
Series: crítica de «Familias como la nuestra» («Families Like Us»), de Thomas Vinterberg (Netflix US)
Esta miniserie de siete episodios se centra en lo que le pasa a una familia danesa que tiene que salir del país cuando las autoridades declaran la emergencia climática. En la versión estadounidense de Netflix.
Una oportunidad desaprovechada, FAMILIAS COMO LA NUESTRA presenta una situación potente y más realista de lo que uno creería (al menos en un futuro no demasiado lejano) para dejarla bastante de lado y ocuparse de una serie de mecánicas familiares en plan melodramático que no están a la altura de lo que parecía ser la propuesta. Un poco como sucedía con YEARS AND YEARS, se trata de otra serie cuyo tema es urgente y llamativamente cercano pero que prefiere poner el acento en el lugar equivocado.
Si bien es habitual que grandes temas y conflictos mundiales se lleven a la ficción reduciendo todo a un solo drama familiar que funciona de modo metafórico, el problema de series como FAMILIES LIKE US pasa más que nada por el modo en el que se hacen, por guiones que fuerzan situaciones altamente improbables, por personajes que actúan –y entran y salen de la historia– caprichosamente y por, finalmente, dejar demasiado de lado el tema que convoca. Quizás con la intención de no «marginar» a aquellas personas no demasiado comprometidas o interesadas en el cambio climático, Thomas Vinterberg toma una excesiva distancia con el hecho central del relato al punto de tornarlo una excusa para un drama humano un tanto forzado.
El planteo de la serie es brutal: los niveles de agua están subiendo en Dinamarca y el gobierno, luego de calcular la evolución del asunto, toma la impactante decisión de evacuar el país entero. Esto es: cerrar Dinamarca, que no exista más como nación. La serie empieza en plena evacuación, con un barco enorme sacando gente, con algunas corridas y tensiones. Copenhagen, la capital, todavía está bien y eso es uno de los hechos que más impactan: el país se cierra cuando todo aún funciona, de manera preventiva, algo que parece difícil que pueda hacerse en otros países menos organizados. Y si bien hay algún reclamo y protestas, es poco lo que la serie se ocupa de eso.

La serie retrocede a partir de ahí seis meses hacia atrás para contar cómo se fue llegando a ese momento. La conexión entre el drama familiar y la alta política pasa porque Nikolaj (Esben Smed) es miembro del gobierno y se entera, unos días antes que el público, de la decisión de «dar de baja» el país como tal. Y si bien tiene prohibido hacerlo, toma la decisión controvertida de avisar a sus familiares y conocidos. Pero no lo hace desde un lugar de angustia o consternación –o no principalmente–, sino desde uno económico: avisarles para que vendan todo lo que tengan, junten algo de dinero y armen planes. De hecho es lo que hace él y su marido Henrik (Magnus Millang), acumulando bolsas con miles de euros y vendiendo propiedades por poco valor ya que en breve no valdrán nada.
El ángulo socioeconómico, si bien generará movidas, también pasará a segundo plano cuando la serie se centre en la vida de Laura (Amaryllis August), sobrina política de Nikolaj. Esta chica de unos veinte años estudia, está empezando una relación con Elias (Albert Rudbeck Lindhardt) y queda shockeada cuando se entera, por parte de su padre y su madrastra –Jacob (Nikolaj Lie Kaas) y Amalie (Helene Reingaard Neumann)– de lo que está por pasar. Ellos han tomado la decisión de irse a Francia donde él puede conseguir trabajo y ella estudiar en la Sorbona. Pero Fanny (Paprika Steen), la madre de Laura, no tiene esa posibilidad y el Estado le consigue un lugar en Rumania, donde nadie parece querer ir.
Así, mientras Nikolaj y Henrik lidian con sus problemas –Henrik tiene un hermano violento y homofóbico que quiere quedarse con parte del dinero– y aparecen otros personajes –un niño futbolista, el hermano desempleado de Fanny, una amiga de Laura y demás– que intentan solucionar sus vidas, el director de LA CEREMONIA va creando un intrigante clima ligado a la disolución de un país entero. Entre ceremonias religiosas, dolor y algunas tensiones no del todo explotadas (o bien los daneses aceptan muy bien todo lo que decide el gobierno o algo falta acá), la familia debe intentar encontrar el modo de salir de Dinamarca sin desmembrarse del todo.

