
Series: reseña de «Dept. Q», de Scott Frank y Chandni Lakhani (Netflix)
Un policía poco apreciado por sus colegas es derivado a trabajar en un departamento que se ocupa de casos viejos sin resolver. Y se mete con uno inquietante. Con Matthew Goode y Kelly MacDonald. En Netflix.
Basada en una serie de novelas danesas escritas por Jussi Adler-Olsen tituladas DEPARTAMENTO Q y adaptada para la televisión nada menos que por Scott Frank, el experimentado guionista y creador de GAMBITO DE DAMA, la serie traslada la acción a Escocia para contar, en términos generales, la misma historia que la primera de esas novelas, escrita en 2007 y publicada en castellano bajo el título de LA MUJER QUE ARAÑABA LAS PAREDES. Inspirada narrativamente en la entonces novedosa y exitosa saga literaria de Stieg Larsson (la serie MILLENNIUM, que incluye entre otras a LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES; noten la similitud de los títulos), la saga de Adler-Olsen se extiende mucho más: al día de hoy DEPT Q. incluye diez novelas y, si la serie funciona, podemos esperar unas cuántas temporadas siguiendo las desventuras de estos particulares detectives. No solo eso: se han filmado ya seis películas basadas en DEPT Q. en Dinamarca y está en los planes filmar todas las novelas que se agreguen.
En la ficción, el «Departamento Q» en cuestión acaba de ser creado por la policía de Edimburgo como una fachada para derivar allí, más que nada, a un agente problemático. El es Carl Morck (un excelente Mathew Goode), un detective que participó en una fallida investigación que terminó con un colega muerto y otro paralizado. El fue herido, pero sobrevivió, volvió y sigue siendo tan fastidioso, desconfiado y arrogante como siempre lo fue. O acaso más aún. Es, además, inglés, algo que no particularmente lo encariña con los escoceses. Su matrimonio está en problemas, él se ocupa gran parte del tiempo de su hijastro adolescente con el que se lleva pésimo, va a una psicóloga (Kelly MacDonald) a la que maltrata y tiene todo el tiempo un humor endemoniado.
El Departamento Q –cuyas «oficinas» son en un subsuelo sin ventanas– debería ocuparse de los llamados «cold cases», o casos abandonados y que se dejaron de lado sin resolver. Pero no hay mucho que pueda hacer el tipo solo y tampoco le importa. Hasta que empiezan a sumarse a su grupo un par de colaboradores, de esos en los que nadie confía pero prueban ser buenos: un ex agente sirio llamado Akram Salim (Alexej Manvelov) y Rose (Leah Byrne), una agente con un trauma personal y un trabajo de oficina que no la satisface. Además, desde su reposo en cama, su colega paralizado Hardy (Jamie Sives) aporta lo suyo. Y juntos, un poco a la manera de SLOW HORSES –otra serie basada en una larga saga de novelas–, estos losers del Departamento Q. prueban ser más eficientes de lo pensado.

De todos los casos archivados, por decisión de Salim eligen el de una célebre abogada desaparecida hace cuatro años. De hecho, la serie comienza mostrando a esta mujer un tanto intensa y nerviosa llamada Merritt (Chloe Pirrie) perdiendo un importante juicio y metiéndose en problemas con sus jefes. La mujer tiene que cuidar a un hermano que sufre afasia y luego vemos que, en un viaje en ferry, ella desaparece. Esto, además, parece suceder al mismo tiempo que lo que sucede con Carl pero, como buen cold case que es, en realidad pasó bastante antes. Sabremos pronto más de ella pero se nos ha pedido que no lo revelemos, por lo cual todo lo que podemos decir es que, en paralelo a la investigación, iremos conociendo cosas de su complicada historia, qué fue lo que le sucedió en ese ferry y por qué.
DEPT. Q puede dividirse en dos partes. Todo lo ligado a la vida privada de Carl, de sus colegas (el agente sirio es fascinante por lo misterioso, amable y efectivo que es) y de las consecuencias del tiroteo en la vida personal del policía resulta lo más jugoso y dramáticamente certero. Allí se juegan un montón de tensiones ligadas a la relación entre escoceses e ingleses, a las internas de la policía y sus relaciones con el poder político y a las vidas personales del grupo que la integra. En la series recientes estos segmentos psicológicos se usan para apoyar a la trama y sostener la investigación, pero Frank lo ha armado exactamente al revés. O, más bien, como dictan los libros: la trama es el McGuffin, ese asunto secundario que sirve para hablar en realidad de las vidas de las personas.
Y si bien no se puede hablar mucho de esa otra trama ligada a la investigación de la desaparición de la tal Merritt, digamos que allí se nota bastante más la influencia del policial nórdico de los 2000 y de cierto cine de terror, con escenas asfixiantes, violentas, una investigación enredada y un aroma de revancha que surge de todos lados. La mujer era una abogada seca, dura y también bastante arrogante y maltratadora, por lo que pueden ser muchos los sospechosos de su desaparición o lo que sea que haya pasado con ella.

DEPT. Q es por momentos una muy buena serie de Netflix que se ve un tanto aprisionada por tener que lidiar a lo largo de nueve excesivos episodios con una trama que es en principio bastante menos interesante que los personajes que participan o se involucran en ella. Cuando el asunto pasa por unir pistas imposibles a partir de letras garabateadas, entender dibujos raros, encontrar cadenas robadas, hurgar en ese tipo de evidencias finas y coquetear con el llamado torture porn, DEPT. Q se vuelve un tanto pedestre. Si bien el caso tiene sus intrigas y misterios, uno ha visto decenas similares.
Lo que la distingue a la serie es casi todo lo demás. Y en especial el veterano y siempre impecable Matthew Goode –el notable actor de MATCH POINT, EL CODIGO ENGIMA, WATCHMEN, DOWNTON ABBEY y tantas otras series y películas–, que vuelve a lucirse como el policía más irritante del condado. El espía Jackson Lamb que encarna Gary Oldman en SLOW HORSES puede tener aún peores modales, pero al menos es gracioso, divertido. Carl no es nada de eso: es un tipo molesto consigo mismo y con el mundo al que, curiosamente, le salió una oportunidad de redimirse cuando menos se la esperaba.