Series: reseña de «Pluribus: La chica o el mundo», de Vince Gilligan (Apple TV)

Series: reseña de «Pluribus: La chica o el mundo», de Vince Gilligan (Apple TV)

En el episodio final de la primera temporada de la serie, una confrontación decisiva revela el precio de la individualidad y empuja a Carol a preguntarse si la libertad puede existir sin vínculos afectivos.

El siguiente texto incluye SPOILERS del final de la primera temporada

En el constante ida y vuelta emocional que es la vida de Carol Sturka (Rhea Seehorn) hay una situación con la que, desde que aparecieron «los Otros», nunca tuvo que lidiar: alguien aún más enojado, más combativo y menos tolerante que ella. La llegada a Albuquerque de Manousos Oviedo (Carlos-Manuel Vesga), el «paraguayo con acento colombiano» que viene viajando y atravesando contratiempos por lo que parecen ser meses la enfrenta a una disyuntiva nueva, inesperada: verse ante un espejo exagerado de sí misma. Y la imagen que le devuelve ese espejo no le gusta nada.

En una perdida y pintoresca aldea del Perú, la joven Kusimayo, una de las 13 personas inmunes, se somete al tratamiento y se une al resto de la aldea, con la previsible «felicidad» que eso depara, por más que implique vaciar al pueblo por completo. En Albuquerque, mientras tanto, la llegada del agresivo, malhumorado y por momentos violento Manousos incomoda y desacomoda a Carol. Más allá de las particularidades específicas del encuentro –tener que usar un traductor simultáneo, tolerar los caprichos del obsesivo recién llegado–, Carol parece darse cuenta que no tiene nada que ver con él, que está más cerca de Zosia (Karolina Wydra) –a esta altura lo más parecido a una pareja que tiene– que de esa envolvente furia que tiene su visitante, una no muy distinta a la que ella manejaba semanas atrás. «Estoy cansada dirá. «Salvemos al mundo mañana».

La relación con Manousos permite escuchar a Carol dar sus opiniones sinceras respecto a los Otros. No hay un cálculo oculto en sus expresiones, no está buscando sacarles detalles o manipular su «bonhomía». Está expresando sus sensaciones y sentimientos, sus dudas, sus miedos. La agresividad con ciertas rémoras machistas de Manousos la pone en un lugar muy solitario: Carol no quiere la plácida mente comunal de los cooptados, pero tampoco la «brillante personalidad» del latino que hasta le chasquea los dedos para que actúe. ¿Qué opción hay en el medio? ¿Qué se gana si se gana la guerra?

Ese es el inicio del juego del final de temporada de Pluribus. Gilligan vuelve a poner en acción uno de sus ya clásicos pases de magia –esa manera tan suya de hacerte creer una cosa e ir luego hacia el lado opuesto– para que el espectador crea que Carol cambiará de bando, se «amigará» con sus enemigos a partir de su relación con Zosia y su fastidio con el colombo-paraguayo, pero no es necesariamente eso lo que pasa. El punto más álgido se produce cuando Manousos empieza a torturar con ondas electrónicas a los Otros, poniendo en riesgo la vida de millones, incluyendo a Zosia, que empieza a sacudirse violentamente. De modo impensado, Carol se pone de su lado y ataca a Manousos.

La respuesta de la Colmena será, nuevamente, abandonar Albuquerque y dejarlos solos, algo por lo que Carol ya pasó y no quiere repetir. Lo que para Manousos suena ideal, para Carol es desesperante. «¿Qué prefiere usted, Carolsturka? ¿Salvar a su chica o salvar al mundo?«, le pregunta el hombre. La respuesta la dan los hechos: Carlos decide salir de ahí e irse con Zosia a un tour por los lugares turísticos más bellos del mundo (todos vacíos), en plan romántico. Parece una decisión tomada vivir «fingiendo demencia», entregada a esa inusual felicidad. Pero todo se complica cuando se entera que los Otros han conseguido la manera de «convertirla» sin necesitar su aprobación. Y allí la ilusión se acaban de golpe. La Carol furiosa vuelve a Albuquerque con una bomba atómica dispuesta a acabar con todo. Y no, no es una metáfora.

La primera temporada de la serie termina llegando a una conclusión más o menos lógica en función de lo visto, pero una que no permite suponer ni imaginar cómo seguirá la historia. Gilligan acostumbra a dar giros inesperados e impensados a sus tramas por lo que aventurarse a adivijnar lo que sucederá luego no es lo más conveniente. Pluribus sigue siendo una propuesta curiosa, alejada de cualquier formato y género, cuya mayor parecido son las otras series del propio Gilligan, llenas de decisiones formales curiosas, largos silencios, derivas narrativas extravagantes y una obsesión por los detalles que bordea la autoparodia. Y sigue siendo un misterio adentro de otro. ¿De qué, realmente, se trata la serie?

Se puede pensar que el tema de Pluribus es la soledad, que es a la vez una consecuencia inevitable de escaparle a esa «masa» sin pensamiento propio que son los Otros. Para Carol, abandonar esa individualidad, por más oscura que sea, es desprenderse de lo que la hace humana. Pero seguir sola tampoco parece una opción viable. La única solución posible parece ser enfrentarlos, presentar batalla, sea por la vía de la destrucción o, como busca su conflictivo socio, tratando de encontrar la manera de romper esa conciencia colectiva y que los Otros vuelvan a ser quienes eran antes. ¿Suena aceptable esa solución? ¿Estaban tan bien las cosas antes? La segunda temporada seguramente lidiará con eso.