibilidades de rupturas, quiebres, sorpresas. Si encima uno se topa ahí con personas que vienen de un mundo muy diferente (muchos de ellos, hombres de negocios), sabrá que la conexión puede ser difícil.
El problema son las personas. WHITE LOTUS hace de su clientela, por lo general, un muestreo de «ricos y famosos» bastante insoportables, hombres con mucho dinero e historias oscuras, familias disfuncionales y tensiones permanentes. Pero, a la vez, siempre hay personajes un tanto más queribles con los que uno puede empatizar. En esta temporada, tengo la sensación, estos son muy pocos, los menos. Los turistas son esta vez particularmente irritantes, poco simpáticos y de esos que uno no tendría problemas en que terminen masticados por un mono o víctimas de un ataque terrorista. En tres episodios al menos, esa es la sensación que prevalece. Pero puede cambiar.

En la familia Ratliff son especialmente infumables. Timothy (Jason Isaacs) es un empresario pendiente de su teléfono y Victoria (Parker Posey), su esposa de fuerte acento sureño, está pendiente de su pastillero. Su hijo mayor Saxon (Patrick Schwarzenegger) es acaso el más impresentable de todo el grupo –un crypto-bro que se comporta como un Adonis y califica como idiota–, mientras que los otros dos, Piper (Sarah Catherine Hook) y Lochlan (Sam Nivola), conservan hasta ahora algo de humanidad. Ella, obsesionada con el budismo. El, tratando de lidiar con su sexualidad.
Más «normales», considerando el contexto, son tres amigas que fueron a vacacionar juntas. Jaclyn Lemon (Michelle Monaghan), es una estrella de TV a la que todos reconocen, y la acompañan en el viaje sus amigas de la infancia, Kate (Leslie Bibb) y Laurie (Carrie Coon). Por lo visto hasta ahora, lo que va surgiendo son las diferencias y ocultas tensiones entre las tres: Laurie bebe de más y tiene problemas familiares, Jaclyn siempre quiere ser el centro de atención y, terror de terrores, todo parece indicar que Kate, que vive en Texas, votó por Donald Trump.
En la dupla que integran Rick (Walton Goggins) y Chelsea (Aimee Lou Wood) tenemos los extremos unidos. El es un tipo de pasado misterioso que se pasa el día con cara de fastidio, sin querer hacer ninguna actividad y molesto por todo lo que no tenga que ver con contactar a Sritala (Lek Patravadi), la dueña del establecimiento. ¿Es depresión lo que sufre? Difícil saberlo, pero se le parece bastante. Chelsea, una británica sonriente y entusiasta, es todo lo opuesto: amable, simpática con todos, optimista y con ganas de hacer cosas. Qué hacen esos dos juntos es un misterio difícil de entender, ya que es claro que parecen vivir en dos planetas muy distantes entre sí.

El elenco lo completan Belinda (Natasha Rothwell), la masajista del hotel de Hawaii en la primera temporada, que está aquí haciendo una especie de programa de intercambio. Y el personal local incluye a Mook (la diva de Blackpink, Lalisa «Lisa» Manobal), que atiende a los clientes, y a Gaitok (Tayme Thapthimthong), un guarda de seguridad enamorado de ella y en tensión con otros muchachos de seguridad que rondan por ahí. Y hay varios más, que irán apareciendo o tendrán roles menores (uno de ellos tengo prohibido spoilear) a lo largo de los capítulos.
Todo arranca, como es costumbre, con un hecho violento: un tiroteo sobre el establecimiento que parece ser un ataque terrorista. Y ahí la serie regresará una semana para que sepamos cómo se llegó a eso y quién o quiénes pagaron los platos rotos. Mientras tanto, cada familia lidia con sus tensas mecánicas: peleas constantes entre los Ratliff, entre Rick y Chelsea y una tensión más subterránea que aparece entre las viejas amigas. Hay algunos hechos más intensos y accidentados, pero por ahora la serie va haciendo lo que mejor sabe: crear tensión y potenciales conflictos que pueden ir agrandándose.
El hecho de que estos millonarios por lo general tensos y preocupados hayan llegado a Tailandia esperando encontrar algún tipo de «paz interior» le da un condimento extra a la temporada. En ese conflicto entre dinero y bienestar, relajación mental y mundo de negocios, oscuros traumas y meditación trascendental se cuece lo mejor que tiene para ofrecer esta temporada. Pero a la vez siempre está el riesgo de caer en la parodia brusca de films como TRIANGULO DE LA TRISTEZA. En la tercera temporada de THE WHITE LOTUS los misterios y los conflictos están ahí, solo queda ver si los personajes están a la altura de esa ambición o son, simplemente, un punchline, el remate de un chiste fácil.