Berlinale/BAFICI 2025: crítica de «Kontinental ’25», de Radu Jude

Berlinale/BAFICI 2025: crítica de «Kontinental ’25», de Radu Jude

por - cine, Críticas, Festivales
29 Mar, 2025 06:25 | Sin comentarios

Tras quedar involucrada en un hecho trágico, una mujer rumana se plantea qué hacer con su vida en esta tragicomedia del realizador de «Sexo desafortunado o porno loco».

La foto que abre esta crítica refleja de un modo bastante específico algunas de las formas dialécticas que Radu Jude utiliza en su cine de un modo usualmente efectivo y brutal. En dos planos distintos de un mismo cuadro, el realizador rumano parece contar dos cosas diferentes, que se contradicen y se complementan, generando usualmente un efecto irónico. Esta foto muestra, en primer plano, una situación muy dramática, mientras que por detrás se ve algo totalmente absurdo. No es un invento nuevo, claro, pero el realizador sabe utilizarlo en los momentos menos esperados, creando una fricción constante en sus historias. Esa fricción/contradicción no solo aparece en las imágenes sino también en los diálogos, que combinan lo denso y lo banal, lo profundo y lo anecdótico. Y ese sistema es el que da funcionamiento a KONTINENTAL ’25, otro de sus ásperos y a la vez graciosos retratos de su país y de la Europa contemporánea.

Versión libre de EUROPA ’51, inspirada claramente en el clásico de Roberto Rossellini (el póster de esa película, de hecho, aparece en una escena y el póster de esta es idéntico a aquel), KONTINENTAL ’25 tiene un punto de partida y un eje similar, ya que se centra en la crisis personal de una mujer cuya vida se altera radicalmente cuando es testigo de un hecho dramático y doloroso que la conmueve y que ella misma, pese a estar involucrada, no pudo evitar. A su modo el film está planteado como una serie de discusiones o diálogos en los que la protagonista explicará una y otra vez su historia y sus sensaciones a personas cercanas sin encontrar soluciones reales a sus dudas.

Todo empieza con un homeless llamado Ion (Gabriel Spahiu) que camina por un parque de diversiones con dinosaurios mecánicos y luego por las calles de Cluj, la ciudad más importante y bella de Transilvania, la célebre región hoy rumana que perteneció durante siglos al Reino de Hungría. El hombre pasa por las calles céntricas pidiendo dinero en bares y siendo, una y otra vez, ignorado por todos los comensales y transeúntes. Así, mientras el hombre carga sus bolsas por el coqueto centro, vemos lo que parece ser una ciudad gentrificada y «europeizada» que bien podría ser Berlín.

El tema inmobiliario será fundamental en la historia ya que el hombre tiene que desalojar el subsuelo en el que lo dejan vivir en invierno porque van a demoler el edificio y harán allí un hotel boutique. Y la encargada de «ejecutar» ese desalojo es Orsolya (Eszter Tompa), una docente rumana de familia húngara que se gana la vida con ese incómodo trabajo. Orsolya y un grupo de gendarmes invitan a Ion a mandarse a mudar de un modo amable pero sin darle demasiadas opciones. El tipo parece aceptar a regañadientes la propuesta, pero les pide 20 minutos para juntar sus cosas. Mientras ellos lo esperan, Ion se suicida, shockeando a todos. Especialmente a Orsolya, a la que le costará superar lo que acaba de vivir.

La mujer se siente culpable (alguno se burla de su llanto y la compara con Oskar Schindler) por no haber previsto el hecho. Y lo que queda de metraje se organizará a modo de diversos encuentros que ella tendrá –con una amiga, un ex estudiante suyo, su madre, un funcionario, un cura, su pareja– intentando contarles lo que le pasó (repite la anécdota, una y otra vez, con diferentes inflexiones y acentuación dramática) e intentando ver si las respuestas que recibe la ayudan, al menos, a sentirse un poco mejor respecto al hecho y a entender cuál es su lugar en un mundo cada vez más cruel e insensible en el que ella, lo quiera o no, forma parte.

Como en todo el cine del realizador de NO ESPERES DEMASIADO DEL FIN DEL MUNDO, el ingreso de Europa de Rumania será uno de los ejes, lo mismo que la situación económica, la relación con la etapa comunista del país, las tensiones con los vecinos húngaros (la xenofobia es rampante y la protagonista la sufre también), la cuestión inmigratoria y, en este caso, un peso especial estará puesto en los desarrollos inmobiliarios que se llevan puestas a las personas que no pueden acceder a un lugar digno para vivir, no por falta de espacio sino de dinero para pagar lo que en ellos construyen.

Jude vuelve a yuxtaponer ideas complejas de carácter histórico con videos de TikTok, una discusión brutalmente xenófoba con un programa de TV berreta que aparece de fondo y discusiones teológicas con otras de la más absoluta cotidianeidad. Y siempre hay espacio para un humor que surge en los momentos más impensados, como cuando los gendarmes cantan «Staying Alive» para darle un ritmo y tempo constantes a los intentos de resucitar a Ion, o cuando al pobre hombre lo incomoda un moderno perro robótico, o cuando Orsolya y su ex alumno se emborrachan y hacen bromas pesadas frente a un monumento a los héroes de la resistencia contra Ceacescu.

Entre discusiones sobre donar dinero a instituciones de ayuda (vía multinacionales telefónicas), videos de la guerra en Ucrania y las críticas al gobierno de Orbán en Hungría, la película va siguiendo a Orsolya en su intento de encontrar de parte de sus interlocutores alguna respuesta que le de algo de calma o sosiego a su angustia existencial. Pero ni los «misterios» de la Biblia, ni la supuesta sabiduría de los maestros zen que estudia su alumno, ni el copioso consumo de alcohol, ni mucho menos su áspera madre parecen servirle a esta bienintencionada pero frustrada mujer. El «kontinente» que Jude y sus criaturas habitan parece no tener una solución sencilla. Y con la buena voluntad propia o la ajena no alcanza. Mientras Orsolya se angustia, las grúas de Europa siguen su marcha ignorando lo que dejan tirado en el camino.