Cannes 2025: crítica de «Yes» («קן»), de Nadav Lapid (Quincena de Cineastas)

Cannes 2025: crítica de «Yes» («קן»), de Nadav Lapid (Quincena de Cineastas)

por - cine, Críticas, Festivales
22 May, 2025 04:04 | Sin comentarios

En esta sátira política que transcurre tras los atentados del 7 de octubre de 2023, un músico colabora con el gobierno israelí en una canción de espíritu nacionalista.

Intensa y demente aún para los estándares de la obra del realizador israelí de SINONIMOS y LA RODILLA DE AHED, la nueva película de Nadav Lapid es una salvaje y brutal sátira política respecto a cómo Israel experimenta la situación que se vive actualmente en relación a Gaza. Como mirada crítica que es, la película lidia con personajes por lo general desagradables y salvajes que, en función del estilo siempre al borde del descontrol del director, pueden ser abrumadores. El retrato de los protagonistas y del mundo que los rodea es un microcosmos patético de un país –o, al menos, de muchos de sus habitantes– que sacaron a la luz sus peores caras a partir de lo que sucedió el 7 de octubre de 2023.

Y (Ariel Bronz) es un pianista que está en pareja con una bailarina llamada Jasmine (Efrat Dor). Antes de esa fecha (y después también) se los muestra viviendo una vida de hedonismo a pleno: sexo, fiestas, drogas y alcohol seguido por más sexo, más fiestas, más drogas y más alcohol. Nada parece importarles mucho más que eso y Lapid se regodea en el exceso de esa wild life rodeada de empresarios ricos, billonarios rusos y misteriosos funcionarios. A tal punto es así que cuando reciben en sus celulares la noticia de que hubo un ataque con muchos muertos en el sur del país, al lado de Gaza, no le prestan demasiada atención al asunto (esto, convengamos, es bastante realista en un país como Israel) y siguen haciendo su vida como si nada pasara.

Conectados con gente poderosa del país, la fiestera pareja se va integrando cada vez más a grupos de poder y control que quedan difusos en una película que tiene muy poco de realista. Lo que va quedando claro –después que el atentado alcanza las dimensiones conocidas– es que ambos entienden que la única solución es la que da el título de la película: decir sí, yes, ken y sumarse al lado de los poderosos. A tal punto es así que Y termina componiendo algo así como la canción que funciona como leit motiv de los israelíes en ese momento de crisis. Y sí, se llama Yes. Y funciona: es un éxito cantado por todos allí.

Y a partir de ahí (Nota: existió una versión de una canción en la vida real que tuvo esa misión y fue más que controvertida) empiezan las desventuras, los conflictos, las huidas, los problemas y la creciente locura que atraviesan los protagonistas mientras la canción prende y los israelíes se vuelven más nacionalistas que de costumbre. En un momento, el protagonista empieza a sentirse conflictuado con el monstruo que ha creado y trata de hacer algo al respecto, pero no será fácil: todas conducen a lo mismo y no parece haber reales opciones posibles más que estar adentro o afuera, a favor o en contra, decir SI o NO. Y a partir de ese novedoso conflicto –al menos para el protagonista–, la película avanzará con similar fervor, pasión y energía, aunque con un halo de dudas envolviéndolo todo.

Se trata de un film armado para ser polémico, que será recibido con aplausos y hasta con abucheos (quizás para cierto público no sea tan evidente su toma de postura) y que deja en claro que Lapid no puede responder a esta insana situación de una forma que no sea también un poco insana. No está en su naturaleza hacer otro tipo de película –mesurada, sutil, analítica–, sino responder a esa furia con la suya propia: moviendo la cámara a los saltos, alejándose por completo del naturalismo, apostando a escenas satíricas que por momentos coquetean con los sketchs televisivos más surrealistas y lanzando dardos para todas partes.

Más allá de la crisis que en un momento tiene su protagonista, quizás el único problema de YES sea que la dupla protagónica termina volviéndose un tanto inaguantable a lo largo de las dos horas y media de película. El formato satírico tiene, casi siempre, esa dificultad. Pero Lapid sabe ir integrando ese retrato ampuloso y patético con algunos comentarios o situaciones más ambiguas y enrarecidas hasta ir encontrando zonas en en las que los protagonistas tienen lidian con el hecho de ir tomando conciencia de qué están siendo parte.

Con observaciones, frases y comentarios mordaces sueltos a lo largo de la película, con escenas que están más cerca de un Terry Gilliam que de cualquier cosa más o menos ligada a la realidad, Nadav Lapid crea una película ambiciosa, demencial y por momentos enredada en su propio desafío de tener que «expresar» algo sobre un tema dificilísimo. «Los israelíes crecieron con la pregunta: «¿Cómo puede la gente vivir normalmente mientras perpetran el horror?» –reflexiona uno respecto al modo de vida de los palestinos–. Bueno, ahora se han convertido en la respuesta».