Series: crítica de «Menem», de Ariel Winograd y Mariano Varela (Prime Video)

Series: crítica de «Menem», de Ariel Winograd y Mariano Varela (Prime Video)

Esta miniserie de seis episodios relata la carrera de Carlos Menem desde los inicios de su campaña al final de su primer mandato como presidente. Con Leonardo Sbaraglia, Juan Minujín y Griselda Siciliani. Desde el 9 de julio por Prime Video.

Los años ’90 en la Argentina se prestan –se regalan, habría que decir– para la «picaresca criolla», esa suerte de género cómico sobre personajes que sobreviven y a veces hasta triunfan en base al engaño, la astucia y la «viveza» en medio de un mundo rodeado de miserias. Ariel Winograd supo aprovechar esa década y este tono muy bien en COPPOLA: EL REPRESENTANTE, y ahora regresa a él en una historia que, al menos inicialmente, tiene similares ingredientes. Es cierto que la vida de Carlos Saúl Menem, presidente de la Argentina durante toda esa década, es bastante más complicada que la de un pícaro y vivillo, pero al menos durante un buen tiempo la serie se aprovecha de las costumbres y modos más curiosos y excéntricos del personaje para sacarle todo el jugo posible. Promediando MENEM, las cosas se volverán un tanto más complicadas.

Si bien la serie de seis episodios arranca con la muerte de «Junior», el hijo de Menem en 1995, poco antes de las elecciones en las que iría a ser reelecto presidente, rápidamente va ocho años hacia atrás y retoma la saga del caudillo riojano desde que empezó su carrera a presidente, en 1987, dispuesto a pelear en las internas del Partido Justicialista. El punto de vista, sin embargo, no es el suyo. El que conecta directamente con la audiencia –muchas veces hablando a cámara y explicando cosas en tono zumbón– es un personaje de ficción: un tal Olegario Salas, un fotógrafo riojano de sociales que, no muy convencido pero necesitado de ingresos, terminará uniéndose a la campaña del entonces poco conocido gobernador para seguirlo a lo largo de su carrera.

En los inicios riojanos la serie funciona a modo de comedia pura. Empezando con Juan Minujín, portando un curioso bigote y un acento memorable (Jorgelina Aruzzi, como su ambiciosa esposa, hace también un trabajo soberbio), la serie incorporará al núcleo duro de Menem en campaña, concentrada en dos personajes ficcionales: Marco Antonio Caponi será Ayala, mano derecha de Menem, y Guillermo Arengo encarnará a Silverman, otro de los colaboradores del presidente. Pronto, montado sobre un caballo ante una audiencia de no más de 15 personas, aparecerá «el Carlo», un Leonardo Sbaraglia transformado en esa versión entre mitológica y estrambótica del ex presidente. Composición, maquillaje, acento, tono y expresiones perfectas, el suyo es un trabajo que inicialmente parece más externo que otra cosa, una notable imitación, pero luego mostrará otras facetas.

Con el esperanzado Menem a la cabeza, la comitiva se dirigirá a la provincia de Buenos Aires a pelear la interna con Antonio Cafiero, cuando las encuestas lo daban como absoluto perdedor. Y el primer episodio se centrará en esa simpática campaña de convencimiento del para algunos carismático líder provincial. Ganará la interna, luego la elección presidencial en medio de la hiper-inflación de entonces y, en muy poco tiempo, ese poco conocido líder de Anillaco –la serie casi no habla de su vida previa– será presidente del país. Winograd lleva adelante la historia insertando imágenes con estética y calidad televisiva de la época (algunas reales, pero la mayoría hechas con el elenco), dándole una impronta que la liga aún más a esos años.

Como sucedía con la serie sobre Guillermo Coppola, los episodios de MENEM funcionarán en torno a ejes canónicos de su carrera presidencial: las presiones de los árabes y los estadounidenses, el levantamiento militar de Seineldin, la aparición de Domingo Cavallo como figura fuerte de la convertibilidad y la aparente calma económica, los escándalos de corrupción (el Swiftgate, el Yomagate, etcétera), las brutales privatizaciones manejadas por una sexy María Julia Alsogaray (Mónica Antolopoulos) y las negociaciones políticas para acceder a la reelección. Luego, recalará en los hechos humanamente más densos de su presidencia: el atentado a la AMIA y la sospechosa muerte de su hijo.

A la par, el guión mantiene en paralelo su siempre tensa relación con su esposa Zulema (una impecable Griselda Siciliani, con momentos humorísticos notables), con los hijos de ambos (Agustín Sullivan, Cumelén Sanz, no muy aprovechados, quizás por las muchas cuestiones legales que la producción debió resolver) y el mundo «ficcional» que lo rodea. Y allí, la vida de Olegario, su esposa y su hijo periodista (Valentín Wein) funcionan como representantes de esa generación que creció (económicamente también) desde el inicial entusiasmo a las posteriores dudas ligadas a lo que generaba la figura de Menem y lo que pasaba, en lo profundo, en su gobierno: un viaje de la esperanza a la frustración.

MENEM va oscureciendo su tono con el correr de los capítulos y sus dos últimos son más serios, si se quiere graves, con brujas, visiones y tensiones políticas más clásicas que no funcionan tan bien como los iniciales cuatro. Es que lo fuerte de la serie no pasa por el análisis político certero (todo es bastante ligero y lleno de explicaciones a cámara para un público extranjero o una generación que desconoce todo acerca de Menem) sino por el retrato del personaje, su mundillo, su gente, su modus operandi, la manera de decirle a cada uno lo que quiere oír, a su modo seducirlos y luego hacer lo que quiere o se le ocurre en el momento. Fiestas, prostitutas, toda la locura de la «pizza y el champán» de la época está retratada en su glorioso patetismo. Y esa es la zona más fuerte de la serie, la que aprovecha además las caracterizaciones más bien cómicas del elenco. Cuando pierde eso, decrece su potencia.

Más allá de que cosas como el atentado a la AMIA sean difíciles de integrar a una serie que viene llevando un tono burlón, las dificultades para lidiar con los temas más serios no le hace perder fuerza a la serie creada por Mariano Varela, porque allí Winograd deja entrever que por más carismático que haya sido el sujeto, en el fondo se trataba de un tipo oscuro y hasta peligroso. De todos modos, no tiene sentido ver MENEM desde el análisis político (la serie más de una vez aclara que las cosas pueden haber sido muy distintas a lo que aquí se muestra, quizás también en plan «protección legal»), sino tomarla como un retrato de un personaje, de su época y de una Argentina que, años después, muchos creíamos que ya no existía más. Lo curioso de esta serie –que fue filmada antes del ascenso de Javier Milei a la presidencia– es que, sin quererlo, funciona como una precuela a otra potencial serie que en algunas décadas se hará sobre estos años igual o más absurdos, picarescos, patéticos y quizás aún más problemáticos.