
San Sebastián 2025 / Estrenos: crítica de «Maldita suerte» («Ballad of a Small Player»), de Edward Berger (Netflix)
Esta película sobre un jugador compulsivo y adeudado ambientada en Macao confunde estilo con sustancia y termina siendo un escaparate hueco donde nada realmente sucede. Con Colin Farrell y Tilda Swinton. En Netflix desde el 19 de octubre.
Los esfuerzos que hace Colin Farrell son denodados. El tipo, se ve, se puso «la camiseta» de la película y la transpiró de principio a fin, con un sacrificio a toda prueba. El problema de BALLAD OF A SMALL PLAYER es que no hay mucho más que eso aquí: Farrell desangrándose en vivo como un jugador empedernido luchando contra molinos de viento y el director alemán de CONCLAVE tomando Macao como escenario y haciendo con eso una especie de enorme y hueca vidriera en la que parece pasar de todo pero nada realmente pasa. Para ser una película sobre un pasatiempo tan tenso y enervante como jugar mucho dinero en exóticos casinos es llamativamente inerte y desprovista de vida.
Farrell encarna a un falso Lord Doyle que vive en Macao, la capital asiática del juego, un tipo que cuando lo conocemos está a punto de ser echado del hotel en el que vive porque debe cientos de miles de dólares. El tipo encuentra en el fondo de un tarro un rollo de billetes, los juega al baccarat y vuelve a perder. Y no sabe cómo hacer para conseguir ese dinero con el que pagar sus deudas. Pronto sabremos que no son las únicas, ya que lo persigue una mujer (Tilda Swinton), que viene a cobrarles otras, de mayor valor económico y compromiso ético.
El esquema del film, adaptado de la novela de Lawrence Osborne, es simple: jugador tiene que pagar deudas en un plazo cortísimo de tiempo (originalmente, cuatro días, pero eso se complica también) y entiende que la única manera de poder llegar a eso es seguir jugando hasta que la suerte por una vez le sonría. Se imaginarán que eso no sucede así nomás ni muy fácilmente. Y MALDITA SUERTE sigue el transpirado, un tanto suicida, bastante alcohólico y estomacalmente brutal periplo de este hombre que se viste como un dandy pero se comporta como un tipo que sabe que está en las últimas.

En su periplo desesperado y desesperante conocerá a una bella mujer local llamada Dao Ming que trabaja en un casino un tanto turbio, lidiará con algún rival en la materia, escapará a perseguidores y tendrá bizarros encuentros con una Swinton que está vestida como si estuviese en una película de Terry Gilliam. Ese detalle habilita el lado problemático de la película: su excesiva estilización, la sensación de estar hecha por alguien al que la historia le parece trágica, dramática y cool pero que no conecta humanamente con su problemática. MALDITA SUERTE está dirigida en tono de ópera, todo visualmente dos o tres decibeles arriba de lo normal y por alguien más interesado en el grandilocuente romanticismo de la situación que en algo que se relacione, aún lejanamente, con la realidad.
Es una película de apostadores de pura estirpe europea, alejadísima del tono que un director estadounidense podría haberle dado a la misma historia, más cercana a un Paolo Sorrentino que a un Martin Scorsese, por usar dos referencias muy distantes de cómo acercarse a una historia de este tipo. Acá hay pompa, impostado drama y cierta belleza estética pero hay poca verdad emocional. Y eso que falta es lo que intenta cubrir Farrell a pura transpiración. Pero la desesperación del personaje (y del actor) no hace más que dejar en evidencia el hueco gigante que lo rodea. Como el protagonista cuando empieza la historia, es una película casi sin alma.
Hay un costado entre místico y fantástico que no aporta mucho, ciertos toques de orientalismo que solo podrían funcionar si la película transcurriera a mediados del siglo pasado y un sobrecargado dramatismo que parece una mala imitación de Wong Kar-wai. Pero quizás lo más fastidioso de todo es que si bien debe haberse filmado, al menos en parte, en la fascinante Macao, uno no deja de sentir todo el tiempo que está en un set de filmación, un remedo de esos clásicos films de estudio como GILDA que existía en una Buenos Aires hecha en Hollywood. Esa elección no tiene que ser de por sí un problema –es una decisión estética como tantas y la trama de esta la avala–, pero en la práctica no funciona. Uno ve la marca de agua, el ejercicio de estilo, el gesto, pero muy pocas veces algo parecido a una verdad.