Series: reseña de «Mil golpes» («A Thousand Blows»), de Steven Knight (Disney+)

Series: reseña de «Mil golpes» («A Thousand Blows»), de Steven Knight (Disney+)

La nueva serie del creador de «Peaky Blinders» cuenta una historia de mafias, crímenes y boxeo en la Inglaterra de 1880. Con Malachi Kirby, Erin Doherty y Stephen Graham. En Disney+

De regreso a los barrios bajos y a la violencia de la Inglaterra de antaño, el creador de PEAKY BLINDERS, Steven Knight, elige ahora centrarse en la Londres de la década de 1880 para contar la historia de dos inmigrantes jamaiquinos que, tan solo con bajarse de barco, se ven envueltos en una serie de asuntos ligados al robo, al boxeo ilegal y a todos los submundos mafiosos de la zona, tanto de los barrios más populares del Este como de los sectores más elegantes del otro lado de la ciudad.

En una ciudad pujante pero en extremo desigual, industrializada y colonialista pero con un lado oscuro, peligroso y violento, la serie va encontrando su eje en el nacimiento del boxeo profesional, actividad a la que los recién llegados, a falta de otros trabajos, terminan dedicándose. Pero no son los únicos protagonistas de esta ambiciosa historia de la era victoriana: un grupo de ladronas mujeres azota la ciudad, los anarquistas tienen sus propios planes y los mafiosos del East End se enfrentan a todos ellos, en un mundo plagado de divisiones sociales, de clase y raciales que raramente se pueden quebrar.

Todo empieza con un barco llegando al puerto. De allí bajan Hezekiah Moscow (Malachi Kirby) y su amigo Alec Munroe (Francis Lovehall), dos jamaiquinos que llegan escapando de la violencia (inglesa) en su país e intentando ganarse el pan en la pujante y caótica Londres. Pronto descubren que la vida allí es difícil, que la ciudad está llena de trampas, que las promesas laborales que les hicieron para llegar no eran tales y que ni siquiera consiguen lugar donde dormir. Gracias a que Hezekiah habla unas palabras en chino, consigue que un hombre de esa nacionalidad, Mr. Lao (Jason Tobin), lo deje dormir en un subsuelo de la pensión que regentea en el Este de Londres, el barrio más intenso, pobre y peligroso de la ciudad.

Al meterse a ver una pelea ilegal en la trastienda de un bar, descubren ambos que esa puede ser una fuente de ingresos. Y allí se empiezan a meter en un submundo mafioso que tiene varias aristas. Por un lado está Henry «Sugar» Goodson (Stephen Graham), dueño del pub y su principal luchador, un tipo intenso, nervioso y al que todos temen. Cuando Hezekiah pelea con él y lo humilla en el ring (termina perdiendo por trampa pero queda a la vista que es superior), es claro que se ha ganado un enemigo peligroso. Y la cosa se complica más cuando se topa con Mary Carr (Erin Doherty), la jefa de una banda de chicas carteristas –se hacen llamar The Forty Elephants y existieron realmente— que roban principalmente en los barrios ricos de la ciudad. Ella quiere involucrarlo en sus ambiciosos planes y eso, para «Sugar», que encima es celoso, lo convierte en un problema aún mayor.

Las historias de estos tres personajes se irán entrecruzando y ampliando a partir de otros asuntos: la presión de la policía contra esas luchas ilegales, la aparición del más «elegante» boxeo con guantes, las actividades políticas en la zona y los planes de Mary de cometer robos cada vez más ambiciosos, incluyendo uno que la liga con la mismísima Reina. La conexión entre Hezekiah (que también fue un personaje real) y Mary crece, los desafíos son cada vez más grandes y A THOUSAND BLOWS –que se extiende seis episodios y tendrá una segunda temporada– se va convirtiendo en un intrigante y muy dickensiano retrato de época.

Una gran producción que ha reconstruido distintas zonas de la Londres victoriana gracias a impresionantes sets y a la fundamental ayuda de efectos digitales, la serie de Knight propone una inmersión en el barro, en los olores y en los colores de esa época, un mundo similar al del western pero del otro lado del océano, un lugar en el que rige la ley del más fuerte –o el más cruel, o el más violento– y en el que tipos como Hezekiah, que llega con una sonrisa simpática y un tanto inocente pero pronto nota que debe cambiar de actitud para sobrevivir, deben estar atentos a todo. Y a todos.

Hay subtramas más ricas que otras y una brutalidad por momentos un tanto innecesaria (cada golpe parece partir costillas por doquier), pero a la vez eso es parte del contexto que le da a la historia su realismo sucio de época. Por más exageradas que puedan ser algunas de las situaciones, todas logran transmitir la sensación de que la vida en el Londres en esos años era durísima, bestial, no apta para débiles o timoratos. Y el boxeo, en ese sentido, funciona como metáfora del único posible ascenso social. En esa época y mucho después también.