
Cannes 2025: crítica de «Highest 2 Lowest», de Spike Lee (Fuera de competición)
Esta remake del clásico de aKira Kurosawa lleva la historia del secuestro equivocado de Japón de los años ’60 a una vibrante Nueva York actual. Con Denzel Washington y Jeffrey Wright.
Adaptar es respetar y traicionar a la vez. Y eso es lo que hace Spike Lee en HIGHEST 2 LOWEST, su previsiblemente particular adaptación del clásico de Akira Kurosawa EL CIELO Y EL INFIERNO, de 1963. Hay cambios que son cosméticos y puntuales ligados a las obvias diferencias entre Japón en los años ’60 y Nueva York en la actualidad, en el tipo de negocio que los protagonistas tienen y en las tecnologías que utilizan. Y hay otras que son más buscadas e intencionales. Una de ellas es cultural y, como todo film de Spike Lee, tiene que ver con ceder un buen espacio de la película a todo lo que tenga que ver con representar la música negra y ciertos detalles muy propios del mundo que el propio realizador habita (las rivalidades deportivas, hoy actualizadas, de Nueva York con Boston). La otra tiene que ver con el «villano» de la pieza y la relación que tienen entre ambos.
Denzel Washington toma el rol «cedido» por Toshiro Mifune en el film original. Su David King no es un ejecutivo de una compañía de zapatos sino el dueño de un sello musical. Ambos están en conflictos de negocios, con socios y ventas posibles de las empresas, y debates acerca de cómo la cultura actual (de Japón en los ’60 con los zapatos y en Estados Unidos hoy con la música) ya no protege la calidad de los productos o el talento de los artistas. El millonario a punto de tomar una decisión fuerte respecto a su carrera –vive en un lujoso piso con vista al puente de Brooklyn en el área conocida como Dumbo– recibe una noticia que shockea a él y a su familia: su hijo adolescente ha sido secuestrado y piden por él un rescate preciso de 17,5 millones de dólares.
Encontrando la manera de adaptar los dispositivos tecnológicos de la época a lo que eran los ’60, cuando empieza la investigación policial queda claro que se trata de un error: no han secuestrado a su hijo sino que se lo han confundido con un amigo de él y ahijado de David, que es el hijo de su chofer (Jeffrey Wright) y amigo. Y ahí viene la duda ética que presenta la trama de siempre: ¿debe pagar el rescate igualmente? ¿O al no ser su hijo ya no es su responsabilidad? Buena parte del film se irá en este picante debate, ya que King no cree que deba pagarlo ahora. Además, necesita sí o sí el dinero para negociar la venta o no de su sello. Así, mientras los detectives usan su lujoso piso como oficina, David debe pensar en las consecuencias públicas (esto es, redes sociales) de abandonar al hijo de su chofer a su suerte.

De ahí en adelante las cosas cambiarán bastante entre ambas versiones, pero no conviene adelantar mucho. Si bien las líneas generales están más o menos respetadas, la relación entre King y el secuestrador (al que solo escuchamos y no vemos hasta mucho más adelante, pero entendemos que está ligado a su pasado y tiene cuentas pendientes con él) y el mundillo musical en el que ambos viven los llevan a alterar el rumbo del inevitable choque. Habrá un bolso con dinero, habrá un viaje en el que se lo transporta para entregarlo, pero de allí en adelante Lee pegará un vuelco arriesgado no ya en lo que respecta a la trama en sí sino en la razón de ser de la película.
Lee viene hace 40 años trabajando sobre la idea de mostrar, representar y difundir la cultura, los artistas y cierta especificidad afroamericana y neoyorquina, y aquí encuentra de entrada la manera de ponerlo en práctica. De hecho, se puede hasta pensar a la película como un nuevo y vibrante homenaje a su ciudad natal, muy cambiada desde que filmaba en Brooklyn en los 80. Desde la discusión constante respecto a la música y los grandes artistas de la historia, a esa especie de muestrario de cuadros hechos por afroamericanos y literatura a la que se referencia, Lee parece usar la historia filmada por Kurosawa más como una excusa para ese paneo de una Nueva York cultural vibrante (una tensa escena tiene como fondo, a la vez, un partido de béisbol de los Yankees contra los Boston Red Sox y un desfile con música en vivo incluida del Día de Puerto Rico) que para meterse en los submundos densos a los que entra el film original, entendiendo acaso que ese no es el tipo de representación que quiere mostrar.
Contada en un tono más cómico que lo esperado –la película original es muy seria, densa y grave– y con una performance particularmente desatada y por momentos hasta excesiva de Washington como el carismático pero complicado productor musical, HIGHEST 2 LOWEST mantiene en un punto esencial la lógica del film original y eso tiene que ver con una suerte de filosofía de vida si se quiere familiar, ligada al cuidado de los propios pero no solo en el ámbito específico sino también en lo laboral. Más que usar el dinero para generar más y más ganancias aún a costa de perder la relación con los seres queridos, ambas películas hacen una defensa respecto de cuidar lo propio, hacer un buen producto (sean zapatos, cine o música) y poder mirar a los ojos de los demás –clientes, familiares, el público en general– con dignidad.