
Series: reseña de «Los años nuevos», de Rodrigo Sorogoyen, Sara Cano y Paula Fabra (MUBI)
Una relación se despliega en diez fragmentos —uno por cada Año Nuevo— siguiendo cómo el amor crece, se desgasta y se transforma mientras el tiempo hace lo suyo.
Atrasa diez años», me dijo un amigo un tanto más cínico que yo tras ver los primeros episodios de Los años nuevos. Es cierto, pensé, pero a la vez no pude evitar entrarle a esa afectación algo demodé, plagada de temas de Nacho Vegas, McEnroe, Triángulo de Amor Bizarro y Vetusta Morla, entre otros, que presenta la serie. Bueno, la historia arranca en 2015 y tiene cierto sentido que transmita esa vibración «de época», cercana en el tiempo como para sentirse un presente un tanto lejano pero a la vez lo suficientemente lejana para establecer como pasado. ¿Hay una estética 2015 para hacer series como hay ropas 2015, peinados 2015 y teléfonos móviles 2015? No lo tengo muy claro. La serie remite al pasado porque, como sucede con casi todas las cosas, uno idealiza ese pasado como un tiempo mejor, lleno de posibilidades.
La serie se instala de entrada en ese lugar de idealización. A lo largo de los diez años que dura –a razón de uno por episodio, siempre entre el 31 de diciembre de un año y el 1 de enero del siguiente–, uno entiende que verá una saga de ascenso y caída, de vaivenes, de peleas y alegrías, de ilusión y de dolor. Uno sabe lo que sucederá aún sin saberlo porque todas las historias de amor, como dice la frase, terminan mal por lo general. Y sin embargo se pone en el cuerpo y en las cabezas de Ana y Oscar y se somete a ese juego, a compartir esa experiencia. De eso va la serie creada por Sorogoyen (As bestas) y equipo: un retrato personal que es generacional y que habla más del paso del tiempo que del amor. O del amor en el tiempo. O cómo cambian las cosas los años. O algo así…

Mezcla rara de Richard Linklater con Jonás Trueba –una influencia evidente en la serie, partiendo de la elección de Francesco Carril como protagonista–, Los años nuevos va de lo que pasa y lo que no pasa en las vidas de un chico (Carril) y una chica (Iria del Río) que se conocen un 31 de diciembre en medio de las confusiones entre una y otra fiesta, y conectan enseguida. El cumple años el último día del año y ella, el primero, lo cual genera un inicial gesto de reconocimiento mutuo. Y la historia se empieza a construir desde ahí. Ana está por irse de viaje de estudios a Vancouver y se queda. Oscar, que es médico, sale con otra chica y la cosa se vuelve tensa con ella. Ambos se miran, se buscan y, para el tercer episodio –uno plagado de pequeños y no tan pequeños accidentes– ya están juntos. De ahí en más, será lo que depare el destino.
Estrenada en el resto del mundo un año después que en España, la serie llega vía MUBI, plataforma que de algún modo intenta conectarse con gente como la que la protagoniza. Hay una idea de conexión entre el medio, los espectadores y los protagonistas que llevan a pensar en una suerte de simbiosis de época. La serie es más convencional que la mayoría de las cosas que se ven en esa plataforma, pero la conexión no pasa por lo formal sino por intentar ser parte de una conversación generacional, de gente que va de los 30 a los 40 y que seguramente se podrá identificar, quien más quien menos, con las desventuras truffautianas de Ana y Oscar, Oscar y Ana.
A lo largo de los episodios habrá reuniones familiares, borracheras, olvidos, padres, amigos, tensiones, sexo, momentos casuales, dudas, reconciliaciones y nuevos conflictos. Los años nuevos convence y conquista porque los actores/personajes –cuesta separarlos– son carismáticos, producen empatía y el deseo de que les vaya bien, por más que uno sienta que las cosas serán más complicadas de lo que parece cuando arranca su historia en común y ambos, que rondan los 30 años, tienen la sensación que todo está por hacerse. De esos momentos de felicidad y de angustia, de dolor y de cariño se construye esta visita anual a esos dos días en la vida de Ana y de Oscar. Como dice aquel cantor, de alguna forma de eso se trata vivir…



