Estrenos: crítica de «El príncipe de Nanawa», de Clarisa Navas (MALBA)

Estrenos: crítica de «El príncipe de Nanawa», de Clarisa Navas (MALBA)

por - cine, Críticas, Estrenos
28 Jul, 2025 10:14 | Sin comentarios

Este documental de tres horas y media sigue la vida de un chico nacido en la frontera entre Argentina y Paraguay a lo largo de una cambiante década de crecimiento. En MALBA, los domingos de agosto a las 20.

Todo empezó por casualidad. O eso parece. A mediados de la década pasada, filmando un documental centrado en la frontera entre Argentina y Paraguay, la directora Clarisa Navas se topa con un chico de 9 años que parece seguir al equipo de filmación a través del mercado ubicado entre Clorinda y Nanawa, poroso límite entre ambos países. El niño rubio es tan insistente y perspicaz que la realizadora termina entrevistándolo y, sin amedrentarse por la cámara o el micrófono, el pequeño Angel Stegmayer prueba ser ingenioso, ocurrente y locuaz: todo un personaje. A partir de ese momento –o al menos así se ve en EL PRINCIPE DE NANAWA–, la realizadora de LAS MIL Y UNA decide volver a la zona a buscar a Angel y hacer un documental sobre él. En ese momento quizás no lo sabía pero esa tarea se iba a extender durante una década de seguimiento hasta concluir con un film que puede considerarse el coming of age definitivo, uno que muestra todos los cambios, giros y alteraciones que puede tener la vida de un chico de nueve años hasta llegar a la mayoría de edad.

EL PRINCIPE DE NANAWA –ganadora del Gran Premio del Jurado en la Competencia Internacional del festival Visions du Réel, uno de los más importantes de no ficción–, se extiende durante más de tres horas y media y se divide en dos etapas, marcadas en gran medida por la pandemia. Lo que hace Navas y su pequeño equipo es seguir a Angel con visitas ocasionales –no aparecen en ningún momento fechas concretas de cada etapa– que se van extendiendo con el paso de los años. Al principio todo parece bastante inocente. Angel es un chico que vive en una barriada humilde, parlanchín, inquieto y entusiasta, a quien le gusta explayarse sobre sus ideas frente a cámara, mientras se conecta con su familia (padre y madre, mucho más callados) y con los amigos y conocidos de la zona. Por su personalidad extrovertida –y asumo que por su aspecto rubio y aniñado–, a Angel lo apodan «El principito» y todos parecen conocerlo y saludarlo. Es algo así como la mascota de esa zona fronteriza.

La referencia más evidente para entender de qué va EL PRINCIPE… es BOYHOOD, la película de Richard Linklater de 2014 (esta se empezó a filmar poco después) que sigue a un chico de edad similar a la de Angel a lo largo de doce años. Pero lo que allí es ficción acá es realidad pura: no hay un guión que arme, desarme o manipule la vida de Angel sino que son sus experiencias, decisiones, relaciones, lo que pasa en su familia o (como en el caso de la pandemia) en el mundo lo que va determinando sus cambios. Navas y su equipo se hacen presente, discretamente primero, en el relato. Y el film se hace cargo de, en más de un sentido, ser parte integral de algunos acontecimientos, ya que no invisibiliza la manera en la que se involucra con algunas cosas que pasan. De hecho, uno de los ejes del relato será la conflictiva relación que, tiempo después, tendrá Angel con el propio documental sobre su vida.

Lo que parece primar –aunque esto va y viene todo el tiempo– es un cambio en la mirada, la pérdida de esa chispa infantil que parece observarse cada vez que el equipo (y el espectador) se reencuentra con él. El Angel de los 13, 14 años ha perdido esa inocencia en la mirada, se descubre a sí mismo con otras ideas y por momentos entra en conflicto con Clarisa y su equipo, que tratan de lidiar con sus complejas emociones. Hay, en ese momento crítico de influencias de pares, una suerte de lucha interna del protagonista por cumplir con lo que se espera socialmente de él –una masculinidad más agresiva, tal vez– y sus deseos personales de seguir siendo retratado por un equipo de gente que, inevitablemente, se hace presente en muchos momentos de su vida.

La película casi no lo menciona pero la década en la que transcurre la historia es una en la que el país también entró en una serie de crisis económicas que modificaron las vidas de las personas. Y eso queda en evidencia no solo en el aspecto que ahora tiene esa zona mercantil de Clorinda/Nanawa también conocida como la Pasarela de la Amistad, sino en el peso que tiene para Angel tener que tomar decisiones económicas y laborales aún siendo muy joven. En distintos momentos de la película se lo verá haciendo exigentes trabajos físicos que tienen que ver con una de las actividades más comunes de la zona que es el traspaso de mercadería de un lado al otro de la frontera.

Si la primera parte tiene un tono más casual, quizás ligero, lleno de pequeñas viñetas cotidianas, la segunda será más densa. Sin adelantar demasiado, lo que llega por un lado es la pandemia –con lo que eso implicó y con comunicaciones online o grabaciones hechas por el propio chico– y, por otro, algo quizás aún más complicado: la adolescencia. Angel cambia físicamente en cada nuevo encuentro y aparición en cámara –es muy impactante ver tanto cambio en tan poco tiempo–, pero lo que se modifica más que nada es su personalidad, la densidad de sus conflictos, la aparición de algunas situaciones familiares novedosas, y la relación que tiene con sus amigos y novias.

Lo que pasa, finalmente, en este extraordinario documento que es el EL PRINCIPE DE NANAWA, uno podría decir, es el tiempo, la vida, las pequeñas (y no tan pequeñas) alteraciones que van modificando la personalidad de todos, especialmente en una edad en la que las ideas y las miradas sobre el mundo son más fluctuantes, lo mismo que la autopercepción. Cuando este documental –que ya califica como una, sino la mejor, película argentina del año– se acerque a su fin, ya habrán pasado muchísimas cosas en la vida de Angel, muchas más de las que un chico usualmente vive en esos años. Allí uno podrá advertir que su protagonista sigue siendo el mismo pero a la vez ya no lo es. Hay algo, imperceptible, que ha cambiado. Y no es solo lo físico, la altura ni el tono de voz. Es eso que damos por llamar inocencia. Algo que, ya sabemos, nunca regresará.