No-estrenos: críticas de «Brawl in Cell Block 99», «A Ghost Story» y «Fe de etarras»

No-estrenos: críticas de «Brawl in Cell Block 99», «A Ghost Story» y «Fe de etarras»

por - cine, Críticas, Festivales, Streaming
16 Oct, 2017 03:37 | 1 comentario

Tres muy recomendables películas que no pasaron por las salas comerciales en la Argentina. La primera es una ultraviolenta saga carcelaria con Vince Vaughn. La segunda, una historia de fantasmas muy alejada de los convencionalismos del cine de horror. Y la tercera (disponilbe en Netflix) es una comedia sobre un torpe comando de ETA que planea un atentado terrorista en Madrid durante el Mundial de fútbol que ganó España.

BRAWL IN CELL BLOCK 99, de S. Craig Zahler

El director de BONE TOMAHAWK, un cruento western convertido rápidamente en película de culto, va en camino de tener una segunda película en ese «nocturno circuito». El género ha cambiado (este es un policial o un thriller urbano carcelario), pero no el instinto. Zahler trabaja en una zona curiosa, ya que sus películas tienen por momentos la parsimonia y complejidad en el desarrollo de personajes de versiones más «arty» de esos géneros, pero a la vez les inyecta un grado de violencia propias del cine más clase B de explotación. Ustedes podrían decirme que Quentin Tarantino hace eso desde 1992, pero no es igual. Zahler no arma enrevesados y elegantes diálogos posmodernos para que sus personajes se extiendan en soliloquios improbables pero efectivos. No es eso lo que le da gravedad a sus filmes, sino más bien lo contrario: el silencio, el tiempo, la oscuridad de sus personajes que hablan poco pero transmiten una intensidad temible.

En este caso el protagonista es Vince Vaughn, un hombre cuyo recorrido parece marcado a fuego desde el principio: lo echan de su trabajo, llega a su casa temprano y descubre que su mujer lo engaña y se pone violento pero no con ella sino con el auto, al que casi destruye. La crisis económica y de pareja es tal que no le queda otra que contactarse con delincuentes dedicados al tráfico de drogas. Las cosas parecen ir bien hasta que, previsiblemente, se complican. Ya va casi una hora de los 130 minutos de la película cuando nuestro protagonista cae en la cárcel. Y ahí empieza casi un nuevo filme, sobre el que no conviene adelantar demasiado, pero que se va volviendo más y más violento, más y más salvaje y aterrador.

Jugando con una mezcla de códigos y estilos que van del cine de explotación setentoso (el mítico «grindhouse» al que QT y Robert Rodríguez le dedicaron una película) con algo del cine coreano a lo Park Chan-wook (por la coreografiada violencia sin cortes de muchas escenas), BRAWL IN CELL BLOCK 99 –ya el título adelanta bastante de la trama– tendrá una acumulación de escenas y situaciones violentas en la segunda mitad que dejarán a más de un espectador boquiabierto o tapándose los ojos. El mismísimo Don Johnson tiene un rol clave como el hombre con poder en la cárcel mientras que otro ícono del cine clase B como Udo Kier interpreta a un villano con acento alemán como solo él puede hacer exactamente eso.

Pero el filme es, más que nada, un one man show de Vaughn, cuya imponente presencia (1,90 y más musculoso que de costumbre) y mirada de acero inoxidable le sirve para transmitir miedo a los demás, algo que le será fundamental en el momento en el que tenga que enfrentar rivales en la cárcel por una causa, digamos, noble. Zahler juega sobre motivos conocidos del subgénero en su versión revenge movie pero lo hace sin ironías posmodernas ni gestos cool. De no ser por el cuidado y prolijidad de la fotografía y la puesta, además de la algo lenta progresión de su trama, la película podría tranquilamente ser una gema encontrada de 1977. No para estómagos impresionables, claro, pero un trip al que vale la pena entrar.

 

A GHOST STORY, de David Lowery

El caso del nuevo filme del director de MI AMIGO EL DRAGON es igualmente curioso. Lowery viene del cine ultra-independiente y tras un extraño pero muy efectivo paso por Disney ha vuelto a sus orígenes. El título de su película –premiada en el Festival de Sitges, en donde se presentó junto a la de su par Zahler– da a entender que estamos hablando de una película de terror y esta, en cierto sentido, lo es y no. Si lo que esperan es una «historia de fantasmas» convencional y tradicional, no encontrarán eso aquí. Lowery apuesta por un terror, si se quiere, más existencial, metafísico y complejo.

