San Sebastián 2025 / Estrenos: crítica de «Frankenstein», de Guillermo del Toro (Netflix)

San Sebastián 2025 / Estrenos: crítica de «Frankenstein», de Guillermo del Toro (Netflix)

Oscar Isaac y Jacob Elordi protagonizan esta ambiciosa adaptación que respeta el espíritu del clásico de Mary Shelley y, al mismo tiempo, lo transforma en una fábula visual y emocional. Estrena en Netflix el 7 de noviembre.

Qué define a un hombre? ¿Qué hace a un hombre ser lo que es? La pregunta, si se quiere filosófica, está planteada en el origen de la novela de 1818 de Mary Shelley FRANKENSTEIN y resuena, con toda su fuerza, en esta versión dirigida por Guillermo del Toro con su acostumbrado brío gótico. Más una tragedia íntima y personal que un relato de terror, la versión del realizador mexicano pone el acento en esa inquietante pregunta al mostrar las vidas interconectadas de alguien al que podríamos definir como humano y a otro que, en términos clásicos, no lo es. Habrá violencia, sangre, muertes y destrucción, pero lo que late en esta nueva adaptación es más que nada una discusión sobre la naturaleza del ser humano.

La adaptación de Del Toro altera y modifica no solo cuestiones específicas de la novela de Shelley sino que se propone hacer desaparecer algunas de las semejanzas que allí están instaladas. Dividida en tres partes –dos centrales y una desde la cual pivotea hacia el pasado–, FRANKENSTEIN es un cuento oscuro que tiene su origen temático en el siglo XIX pero se aplica a un presente en apariencia muy distinto. Las tecnologías son diferentes, los límites de lo que es posible hacer también, pero las inquietudes éticas son similares. Sin alterar demasiado la época en la que transcurre –no teman, no es un monstruo creado por inteligencia artificial en el presente–, pone en cuestión temas que resuenan hoy.

Todo comienza en el Artico cuando una enorme criatura a la que ni un disparo le hace mella viene persiguiendo a un hombre con una pata de palo y liquidando a sorprendidos marinos en el medio de la noche helada. Refugiado momentáneamente entre ellos –la Criatura parece haberse ahogado pero todos sabemos que no es así–, Victor Frankenstein (Oscar Isaac) contará su historia, la que ocupará la llamada Parte 1 del relato, la de la creación. Del Toro se toma su tiempo para ir a los inicios. Victor es un niño mimado por su madre y entre exigido y maltratado por su aristócrata padre (Charles Dance), un reconocido médico que quiere traspasarle, de manera un tanto brusca, sus conocimientos. Pero cuando su madre muere tempranamente, la relación entre ambos se deteriora por completo.

El fallecimiento de la madre es, claramente, un catalizador para la obsesión de Victor: vencer a la muerte. Y dedicará sus conocimientos del mundo de la medicina para lograrlo. Tiene en su manera de conducirse, un «gen» un tanto más complejo: el de su padre, un tipo que lo exigió, lo maltrató y jamás le dio amor. Un mercader de armas millonario llamado Heinrich Harlander (Christophe Waltz) le verá exponer sus logros en la materia y decidirá financiar, por motivos personales, la investigación de Victor. Y allí se reencontrará con su hermano menor, William Frankenstein (Felix Kammerer) y a su prometida, Elizabeth (Mia Goth), a la que mirará con ojos que no son necesariamente los de un futuro cuñado.

Junto a ellos y en un castillo que parece sacado del manual del cine gótico, Frankenstein pondrá manos a la obra y le buscará la vuelta a su gran desafío. Y tampoco será spoiler decir que lo conseguirá. Mediante un complejo y rebuscado sistema científico-tecnológico, este «moderno prometeo» creará una vida, probablemente eterna. Pero cuando todo parece ir encaminado hacia la gloria, comenzarán los problemas. El primero y esencial es que Victor no estará satisfecho con su creación. No tanto por su aspecto –Del Toro no apuesta tanto a esa lectura del original–, sino por lo que él siente que es su mínima evolución psicológica. Quizás, lo que no esté notando, es que su propio «sistema educativo» no ayuda demasiado a esa evolución.

En algún punto la película girará para contar cómo sigue la historia pero desde la perspectiva de la Criatura (un irreconocible Jacob Elordi, en el mejor papel de su carrera) y, en deferencia a los que desconocen una de las historias más famosas de la literatura universal, no diremos mucho más. Lo que Del Toro hará será tratar de unir puntas y mostrar cómo un tipo de relación más afectuosa y empática entre la Criatura y algunas personas –no todas– con las que se cruza en su camino pueden cambiar radicalmente la vida de esta «persona».

En el medio habrá una triángulo (casi cuarteto) amoroso, brutales escenas de acción, un cierto exceso de efectos especiales digitales que rompen la lógica decimonónica del film (los lobos, en especial, son un problema) y esa tensión que siempre subyace en el cine del director de EL LABERINTO DEL FAUNO entre lo humano y lo ornamental, la manera en la que su obsesión por los detalles del mundo que rodea a los personajes a veces le juega en contra –o se lleva puesto– el drama de los protagonistas. Acá eso no termina de suceder gracias a la manera en la que Del Toro y Elordi entienden al personaje de la Criatura y cómo gracias a eso nunca desaparece el costado si se quiere sensible y humanista de la historia.

Sin intenciones ostensibles de modernizarla, lo que encuentra igualmente Del Toro en este mito conecta con problemáticas actuales, desde las discusiones éticas ligadas a la Inteligencia Artificial que muchas veces dejan de lado que el potencial problema de esas innovaciones seguramente sean las mentes humanas que las desarrollan. La diferencia entre cómo «avanza» de manera verbal y sensible la Criatura estando con Frankenstein o con otro personaje con el que se encontrará luego (no spoilers por acá) marca a las claras por donde pasa la mirada del realizador. El aspecto importa, pero no tanto como la manera en la que nos conducimos con los demás. Es eso, más que la materia orgánica que hace funcionar a nuestros cuerpos, lo que nos define como humanos.

Gótica, romántica y visualmente ambiciosa de una manera que difícilmente pueda apreciarse en una pantalla chica (si pueden, vean FRANKENSTEIN en cine y repásenla cuando la estrene Netflix), la película encuentra al Del Toro más adulto y sosegado de la última etapa, alguien que puede ser un cinéfilo consciente de todas las referencias implícitas en lo que hace pero que trabaja más a partir de ideas humanistas, ligadas a la psicología de los personajes y a sus contradicciones. De hecho, la ambición de Victor Frankenstein no es un problema en sí misma. El problema es que, en pos de concretar su sueño, el hombre deja de lado su humanidad en el camino. Como le sucede a muchos cineastas (y le pasó también a Del Toro), si no existe una conexión humana entre el creador y su obra es muy difícil que el resultado sea el que se busca.

En ese sentido, FRANKENSTEIN podría funcionar casi como un mea culpa: un cineasta que se reencuentra con lo más humano y sensible de su obra a través de crear un personaje que, técnicamente hablando, no lo es. Si bien no está aprovechada lo suficiente, el personaje de Mia Goth es la que abre esa sensibilidad en la Criatura. Ella puede no tener nada que ver con la creación en sí, pero es la primera que entiende que dar vida es más que un proceso físico o, en este caso, científico. Es dotar a esas «obras» de sensibilidad, hacer que trasciendan el propio acto de ser creadas. Por más esfuerzo, sabiduría, presupuesto y tecnología que uno le ponga al proyecto, sin alma no hay criaturas, ni personajes, ni películas. Y esta tiene las tres cosas.