
Cannes 2025: crítica de «The Mastermind», de Kelly Reichardt (Competición)
Un padre de familia, ladronzuelo amateur, decide robar cuadros de un museo en esta comedia de suspenso de la realizadora de «Old Joy». Con Josh O’Connor y Alana Haim.
Si a uno le dijeran que THE MASTERMIND es una película del Nuevo Cine Americano de los ’70 que se perdió en el tiempo y la memoria –o que nunca se estrenó comercialmente por algún motivo–, estaría tentado de creerlo. Lo que hace Kelly Reichardt acá no es copiar al dedillo cómo se hacían las películas entonces sino capturar su esencia, su espíritu, un cierto tono lánguido aún cuando se cuenta una historia policial y una imprecisa sensación de estar ahí, en medio de estos personajes taciturnos y de estas ciudades pequeñas en las que nunca parece pasar nada importante.
La película de Reichardt podría ser prima de alguna de Peter Bogdanovich, Hal Ashby, Bob Rafelson o tantos otros cineastas norteamericanos que usaron el género para darle un toque del desencanto de la época. Es un estilo que le sienta bien a la directora de FIRST COW, que no se caracteriza por tener un ritmo y un modo de filmar muy contemporáneos. THE MASTERMIND cuenta la historia de un robo que sale mal y con personajes torpes que podrían salir de algún film italiano de los ’50, de ciertas películas de Woody Allen o de los hermanos Coen, pero lo hace sin seguir los parámetros académicos del género sino respetando su estilo y la lógica, entre lánguida y un tanto patética, de sus personajes.
El protagonista es Josh O’Connor, cuyo aspecto desgarbado y mirada un tanto melancólica le cae a la perfección al relato. Su andar cansino, como arrastrando los pies, denota un cierto desgano o insatisfacción que bien puede ser pereza o, quizás, que el tipo es más bobo de lo que parece. De a poco da la sensación que esto último es lo que prima. JB (O’Connor) parece creerse un tipo capaz de engañar a cualquiera y la película arranca, en 1970, con él junto a su familia (su esposa la interpreta Alana Haim) paseando en un museo de Framingham, una ciudad pequeña a una hora de Boston en la que viven. Mientras los niños corren, JB se roba figurines y cositas. Los guardias ahí no parecen preocuparse por nada, si es que están despiertos.

Esos son los preparativos, en realidad, para un gran atraco. JB planea juntar a una bandita bastante mediocre para robar unos cuadros abstractos de Arthur Dove que están siendo exhibidos allí. Y la primera parte de la película se irá en las torpezas de JB y su grupito de inadaptados y desconocidos en planificar el robo. Parece fácil –hay dos guardias y uno duerme todo el tiempo–, pero con gente incapacitada nada lo es. Así, mientras una banda sonora jazzera y machacosa copa la escena, los muchachos pasan a la acción. Previsiblemente, las cosas no salen del todo bien.
Es decir: logran robar los cuadros pero el caos que desatan es excesivo y no pasa mucho tiempo hasta que la policía les está encima. JB, al ser hijo de un juez, logra zafar de las sospechas iniciales. Pero luego las evidencias se sumarán y no le quedará otra que huir hacia una aventura con final incierto. Mientras su mujer lo desconoce y sus hijos lo ignoran, la única tabla de salvación que le queda al protagonista son algunos viejos amigos y su madre, que por motivos indescifrables, lo apoya y soporta económicamente aún cuando sabe que es «un bueno para nada».
Claramente un título irónico, THE MASTERMIND captura el lugar, la época y ese tipo de vidas que están agarradas a alguna esperanza de «hacerla bien». En el medio están los conflictos políticos con Nixon, la guerra de Vietnam, las marchas en su contra, pero a JB todo eso le preocupa poco y nada. El mundo real le es ajeno hasta que en algún momento le sea, circunstancialmente, conveniente. Y esa es la sesgada y lateral lectura que incorpora Reichardt a su caper film: en medio de las minucias de JB y sus amigos por hacer unos dólares logrando vender cuadros, el mundo alrededor se cae a pedazos.

El robo estará planteado en términos cómicos a partir de los «accidentes» que lo complican: JB tiene que hacerse cargo de sus hijos porque la escuela está cerrada, uno de sus socios les falla de entrada, un auto le tapa la salida del museo, uno de los guardias se pone curiosamente violento y así. Pero el eje estará puesto en lo posterior. Como todo buen relato de robos quizás lo más difícil no es el acto en sí sino ver cómo se hace después para ocultar las pistas, escapar de las sospechas y vender el material. Digamos que JB no pensó demasiado en toda esa parte.
Si bien es su película más accesible y clásicamente entretenida, THE MASTERMIND sigue manteniendo el espíritu del cine de Reichardt, especialmente del costado entre absurdo y ligeramente cómico que empezó a aparecer en SHOWING UP. La película puede parecer pequeña, hasta menor, pero su grandeza pasa por la manera en la que no necesita imponerse sobre los espectadores para incorporarlos a su mundo. Como en muchas películas de los ’70, es un cine que respeta los tiempos de los procesos y de las personas y que no supone que hay que darle todo servido al público en los primeros cinco minutos. De todos modos, y en el contexto de su propio cine, THE MASTERMIND casi funciona como una película de suspenso y acción.
El notable elenco incluye a Hope Davis como su comprensiva madre, a Bill Camp en el rol de su más severo padre y a John Magaro y Gaby Hoffmann interpretando a una pareja con la que se encontrará una vez que está on the road, tratando de escapar a las autoridades. Pero el mundo, entonces y ahora, es un lugar complicado. Y ni JB ni la mayoría de quienes lo rodean tienen realmente idea de cómo vivir en él. Robar cuadros puede parecer, especialmente en 1970, un acto de rebeldía. Pero, como dice la frase, no hay lugar para los débiles en esta historia. Así como un día la suerte juega a tu favor, al siguiente te está arruinando la vida.