Series: crítica de «White Lotus: Temporada 3/Episodio 8», de Mike White (Max)

Series: crítica de «White Lotus: Temporada 3/Episodio 8», de Mike White (Max)

Un repaso CON SPOILERS del impactante último episodio de la tercera temporada de la serie creada por Mike White. Disponible en Max.

Una serie como WHITE LOTUS funciona como un ejercicio de morbo. Uno quiere ver las vidas de los ricos y famosos pero, al menos según Mike White, uno también disfruta al verlos sufrir. Ese penar de los personajes de las distintas temporadas de la serie, esa «tristeza de niños ricos», justifica para él toda la movida. Es así que la serie se construye un poco desde la envidia y otro tanto desde el resentimiento. No tendremos esos lujos, se supone que dirá un espectador medio, pero tampoco tenemos esos problemas.

La tercera temporada de la serie transcurre en Tailandia y sobre la estructura y los personajes principales ya escribí antes acá, cuando había visto los tres primeros episodios adelantados a la prensa. Al llegar al final, algunas cosas cambiaron bastante, otras no tanto, y el resultado fue un cierre caótico y sangriento que está por lo general en línea con anteriores cierres de la serie. Impactante, sí, aunque para mi gusto un tanto cínico.

SPOILERS DEL FINAL DE LA TEMPORADA

Como en algunas de las series organizadas en torno a un crimen, aquí no hay tanto un «¿quién lo hizo?» sino un ¿quién murió?, ya que cada temporada se construye a partir de una muerte cuya identidad se suele revelar sobre el final. Y esa «zanahoria» es la que el espectador persigue durante toda la temporada, la que lo debería mantener atento a cada giro dramático y cada vuelta de tuerca. Y en este caso, como había quedado implícito en el comienzo, un tiroteo dentro del hotel es el que termina causando tres muertes.

El que lo inicia es Rick (Walton Goggins), quien había vuelto de su experiencia en Bangkok con la sensación de haber superado su trauma familiar. Pero no fue así. Al aparecer su archienemigo Jim (Scott Glenn) en el hotel, el tipo es agresivo con él, lo amenaza con un arma y Rick vuelve a entrar en el estado de estupor que le conocimos. Hasta que en un momento Rick se harta, le roba el arma y lo mata. En el tiroteo con la seguridad muere su novia Chelsea (Lou Ann Wood) y luego a él lo mata por la espalda Gaitok (Tayme Thapthimthong), cobrando la valentía que hasta el momento no había tenido pero traicionando sus creencias budistas. Obvio que esa traición interna es recompensada por la dueña del hotel y reconocida por su novia, Moon (Lalisa Manobal).

La muerte de Jim termina con una revelación a lo STAR WARS que, debo admitir, me generó una risotada al escucharla. Sí, Jim no fue el hombre que asesinó a su padre sino que… él era su padre. Con el correr de los minutos me empezó a parecer un poco menos estúpida que al principio, pero de todos modos mi impresión es que la revelación tiene muy poca credibilidad, que busca más el shock y dar la sensación de que todo su trauma era confuso y un tanto absurdo que decir algo sobre su obsesión. Pero tampoco se trata de pedirle realismo a WHITE LOTUS.

Los demás, de una u otra manera, zafan, luego de ser llevados al límite por el dinero o la ausencia de él. Presionada inicialmente por su hijo Zion, Belinda (Natasha Rothwell) decide duplicar la apuesta y pedirle a Greg (Jon Gries) mucho más dinero de lo que él le había ofrecido inicialmente por su silencio: 5 millones en vez de 100 mil dólares. Y el hombre, finalmente, acepta. El lado cruel del asunto no solo pasa por que Belinda acepte el dinero sino que al final prefiera quedárselo y no invertirlo en tener su propio spa en Tailandia, abandonando de cuajo a su amante y eventual socio local. Con plata en la cuenta, la empatía parece que ya no le hace falta.

Para la familia Ratliff, que ya era rica y cínica de entrada, en cambio, las cosas terminan con la posibilidad de una mejora. Eso sí, al principio, parece que todo será terrible. Piper (Sarah Catherine Hook) vuelve del templo budista decidida a no quedarse allí porque, después de todo, la comida es malísima y la cama, muy incómoda. Mamá Victoria (Parker Posey) sonríe feliz por el regreso de su hija al ruedo pero a Tim (Jason Isaacs) lo atormenta la idea de que la chica haya salido también consumista y superficial como su madre y su hermano, el cada vez más confundido Saxon (Patrick Schwarzenegger).

Desesperado al darse cuenta que ninguno de ellos podrá continuar sus vidas sin dinero –recordar aquí que él sabe que perdió toda su fortuna pero ellos no tienen idea–, decide envenenar unos tragos y matarse con todos, con excepción del pequeño Lochlan (Sam Nivola), al que elige «salvar». Pero en el medio se arrepiente y tira las bebidas, sin imaginarse que Lochlan terminará tomándose lo que quedó en la licuadora. Por un rato parecerá que el chico morirá allí, al borde de la piscina, pero finalmente sobrevive. Y la familia se enterará al recuperar sus celulares que les esperan tiempos complicados. Tiempos que, claramente, no parecen estar demasiado capacitados para afrontar.

Para el final, y en la línea narrativa menos de vida y muerte de todas –y quizás por eso la más creíble y verdadera–, las tres amigas interpretadas por Leslie Bibb, Carrie Coon y Michelle Monaghan se reconcilian tras una larga conversación (muy bien actuada por todas, en especial por Coon, que tiene el speech más emotivo) y recuperan el valor y la importancia que para las tres tiene la amistad de toda la vida que comparten. La subtrama de las amigas habilita a pensar en WHITE LOTUS como otro tipo de serie: menos «policial», más cercana a las tensiones reales entre personas y psicológicamente más ambigua e inteligente. Pero, considerando que a estas series las moviliza el enigma criminal, es difícil pensar que Mike White elegirá apostar por este modo y estos personajes.

El final es entretenido, muy cínico y un poco ridículo, como la gran mayoría de la serie. Esta temporada terminó siendo aceptable, pero tuvo un problema grave con algunos personajes y con el ritmo narrativo. Durante varios episodios daba la impresión que la trama giraba sobre sí misma, sin avanzar. Y que cuando lo hacía (como en el viaje de Rick a Bangkok y el encuentro con su viejo amigo encarnado por Sam Rockwell), al final no pasaba gran cosa. Eso, por suerte, cambió sobre el final, pero no quita que muchos personajes estuvieron delineados con trazos muy gruesos. Los hombres, en particular. Rick, Tim y Greg ese pasaron la mayoría de los episodios con cara de atontados por el alcohol, las drogas, el trauma o porque White no sabía qué hacer con ellos. A la enésima vez que actores versátiles como Goggins o Isaacs aparecían con cara de zombies, ya el asunto se volvía irritante.

«Amor fati«, el título del episodio, proviene de Nietzsche y se liga con el concepto del «eterno retorno», la idea de que hay que «aceptar lo que sucede como deseado por el destino», que lo bueno y lo malo en la vida forman parte de nuestra existencia y que no tiene sentido intentar torcerlo. A su modo, la serie de Mike White pone en juego esa idea ya que los personajes complican sus vidas por intentar modificar su aparente destino. Generalmente, les sale mal. Y el morboso disfrute que la serie genera pasa por verlos fallar estrepitosamente en sus intentos por ser buenas, o al menos mejores, personas. Los que intentan hacerlo, como Chelsea, sufrirán las consecuencias. De ahí al cinismo, hay tan solo un paso.