Si bien el ángulo climático organiza el relato, no se habla ni analiza mucho el tema más allá de la información básica. Donde sí la serie pone un eje inquietante es en la idea, un poco curiosa, de que los daneses pasan a ser una suerte de refugiados no queridos en el resto de Europa. Transformar a estos hombres blancos y educados en los «parias» del Viejo Continente le da a la serie un toque de irónica actualidad. En la segunda mitad –y a partir de ciertos giros geográficos de los personajes–, la trama tiene reminiscencias de lo que sucedió durante el Holocausto, con escapes, fugas, situaciones violentas, conflictos nacionales (antes que Dinamarca, se dice que lo mismo ya sucedió en Países Bajos) y familias separadas que deben tratar de reconectarse en medio de una Europa en caos.
Promediando la serie (digamos, entre el tercero y el cuarto episodio de los siete que tiene en total), suceden un par de hechos dramáticos en exceso forzados que llevan la situación hacia otro lado. Uno, ligado con la pareja de Nikolaj y Henrik, que se meten en una situación del tipo policial. Otro, con la protagonista, Laura, que toma una decisión por lo menos discutible (en términos realistas, absurda) que transforma la serie en otra cosa completamente distinta, más un melodramático relato de refugiados políticos que una serie sobre un país en disolución.
Pero no es ese el problema, necesariamente, sino la forma en la que Vinterberg decide pegar ese «volantazo» narrativo. Es que el giro se siente caprichoso, una necesidad de guión para intensificar el drama más que una actitud creíble de parte de los protagonistas. El recurso de que un adolescente actúe de formas ilógicas como disparador del drama está usado en exceso en los últimos años. Y aquí es esa extraña serie de decisiones de parte de Laura –tomadas a partir, además, de una intuición propia del realismo mágico– la que lleva a FAMILIAS COMO LA NUESTRA a entrar en un territorio que, si bien tiene sus momentos atractivos, no posee la fuerza ni la originalidad que parecía invocar la idea original.

Que el mundo esté encaminado a atravesar situaciones como las que plantea Vinterberg en FAMILIER SOM VORES parece bastante inevitable, más allá de las especificidades de cada caso. La subida de los niveles del mar son una prueba evidente de que, tarde o temprano, el mundo tendrá que lidiar de una manera más seria con un problema que muchos gobiernos actuales, en absurdas cruzadas anticientíficas, parecen ignorar. La serie tiene apuntes inquietantes ligados a algunas situaciones específicas –cierres de bancos, caída del sistema policial–, pero por lo general prefiere evitar esas zonas de conflicto social masivo. Queda claro que nadie se salva en un situación así, ni siquiera en un país ordenado que se evacúa a sí mismo de un modo por lo general prolijo y organizado.
El director de la premiada OTRA RONDA tiene la inteligencia de plantear una hipotética situación de ese tipo y explorar algunas de sus aristas, pero la serie se enreda en mecánicas en exceso convencionales del drama familiar, acumulando decenas de inconsistencias dramáticas (un problema central inicial es que si uno va a un país y otro se va a otro será imposible reunirse y luego eso se olvida, lo mismo que algunas subtramas que inicialmente parecen centrales) y golpes bajos que podrán servir para acumular tensión y hasta algo de emoción, pero que no están a la altura de la propuesta. No es una mala serie FAMILIAS COMO LA NUESTRA, pero se la siente como una oportunidad desaprovechada de profundizar en varios problemas reales.
Nota: FAMILIES LIKE OURS está disponible en Netflix Estados Unidos, pero al menos por ahora no ha llegado a la versión latinoamericana de la plataforma. Se puede acceder a ella mediante VPN o, bueno, por otros medios.