Casey Affleck y Rooney Mara protagonizan esta historia que los muestra viviendo juntos, y en apariencia felizmente, en una casa en medio de un campo. Pero a unos pocos minutos de iniciado el filme, el personaje de Affleck tiene un accidente y muere. Estando en el hospital cubierto por una sábana, el hombre ya muerto se levanta como fantasma y, usando esa misma sábana (la que ven en las fotos) se vuelve casi un prototipo de la idea de fantasma. Vuelve a la casa y se dedica a observar a su mujer mientras ella sufre, come, vomita, llora, tiene citas y trata de seguir con su vida. El, todo el tiempo, la observa y si bien puede afectar algunas cosas del mundo real (apagar alguna luz, mover algún objeto) no logra llamar la atención de ella, sino más bien la lleva a querer dejar el lugar.

A GHOST STORY será, finalmente, tal cual lo que reza el título, «la historia de vida de un muerto» con el corazón roto que sobrevive en esa extraña dimensión paralela mientras todo a su alrededor cambia. El horror no pasa por generarle sustos clásicos al espectador sino por la espeluznante sensación de soledad eterna que transmite el devastado personaje. Bah, la sábana con alguien adentro (acaso Affleck, acaso un extra). Se sabe que muchos espectadores del filme, tras su estreno comercial, dejaban la sala pidiendo que les devolvieran el dinero. Vayan advertidos: el tempo y la estética son las del cine independiente más radical –hay un plano en el que Mara se come una tarta entera en lo que parece ser tiempo real– pero el horror y la angustia existencial (me hizo recordar temáticamente a INTELIGENCIA ARTIFICIAL, de Spielberg/Kubrick) con la que deja al espectador es cien veces más poderosa que la de cualquier IT, ANABELLE o películas de monstruos, espíritus o brujerías que circulen por la cartelera.

 

FE DE ETARRAS, de Borja Cobeaga

Estrenada en el Festival de San Sebastián y disponible en Netflix apenas unas semanas después, la nueva película del realizador de otra gran comedia sobre ETA como NEGOCIADOR sigue adelante con su preferida –y arriesgada– temática, esta vez para contar lo que sucede cuando un pequeño grupo comando de la agrupación terrorista vasca se dispone a cometer un atentado en Madrid durante el Mundial de Sudáfrica que ganó España. Los integrantes del grupo son un viejo militante que ni siquiera es vasco (Javier Cámara) quien en 1998 atravesó una complicada situación que lo obligó a exiliarse en Venezuela, junto a una joven pareja que no es pareja (son «compañeros de lucha») y a un novato un tanto torpe que no entiende mucho de lo secreto que es una misión… secreta.

Su tarea consiste, básicamente, en esperar un llamado telefónico que los convoque a la acción en un departamento (un «piso franco») de una especie de monoblock de un barrio popular. Pero el llamado no parece llegar nunca. Si a eso se le suma las tensiones y malos entendidos dentro del grupo, una serie de peculiares vecinos y, fundamentalmente, que para el fastidio de los cuatro España avanza a pie firme en el Mundial, todo parece conducirlos al fracaso. Para poner en contexto a los que no conocemos demasiado los detalles de las negociaciones de ETA para salir de la acción armada, hay que entender que en 2010 el grupo ya venía negociando hace tiempo un cese de ese tipo de actividades. Pero este grupo no quiere darse por enterado y, torpemente, sigue pensando en accionar. Aunque sea con fuegos artificiales…

Corbeaga no teme hacer humor con un tema muy delicado como este y si bien hay personas que pueden ofenderse o molestarse por la liviandad con la que se toma el asunto, tengo la impresión que lo que hace –por el contrario– funciona de manera casi terapéutica. Entre diálogos muy ingeniosos (sobre la comida vasca –«Antes en ETA se comía de la hostia«– o un debate sobre el Top 3 de grupos terroristas —«Sendero Luminoso no me cae bien»–) y situaciones absurdas dignas de las mejores comedias clásicas (el fascista encargado del edificio, los vecinos musulmanes), lo que el director pinta de manera cariñosa pero también crítica, es el absurdo que empujaba a muchos de los protagonistas, de uno y de otro lado, a actuar como lo hacían. En un país como la Argentina donde da la impresión que tratar este tipo de temáticas con un dejo de humor es literalmente imposible, ver la apuesta de Corbeaga se vuelve aún más audaz. Y al hacerlo uno entiende que aún los procesos más difíciles y dolorosos de la historia política de un país pueden desarmarse por la via del absurdo.